El mismo día y casi a la misma hora, hora mundial de hecho —todo ocurre en el mismo momento del presente que es Internet, una variante del aquí y ahora hegeliano— han llegado a mis ojos dos hechos, dos comentarios, dos noticias o valoraciones que es contradicen de arriba a abajo. Ambas no poden ser igual de correctas, ya que la lógica —si no nos abandona— no lo permite.
El comentario que viene a continuación no pretende crear polemos, pero hay cosas que hay que decirlas antes que se extienda más el error o la imprecisión— que se podría considerar, en parte, equivalente.
En un tweet, aparece de repente un aplauso a un comentario, detrás del cual está una idea que aparece en una interesante anotación blogista bajo el título de “Inconferències” (en español, “Inconferencias”). Lo cierto es que no viene a ser una idea nueva —la encontraremos de nuevo presente en muchos otros comentarios. Esta idea es la que queremos comentar y criticar, filosóficamente hablando, con la profundidad que permita el espacio, aportando elementos de contraste.
¿Qué hay detrás de las “inconferencias”? Según su autor (texto traducido; original en catalán)...
A lo largo del texto, el autor se precipita sobre un doble vector. Por un lado, los protagonistas de su argumento: los expertos (“voz experta”, “voces fatuas autorizadas”) y el pueblo (“amateur, pero no estúpido”). Por el otro, el cambio sufrido. “Cambio de paradigma” (haciendo un uso exagerado y me atrevería a decir que incorrecto del término de T.S. Kuhn), “desacralización”, “ha comenzado a valorar masivamente”.
Veamos algunas de las afirmaciones que se deslizan y valoran como revolucionarias.
“Se ha empezado a valorar masivamente”. Falso. Siempre la gente ha valorado. Quizá lo que ha cambiado es que su valoración ahora puede tener más difusión, si se difunde por la Red. Pero valorar hoteles, que no deja de ser subjetivo según la edad, el perro que se lleve, o los niños que nos han acompañado, no puede tener tanto relieve como valorar una novela o una aplicación informática en fase beta. Por otro lado, no exageremos: las valoraciones de los expertos o entendidos siempre serán más aceptables y aceptadas que las de mi vecino. Sobre todo si se trata de asuntos de fontanería, electricidad o de medicina, por poner ejemplos entendibles (y de los que el vecino no es experto). Que el “pueblo” amateur opine no deja de ser algo deseable y a proteger. Pero de ahí a sacralizarlo, va un buen trecho, a menos que nos quedemos en asuntos de gustos sobre hoteles, novelas o software. Pero atender opiniones de amateurs en temas sobre puentes, pisos de 22 plantas o microcirugía, por más que hayan leído al respecto muchas cosas en Internet, conmigo que no cuenten.
Que, por lo demás, los asistentes a un congreso —que, por lo general, no acostumbran a ser pueblo amateur— difundan sus opiniones vía Twitter ipso facto mientras el conferenciante está sorbiendo agua para aclarar la voz, no deja de ser una ampliación (que no cambio de paradigma; como no lo fue la acción de Gutenberg) de lo que antes de Internet era un comentario valorativo con nuestros vecinos de la sala. Ahora sólo ocurre que vociferamos más, gracias al Twitter o a herramientas parecidas.
El segundo tema que en paralelo llega a mis ojos es una noticia sobre el Cilindro de Ciro.
Se trata de una noticia que explica la opinión de un especialista —¿un “fatuo experto”?— a propósito de unos huesos de caballo fósiles que se hallaron con inscripciones cuneiformes con extractos del Cilindro de Ciro el Grande.
Finkel considera que los huesos con las inscripciones son auténticos y dan muestra de que la considerada primera declaración de derechos, realizada en su tiempo por Ciro el Grande, tuvo una repercusión más allá de las fronteras de su imperio.
Que la valoración de Irving Finkel pueda ser, en algún momento, reseteada por una especie de democratización del saber popular con acceso a la Red, no deja de un paso atrás, a la época de Sócrates, pero antes de que él mismo saliera a la palestra. Todo un avance hacia el precipicio.
Hay que dar a la Red lo que es de la Red. Sus virtudes son innegables, pero llegar a venerarla como la panacea universal del saber implica desconocer lo que ocurre dentro de las paredes de laboratorios, industrias, salas de investigación, en estudios empíricos y otras artimañas científicas que, por el momento, nos han llevado a la digitalización actual que está muy muy lejos de ser un simple resultado de las opiniones de cincuenta mil amateurs, por dar una cifra.
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