Uno de los cambios que las nuevas tecnologías están provocando, y con extrema rapidez, es el relativo al ataque utilizando herramientas digitales. Después de una romántica interpretación de los hackers —que fueron vistos dotados de cierta ética, en los albores de la revolución que presenciamos (recordemos el libro La ética del hacker y el espíritu de la era de la información de Pekka Himanen; aunque entonces aún se diferenciaba entre hackers y crackers, los delincuentes digitales), se ha llegado a una situación que de romántica tiene muy poco.
El acoso a las cuentas existentes en las redes sociales, los ataques mediante virus para entrar en las webs de entidades bancarias, el malware que se infiltra bajo el teclado de nuestro PC para leer los códigos de acceso o de las tarjetas de crédito, son hechos casi diarios que aparecen en los medios escritos digitales. La ciberdelincuencia está omnipresente y la vulnerabilidad es algo de lo que aún no se es realmente consciente. Nuestro ordenador tiene un fácil acceso con una débil puerta que depende del grado de nuestra ingenuidad.
Cierto es que se empiezan a dar algunas voces de alarma y están apareciendo algunos informes relativos a esta fragilidad digital que nos rodea, pero aún se está en un período de tanteo y recomendaciones como si todo dependiese de nuestra buena voluntad. Eso parece lo que se desprende del escuálido informe del European Cybercrime Centre en su primer año de actividad.
En él, después de revisar algunos hechos sobre ciberataques, la explotación infantil online, los fraudes informáticos, y apercibirse del aumento del número de ciberdelincuentes, de las nuevas necesidades en protección informática y del pirateo de servicios en nube, el Centro Europeo de lucha contra la ciberdelincuencia concluye con estas palabras:
Y a su informe, añade una sofisticada infografía de cuya transcendencia y eficacia es fácil dudar.
Mientras tanto los ataques de los bucaneros y saqueadores de esta nueva edad media digital —equiparables a los que proliferaron antaño; incluso en la romana Bética donde, según Tito Livio, había numerosos salteadores de caminos que asediaban las caravanas mercantiles — siguen sucediendo.
Sin embargo, dejando a un lado a estos amantes de lo ajeno, que procuran ejecutar una transferencia de renta forzosa, existe un mayor peligro que se cierne sobre nuestras desprotegidas cabezas y es la ciberguerra (cyberwar, cyberwarfare) que aunque está en sus inicios tiene todos los visos de adquirir carácter en un futuro no muy lejano.
Son célebres las murallas medievales de Avignon, Tours, Gante, Reims o Bruselas que alcanzaron la cifra de varios kilómetros para proteger a su ciudadanos de los ataques de forajidos, saqueadores o ejércitos enemigos (la diferencia entre los cuales, nos señala la historia, nunca fue del todo clara). O la gran muralla China cuyos ocho mil kilómetros le sirvió para protegerse de los nómadas que procedían de Mongolia y Manchuria.Hoy las murallas digitales para nuestra protección —y no sólo para nuestra defensa más privada, como son los dispositivos digitales de nuestro hogar, sino los servicios de los que dependemos en tanto que sociedad organizada— son del todo inexistentes. No existen y, por lo que parece, ni se las espera.