Los populistas son muy propensos a este tipo de juego de engaño. La cuestión es vender el producto y conseguir el poder. Y desde ahí procurar ir renovando ofertas espectaculares que vayan engatusando al personal. Ejemplo claro es el nacionalismo catalán. Vende ilusiones a capazos aunque cuando se ponen fechas y éstas se acercan, los nervios aumentan porque el comprador de las mismas puede dejar de regresar a esta facilona tienda de votos.
Vender ilusiones es barato y sobretodo agradable. Casi se podría decir que es una buena acción. Un acto de bondad con el prójimo. Pero realmente es una manifestación de fake política.
La vida tiene otro matiz que es complementario a la transacción: el esfuerzo. La vida de cada día exige trabajo y sacrificio. La vida no es fácil. Quien desde la poltrona política ofrece facilidades es otro vendedor de fakes. La vida exige coraje y renuncias. Las ilusiones son interesantes pero se han de contrastar con la realidad. No querer hacerlo es refugiarse en la infancia —etapa suprema de las emociones e ilusiones.
Lo contrario a la fake política son las propuestas prácticas. Programas concretos con objetivos claros y detalladas etapas a corto, medio y largo plazo. Han de ser contrastables y comparables con otras realidades. Por ejemplo, con lo propuesto y realizado en otro país. Cuando un político ofrece un producto sin que contenga esfuerzo por parte de toda la ciudadanía está recurriendo a la fake política; al engaño colectivo. Es un fabricante de futuras frustraciones y, más grave aún, de catástrofes económicas. La verborrea política es directamente proporcional a futuras crisis o graves torpezas económicas.
Veamos un contraejemplo de fake política. Marchemos a Pakistán, país que no está muy lejos en este mundo plano que la tecnología está poniendo en nuestras manos. Ahí, en este rincón del mundo, se está promoviendo una política de innovación dinámica para encarrilar a más de 100 millones de personas menores de 20 años bajo las coordenadas que el presente está dibujando. La base fundamental radica en una reforma profunda de la educación: “debemos de crear una mentalidad entre nuestros estudiantes que priorice el desarrollo de habilidades de resolución de problemas en lugar de aprender de memoria”. Al respecto no se duda en la necesidad de que encabece este gran cambio un primer ministro que conozca las pautas fundamentales para el desarrollo de una potente economía del conocimiento. Esta transición hacia este objetivo no es fruto de ninguna inspiración divina. Por el contrario, es tomar buena nota de lo que se hizo en Corea del Sur bajo el gobierno del militar Park Chung-hee, en China con el gobierno de Deng Xiaoping, en Singapur con Lee Kuan Yew y en Malasia bajo Mahathir Mohammed.
La política a llevar a cabo debería de favorecer la creación de un gran Instituto de Ciencia y Tecnología que fuese la avanzadilla de la investigación científico-técnica de gran potencial, con estrechos contactos con centros universitarios de alta gama tecnológica así como con las industrias punteras del mismo ramo. Asimismo para abrir el terreno a las nuevas tendencias disruptivas de la industria digital, se debería de promover la creación de industrias de Tecnología de la Información (TI) con exenciones fiscales durante algunos quinquenios. Eso favorecería la aparición de industrias que se apuntasen a la cuarta revolución industrial orientándose a campos tan importantes como la Internet de las cosas (IoT), el Big Data, el Cloud, la ciberseguridad, la robótica, la impresión en 3D/4D, la tecnología neurológica y la que está apareciendo asociada a los implantes, por dar algunos ejemplos.
Hemos repetido hasta cansar al lector sobre las características de la presente etapa de gran disrupción tecnológica. La automatización de muchas actividades de manufactura, la introducción de la robótica en muchas industrias y la irrupción de la inteligencia artificial en trabajos que hoy están en manos de profesionales del tercer sector económico (comercios, bancos, transportes, etc.), provocará que muchos cambios en estas áreas conlleven, para los actuales trabajadores, unos retos de complicada solución.
Las habilidades de alta cualificación digital se están demandando desde hace unos años en diversas áreas económicas, pero el personal parece decantarse más por los cuentos de los partidos populistas —las verborreas grandilocuentes que prodigan futuros mágicos y multicolores— que por hacer frente a las nuevas metas laborales, de mayor cualificación digital. Ciertamente, hay que reconocerlo, no se le ha ofrecido ninguna alternativa que no sea más o menos fake.
El proceso de desarrollo más arriba anunciado conlleva la creación de un ecosistema para estimular tanto la innovación como el emprendimiento. Y lejos de dejar solos a los atrevidos que quieran hacer frente a la gran disrupción que se avecina, se propone una política que facilite el acceso a los parques tecnológicos, al capital riesgo, al asesoramiento jurídico y financiero, y a la orientación profesional con el objeto de que estos jóvenes disruptivos —que deberían de ser la mayoría— puedan plantearse unos planes de negocios viables y con futuro.
Hoy ya se puede tomar buena nota de lo siguiente: el partido político que no venda grandes esfuerzos está vendiendo fake políticas y en esta época, de fuerte cambio hacia la digitalización, quedar encantado y engañado por una fake política lleva inexorablemente al desastre.