El problema de fondo que esconde este tipo de pronunciamientos, como es recurrente en otras etapas históricas, radica en la diversidad de ritmos que están desplegando los países a la hora de hacer frente a los nuevos retos que son la globalización —el mundo es un solo mercado (en la tienda de la esquina venden uvas de Sudáfrica)—, la introducción de la más avanzada tecnología, como robótica y automatización, en las manufacturas e industrias, con las consecuencias del desplazamiento de la mano de obra preparada solamente para tareas mecánicas y no creativas, y el abaratamiento de precios derivados de la productividad y la diferencia de salarios. Y es el libre comercio el que coloca todo ello en la mesa común, que es el mercado actual, y pone en evidencia los problemas que están surgiendo.
Siempre, ante una misma cualidad, se tiende a comprar el producto más barato, dejando de lado si el producto se ha fabricado en Suecia, India o Corea del Sur y no en la industria de la comarca vecina. De ahí que se vea al libre comercio como la causa de todos los males. De ahí, los últimos gestos y decisiones políticas. Por ejemplo, la decisión británica a favor del retorno a la cueva del proteccionismo económico, que en esto consiste de hecho el Brexit. Las posturas de Trump sobre el comercio de los Estados Unidos que se han concretado en la retirada de la Trans-Pacific Partnership (TPP) y en la voluntad de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). Y la reciente decisión del presidente de Francia, Emmanuel Macron a favor de una “Buy European Act” o mecanismo para fiscalizar en el área europea tanto las inversiones extranjeras como el nivel del comercio por parte de empresas ajenas a los intereses de Europa.
De hecho los países —como es de prever— no esconden su voluntad en ampliar sus mercados, orientándose por lo global. Es decir, a la hora de vender están por la globalización. Pero, no quieren saber nada de las desventajas o de los retos, si se quiere ver en positivo y con optimismo, que conlleva el no quedarse en la autarquía económica. Varios son los países, pues, que quieren practicar la política que en los últimos quinquenios ha llevado a cabo China —y que le ha permitido ir creciendo a un ritmo elevado mejorando su tecnología y mercado, huyendo de su estado tercermundista. Por lo que se ve, Gran Bretaña, Francia (con la Unión Europea al lado) y Estados Unidos están por implantar filtros económicos para decidir con quienes comercian, de qué países aceptan inversiones y el grado de libertad que se cede a las empresas que se instalan en territorio propio o ajeno.
Así pues, se puede bien determinar que, después de dos décadas en que las personas, los productos y el capital podían libremente circular y establecerse más allá de las propias fronteras, éstas están reapareciendo y las murallas económicas van adquiriendo altura aunque aún existan algunas portezuelas para cierto acceso controlado. La globalización, se apunta, se ha convertido en una globalización cerrada (gated globalization). El objetivo es, se postula, paliar los efectos de la crisis al favorecer a las industrias nacionales y el comercio local. Sin embargo, aunque para las Pymes esta política puede ser salvífica —ya que pone frenos a una competencia feroz por parte de empresas más avanzadas en productividad y bajos precios—, es a la vez asfixiante para las grandes empresas que ven limitaciones a su capacidad para ir más allá de las fronteras territoriales, con las consecuentes pérdidas en rentabilidad.
Sin embargo, esta política económica basculando hacia una autosuficiencia (aunque sea ampliada a varios países en conjunto; como la Buy European Act de Macron) no es más que una manera de esconder y enviar al futuro los grandes retos que hoy se plantean y que los países deberían de hacer frente.
Nos referimos a la industria 4.0, la inteligencia artificial (AI), la internet de las cosas (IoT), el peso de los grandes datos (Big Data), los avances en nanotecnología, la robotización, el impacto de la impresión en 3D, y lo que se deriva clamorosamente de ello: una mano de obra nada preparada para poder ponerse delante de estas rupturas tecnológicas que están sacudiendo el presente haciéndolo temblar de forma trepidante. Las políticas de reciclaje profesional, la reforma de la enseñanza a todos los niveles, la introducción de las TIC a gran escala y con distintas densidades según orientación profesional, son las varillas del gran paraguas que podría, si se implementan a tiempo, capear el temporal que toda revolución industrial genera.
Orientarse hacia la cueva del proteccionismo económico es querer desandar los grandes trayectos que desde hace décadas se han recorrido. No querer hacer frente a los retos tecnológicos que la nueva industria y los nuevos conocimientos de la digitalización aportan, es quedarse en la lista de los países que serán recordados como perdedores. Y hay países que están iniciando pasos para salir de la cueva.