miércoles, 8 de junio de 2016

Industria 4.0, ausencia de talento y la bestia apocalíptica

El presente es huidizo; difícil de apreciar. Sin embargo, hay hechos que definen y tintan el momento. Señales no faltan.

El nivel de creencia es directamente proporcional al nivel de desinformación. Es decir al grado de ignorancia. Cuanto más elevado es el grado de ignorancia que una persona lleva consigo, mayor es su predisposición a creer cualquier cosa. En especial, cosas agradables, futuros brillantes, coquetos, limpios de polvo y paja —léase sin esfuerzo alguno. En este nivel, uno se considera apto para creer en la existencia de soluciones fáciles, agradables, en futuribles esplendorosos, en lugares idílicos y atractivos.

El nivel de conocimiento o de saber, por su parte, es directamente proporcional a la capacidad de comparar. Es decir, no se trata solamente de tener información, una información concreta, sino de tener varias informaciones que permitan la comparación y la contrastación. Esto es, la visión de una situación en diferentes etapas, en distintas épocas o de otros lugares. Visiones que pueden servir para contrastar y cotejar. Esta es la única vía para aprender, y comprender el quid de las situaciones, de los cambios, de las crisis, de las parálisis económicas, etc.

Es decir, la simple información no es saber, no es conocimiento. La simple información puede llevar a creer en una realidad simplificada, hecho que va a alimentar aún más la creencia, que no es más que la configuración en idea del deseo.

Es cuando no se tiene ningún conocimiento que quede lejos de toda duda; cuando todo conocimiento se sitúa bajo la lupa, y bajo constante análisis y examen, entonces sí que se puede decir que se posee una actitud próxima al saber. Es decir, aquel estadio socrático del que sabe lo que no sabe.

Esta reflexión viene al caso por las recientes sacudidas de la bestia. La bestia es el grupo histórico político, movido más por las creencias que por el saber, que aparece cuando las tensiones de cambio económico asoman por el horizonte y la desesperación prende en las masas. Es ahora cuando aumenta la presión, cuando la energía se va acumulando con rapidez. Y eso ocurre ante la dificultad de hacer frente a los cambios profundos que se sospechan.

En la actualidad estamos entrando en la era de la cuarta revolución industrial. Una revolución encabezada por una tecnología que lleva aparejada la robótica, los automatismos, el deep learning, las máquinas que gracias a su capacidad de aprender (machine learning) irán resituándose en los intersticios necesarios de la industria, la producción y el comercio. Ante esta lluvia tecnológica interminable —la de la Industria 4.0— que en pocos años va a cambiar todo el paisaje industrial conocido, la torpe política de los dirigentes —europeos, españoles y catalanes— lo único que ha hecho es ocultar a esas almas cándidas los hechos que se avecinan.

En estos últimos años, estas almas cándidas fueron adecuadamente pautadas, en su etapa de escolarización, con unos planes de estudio donde el esfuerzo era casi nulo. Y de ahí, sin duda alguna, saldrán las fuerzas de la bestia apocalíptica, una vez estas almas ingenuas se den el encontronazo con unas máquinas más inteligentes y eficientes con las que no podrán competir en el mundo laboral.

Digámoslo con otras palabras. La catástrofe está anunciada, pues deriva de una muy leve formación y eso en una era que empieza a ser etiquetada como la era del talento. En otros términos, nos enfrentamos al hecho objetivo de una población que no tendrá fácil cabida en el engranaje productivo.

Por otro lado, hay licenciados salidos de nuestras universidades, que sólo acarrean conocimientos sobre materias inservibles —ya que carecen de mercado. Y de ahí está surgiendo otro ejército de jóvenes que, ante su situación de precariedad laboral y por ende vital, está valorando si unirse a la futura protesta.

Y esta protesta, tan pronto se vea suficientemente fuerte —numéricamente hablando— irá adquiriendo mayor intensidad. Lo que quiere decir, en otras palabras, que habrá un aumento de violencia. Las primeras señales ya se dieron hace unos años con las protestas en las plazas —los campamentos de los indignados que se iniciaron en mayo de 2011. Espolear este personal en dirección a la protesta es fácil. Su estado emocional es muy sensible dado que no ve luz alguna en su túnel vital. Sólo un cambio milagroso es lo único que su mentalidad juvenil, derivada de una infancia prolongada de subsidio, le permite aspirar. A su entender, sólo una explosión gloriosa (como todas las revueltas históricas que se han declarado y visto como gloriosas) puede rehacer el panorama y abrirle caminos hacia la vida adulta añorada, económicamente hablando.

En definitiva, el panorama tecnológico está claro. La revolución de la industria 4.0 está in crescendo. Las cifras cantan. Y por el otro lado, el nivel de formación es muy deficiente o  escaso. No abunda el talento. Y difícilmente habrá trabajo para esta multitudinaria gente sin cualificación profesional. En cambio, sí que hay gran demanda en especializaciones que exigen una alta preparación en el terreno de las tecnologías más avanzadas.

Y estos últimos años, con una ceguera casi intencionada por parte de los políticos, no se ha sabido dibujar las líneas para mejorar con rapidez el nivel de preparación laboral. En plena segunda década del siglo XXI aún se va con el carrito educativo y formativo que funcionaba a finales del siglo XX. Y el caso es que a nivel industrial, empresarial y comercial se está ya muy lejos del año 2000, que si se mira bien —dados los cambios habidos— parece pertenecer a una etapa distante en muchas décadas. 

Aún se manejan las cosas como se hacía en el último tercio del siglo XX. Sin darse cuenta que hay posibilidades infinitas comparativamente hablando con la tecnología actual. Y no hablamos ni del móvil ni del ordenador, quedémonos con el simple televisor que adorna en toda vivienda. Un televisor es realmente una cómoda ventana al exterior que podría servir para re-formar, orientar, estimular y, en último término, ayudar intelectualmente a todo este personal desahuciado y evitar así que siga andando hacia el precipicio de su futuro laboral. Sin embargo, no se hace nada. El televisor sólo sirve  para adoctrinar (fomentar las creencias, políticas sobre todo) o para adormecer las preocupaciones con heroicidades que duran unas horas o, en todo caso, hasta el día siguiente (¿quién se acuerda de aquel famoso gol de Messi del mes de febrero?). Todo ello muy lejos de la necesaria ayuda en pro del estímulo intelectual y formativo. O es ceguera o es desinterés (¡Cierto! Es más fácil programar festivales, cine o fútbol, por no hablar de narraciones sobre vidas privadas de chisme de barrio).

Como es fácil de entender, la energía con el paso del tiempo se va acumulando —sobre todo en aquellas sociedades donde no se hace nada para evitar el gran estruendo que se avecina. El bidón contenedor de esta energía cada vez se va haciendo más débil. Y, como en otros momentos de la historia, llegará el momento del gran estallido —el del estallido social. La historia es un mecanismo que tiene también su lectura en clave de leyes físicas. Todo se basa en el juego de engranajes que pueden resentirse con el buen o mal uso de la presión. Y la presión es directamente proporcional al desencanto de la gente, sobre todo respecto a su futuro económico (que, siempre, deriva de su situación profesional). En algunas épocas este desencanto se orientaba hacia el ataque a un supuesto enemigo exterior (Venezuela, ahora, puede ser un buen ejemplo de ello). Aquí en Europa, actualmente, parece claro que esto no puede funcionar. Cuando no hay vía para canalizar hacia el exterior esta presión (esta enfurecida masa de protestantes), el estallido se da encima del propio país.

En todo caso, los hechos lo indican: automatización de la producción y de la industria, y ausencia de talento. No es difícil aventurar que la presión irá aumentando y, visto el brillo intelectual de las élites gobernantes, continuará un tiempo más. Pero no será muy lejano el momento en que se dé el estallido que toda ley física anuncia. El bidón —la autocontención o esperanza en que las cosas en el mundo laboral cambien (aunque el cambio hoy por hoy se pide que lo hagan los demás)— está llegando al máximo de su resistencia. Pronto se comenzará a sentir el desgarro y el estrépito. Ya hay algunas señales —los brotes recientes en el barrio de Gracia de Barcelona, pueden servir de ilustración. Pero, estos brotes sólo son una muestra diminuta de lo que puede ocurrir si no se atiende al problema.