sábado, 5 de julio de 2014

Splinternet


La ciberbalcanización o las fronteras de Internet
Nubes de tormenta digital parece que se acercan. Por ahora están en el horizonte y el viento es calmo. Pero, las nubes están aquí y como en el clásico, las sirenas en este atardecer de final de época –final de la primera etapa de Internet, donde los robots son aún prototipos y la Internet de las cosas (Internet of things) no deja de ser una interesante promesa–; las sirenas, decimos, están con sus silbos alertando a los avispados navegantes. Pero ¿de qué nubes hablamos?

La Internet actual, la red global que ha generado la Sociedad de la Información, sirve en la actualidad a casi tres mil millones de personas y ha sido un proyecto –un canal de comunicación– que ha provocado un espléndido crecimiento en muchos niveles y a gran escala. La revolución de las TIC con el mundo plano que ha generado ha sido un fenómeno nunca visto en la historia de la humanidad. La economía digital –según el World Economic Forum, con datos de 2011– ha creado 6 millones de nuevos puestos de trabajo. El tráfico transfronterizo, con ayuda de esta red, y según datos del McKinsey Global Institute, ha crecido unas 18 veces en el período que va desde 2005 a 2012. Y el flujo de servicios, bienes e inversiones podría alcanzar, de seguir este ritmo, la cifra de los 26 billones de dólares. La empresa Cisco calcula que, por lo que respecta a la amplia gama de dispositivos y máquinas asociadas, la Internet of Things podrá generar un valor cercano a los 14,4 billones de dólares.

Sin embargo, paralelamente a este espléndido futuro, están apareciendo una serie de conductas que hacen presagiar más de una tormenta digital. Tormenta que podría desembocar en una balcanización o ruptura de Internet. La Splinternet como lo ha llamado Eric Schmidt, presidente ejecutivo de Google, recuperando un término presente ya en la Wikipedia.
François Lenglet, La Fin de la MondialisationEsta ruptura de Internet –que vamos a dibujar con más detalle más adelante– estaría en paralelo con lo que François Lenglet predice en su libro La fin de la mondialisation apuntando a un retorno hacia un proteccionismo económico con tonos nacionalistas. Después de una etapa de gran empuje liberalizador, los estados harían un movimiento de reflujo recuperando el control de los principales asuntos económicos y comerciales de su propio país, empezando con la recuperación de las fronteras, con los añadidos de aranceles, aduanas, cuotas de importación, etc. Después de un período cercano a los cuatro decenios de apertura y casi desaparición de fronteras comerciales, inversoras, etc., con un gran incremento de transacciones internacionales, reaparecería la tendencia proteccionista que centraría su atención en la economía interior, confiando en esta actuación solucionar la crisis.
Cables de fibra óptica que enlazan los paísesEl libre comercio de que se gozó en los veinticinco años de Internet  –la edad de la World Wide Web– fue posible sólo porque hubo un gran país, los Estados Unidos, que ofreció seguridad en las transacciones. Y fue en este país, recordémoslo, donde el desarrollo de Internet recibió un importante empujón. El fuerte apoyo a estos canales de comunicación e intercambio –una amplia proporción del tráfico de la WWW pasa a través de servidores norteamericanos– colaboró a su crecimiento obteniendo, complementariamente, un buen aprovechamiento comercial. Aunque la red global no está, realmente, en manos de ningún gobierno, sino que está regida por grandes empresas privadas –como las compañías de telecomunicaciones y las muy conocidas empresas de contenidos digitales como Facebook y Google.
Un hecho sin embargo provocó el primer relámpago de la tormenta digital: las revelaciones de Edward Snowden sobre la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU. (NSA) a propósito de la vigilancia (surveillance) que había desplegado esta institución sobre el tráfico web internacional, llegando incluso a vigilar las comunicaciones de los teléfonos móviles de dirigentes políticos de países aliados como el de la dirigente alemana Angela Merkel. Era junio de 2013.  
A la sorpresa e indignación inicial ante estos hechos, le siguió una reacción autoprotectora que se concretó con la decisión de lanzar cables propios de fibra óptica en el Atlántico para enlazar con otros países sin necesidad del peaje de los cables de fabricación y control americano. Y los proveedores de esta red serían de raíz europea para evitar las curiosidades del país americano.
Pero, además de estas redes propias, estaría en fase avanzada la política de ‘nacionalización de datos’, según la cual ciertos tipos de información –datos sensibles que pasan por los cables de red en las intercomunicaciones digitales– quedarían almacenados en servidores situados dentro de la fronteras físicas de cada estado. (Recordemos que los servidores son dispositivos dotados de potentes discos duros que almacenan, por ejemplo, los mensajes de nuestros correos electrónicos, nuestros comentarios en Facebook o en Twitter, nuestras imágenes y vídeos que están en la red, etc.,). Algunos países se están moviéndose en esta dirección como Australia, Francia, Corea del Sur, además de India, Indonesia, Kazajstán o Malasia, entre otros. Otros ya están actuando, como Rusia. Al respecto hay quien ha hablado que ello conlleva el final de “la era de la Internet Global”.
Esta reaparición de las fronteras digitales –por tomar uno de los conceptos claves de Lenglet, aunque él se refiera a las fronteras físicas– permitiría redirigir el negocio digital hacia empresas autóctonas que empezarían a crecer y a recuperar un negocio que hasta ahora estaba en poder de los gigantes digitales sitos en los Estados Unidos. Ya en diciembre de 2012 en Dubai, hubo 89 países que aprobaron un nuevo acuerdo de telecomunicaciones que permitiese una real independencia de la red. Los Estados Unidos y la Unión Europea no firmaron este acuerdo. Pero, después del caso Snowden sobre el espionaje a gran escala de la NSA, des de la Comisión Europea surgió esta aseveración: “Internet es global y por lo tanto requiere un gobierno global”.
Expertos en gobernanza de Internet consideran que en caso de pasar esta red global a ser regulada por los gobiernos nacionales se entraría en un proceso desestabilizador. En 2012 ya hubo un precedente cuando un grupo de estados africanos intentó usar la maquinaria de la ITU (International Telecommunication Union) para introducir el pago de un cargo adicional por paquete de datos transmitidos y por el uso de la red de servicios en el país destino. Es decir, algo comparable al pago de aranceles para los productos extranjeros. Si esto se llegase a aceptar estaríamos ante un cambio substancial en la historia de Internet y su economía. Tal medida no fue en su momento implantada pero cada vez hay más gobiernos nacionales que no verían con malos ojos engrosar sus arcas con estas tasas por contenidos digitales, todo ello bajo el disfraz de regular el mundo de la web.
Esta fragmentación potencial y latente ocasionaría graves problemas tanto a nivel de seguridad como respecto a la fiabilidad de la red. Hace escasamente dos años algunos países como Rusia, China, Egipto, Arabia Saudí y Sudan se pronunciaron en contra de la centralización por parte de los EEUU de los nombres de dominio –lo que podríamos comparar como las direcciones de ciudades, calles y números en el mundo real– y colocar este puntal organizativo bajo el paraguas de la ITU. Hoy este proceso está momentáneamente aparcado. Sin embargo, de no darse una salida, nos podríamos encontrar con que cada país regulase los nombres de dominio, dándose la posibilidad de repetición de direcciones web con el caos que ello podría ocasionar.
En todo caso, se teme que el proceso tienda hacia la ruptura de Internet. Hay escasas dudas de que dentro de unos años existirá una Internet europea, una Internet del Brasil. Irán también tendrá su propia red global, y los ciudadanos de Egipto navegarán por su Internet específica con normas internas relativas tanto al contenido como a los temas comerciales. Como mal menor se atisba que esta multiplicidad de internets podría llegar a estipular unos acuerdos federativos y los usuarios pasar de unos ámbitos a otros sin demasiados problemas.
Esta ruptura con la Internet ‘del pasado’, sin embargo, comportaría un cataclismo en las grandes corporaciones digitales. Los gigantes de Internet, como Google, Facebook, Twitter, Amazon o eBay, que han crecido en esta red durante estos años, perderían predominancia ya que se verían afectados por filtros políticos y económicos según interesase al país de turno. Y la censura y filtros informativos serían algo frecuente en los países donde el respeto a los derechos humanos no se da ni se le espera.
A este proceso de transformación, esta tormenta digital que no está tan lejana como parece, se muestran los EEUU reacios. Pero la tentación proteccionista, con la carga económica que ella conlleva, aunque sea a corto plazo, está en el punto de mira de gobernantes que sólo quieren mantenerse en el poder los pocos años que el despiste de la ciudadanía les puede permitir. Otra cosa es si el empuje tecnológico permitirá realmente poner fronteras al campo digital. Quizá esta antiglobalización –la anti-mondialisation que plantea Lenglet–, y huida hacia un proteccionismo con altas fronteras, sea un fenómeno del pasado, difícil de mantener en la época de la innovación tecnológica, de la investigación científico-técnica, de la robótica naciente y de la ancha ventana informativa como posibilitan las tecnologías. Tal vez sólo países encerrados en suaves campos de concentración podrán reconducir a un mundo cerrado, triste y con propensión a la asfixia. Corea del Norte puede servirnos de ejemplo.