martes, 13 de diciembre de 2016

Educar para el futuro o para un mundo caduco

El dilema está claro. ¿Qué ganará, la educación o la deseducación? La potencia actual de los contenidos deseducativos va creciendo sin tregua. La educación, sus esfuerzos y sus modelos, son cada vez menos apreciados por el público, juvenil o no. El poder de los media, en una carrera para atraer con sus programas y series, fomentando el mínimo esfuerzo intelectual, y los consiguientes valores del dolce far niente mental, está superando todas las cotas que hasta ahora se habían visto. Hoy la educación, por nuestros lares, en España y en Europa, está en franca caída. Caída al vacío. Y mientras tanto la gente aplaudiendo y esperando que el futuro será el mundo feliz, el mundo de los sueños que les cantan las series del final feliz. ¡Qué vida nos espera!, se dicen; cuando no se dan cuenta que el encontronazo cada vez está más cercano.
Cinco, diez años vista, estos patios de luces que es el mundillo de las pantallas con millares de espectadores a la espera de la nueva comedia de distracción, estarán llenos de cadáveres mentales que no encontrarán ningún tipo de trabajo y que como una nueva alta edad media estarán pendientes de la hora de ir a buscar la sopa boba en los centros de los frailes seglares, las actuales ONG o los partidos de fecunda verborrea que prometen, sin explicar su origen, una paga mínima para sostenerse de pie. En todo caso, se lo habrán currado con su renuncia a informarse realmente de lo que es fundamental y qué accesorio, y de formarse para los grandes cambios tecnológicos que se avecinan.
Europa está en una crisis incipiente. La aparición de los voceríos populistas es la señal del inicio del fin. La proporcionalidad de los seguidores de estos grupos, en otras épocas marginales, es indicativo del gran tropiezo social, económico y político que conducirá a la nada del final. El de la despensa vacía sin que nadie —de cualquier parte del mundo desarrollado tecnológicamente hablando— te dé ni la sal. El esfuerzo tiene su recompensa. Eso lo muestran bien claro los libros de historia económica de los países que han ido despuntando, gracias al tesón y al esfuerzo, para generar riqueza y mejorar el nivel de vida. Donde el esfuerzo escasea y ni se lo busca, ahí es donde la oscuridad económica es el único futuro que se puede alcanzar.
La educación en Europa, en España, o en la misma esquina de quien escribe esto, es deficiente; siendo bondadosos con el uso de este término. Europa está en declive y, por dar otro elemento indicativo, sus políticos están empezando a huir, véase Gran Bretaña con el Brexit.

El cambio de marcha que habría que hacer para mejorar la situación, para impedir este desenfreno hacia este gran porrazo económico y social, debería de conjugar un gran cambio en la valoración de la cultura, de la alta cultura, y en especial del esfuerzo dirigido a las STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas), o STEAM (si le añadimos el arte o creatividad). Ahí, sí que hay futuro. Este es el estrecho camino, el estrecho de Gibraltar, hacia la América del futuro que es la de la alta tecnología. Pero estamos hablando de una alta tecnología creada por europeos, por españoles, por la start-up de la esquina. (¡Creaciones que apenas existen!) No hablamos de la tecnología de simples consumidores. De hecho, dentro de pocos años serán minoría los que tengan cuatro perras para poder tenerla ni una hora en las manos, o cerca en el comedor (como por ejemplo, los robots que serán los mayordomos para todo). Estamos en el momento en que es imperativo decidir entre una educación para un futuro muy tech o una educación para un mundo caduco, que se irá apagando porque la cera de su tiempo está casi consumida.

La Europa educativa tiene unas cifras que provocan temor. Estamos más allá de la profecía inspirada. Estamos en el mundo de los números y estos son claros.

En la época que está apareciendo ante nuestros ojos, la época de lo smart, de la inteligencia, no puede la ciudadanía estar con unos niveles de inteligencia que ni se le pueden suponer. La catástrofe económica está anunciada. El reloj corre sin tregua. El futuro está a corta distancia. En la época de la sociedad del conocimiento, en muchas regiones europeas, los niveles de éste se encuentran en zonas de vértigo, e incluso en algunas áreas de población en niveles negativos. Es un futuro que asusta a los avispados; aunque la ceguera voluntaria ante este problema se propaga como una epidemia.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Altas cumbres digitales y mecanismos de la historia humana

¿Y si los grupos humanos se moviesen con ciertas pautas previsibles? ¿Y si realmente existiesen unos mecanismos explicativos de las conductas colectivas? Fijémonos en lo que está sucediendo, y acaba de suceder con Donald Trump, último ejemplo de la resurrección de las consignas y los movimientos populistas. No es realmente una novedad. En otros momentos de la historia se han dado procesos semejantes. Incluso en épocas remotas de los que tenemos noticias, como en la época de la Grecia clásica, en tiempos de Platón y Aristóteles. También hubo movimientos de estilo parecido en la Edad Media, con los movimientos que entonces aparecieron con baño religioso. Esto parece que es lo que realmente ocurre. Se dan unas pautas, unos patrones de conducta. Se dan procesos físicos. Unos resultados de energías y sinergias, de rupturas de piezas del motor histórico humano y, vuelta a empezar, a menudo, aunque no siempre, con algunas mejoras.

¿Qué le ocurre al motor de nuestro coche? Nuevo, salido de fábrica, es un fulgor espléndido ante lo que es realmente capaz de hacer. Con el tiempo, una correa puede estropearse. Un fallo imprevisible. O una pieza que ante un esfuerzo mayúsculo se ha visto imposibilitada de transferir la fuerza por la que fue creada y, ¡zas!, se rompe y el motor se para. El vehículo se detiene y habrá que hacer arreglos. El curso que hasta ahora había sido recurrente y tranquilo, casi imperceptible por repetido, se trunca. Habrá que introducir cambios.

¿Determinismo? Inicialmente el planteamiento sobre el determinismo humano se focalizó a la conducta del individuo, de la persona. Pero tal vez fue una visión ciertamente estrecha, demasiado simplificada. Tal vez si se hubiese ampliado la mirada y atendido a los grupos y a su inserción en los engranajes económicos del momento histórico, hubiese sido posible perfilar, dibujar, esto es, observar, un determinismo de los procesos históricos, de las etapas por las que circula el motor social humano y que ha de hacer frente a los peñas que debería de alcanzar. Ante el esfuerzo, algunas piezas flaquean, otras se hacen trizas y el motor desfallece e incluso puede llegar a incendiarse.

Ahí tenemos algunas pinceladas de lo que, si se mira la historia desde cierta perspectiva (sin caer en la veneración, casi religiosa, de momentos precisos, como hacen algunos nacionalismos o sectarismos proféticos, religiosos o laicos), puede servir para iniciar un recorrido intelectual que permita atisbar futuros. En otras palabras, prever y enmendar, antes de que sea demasiado tarde, el futuro fallo del motor. Ahí tiene un papel la ciencia, la única forma de llegar al conocimiento que el individuo humano se ha dado y con cuya concurrencia ha podido llegar hasta donde ha llegado. El presente, con todos los males que se quieran poner sobre la mesa, no tiene parangón con las épocas pasadas. Ignorarlo, no querer verlo, es simplemente apostar por la oscuridad.

Y las peñas, las montañas altas que retan actualmente a estos motores humanos podrían bien ser las cúspides de la tecnología, los nuevos retos profesionales que exigen del motor humano, de la dedicación humana, una atención y una fuerza —un ‘es-fuerzo’— que no todas las personas (no todas las piezas y engranajes) están dispuestas (están disponibles) a ofrecer. No están adecuadamente preparadas (esto es, debidamente formadas) para hacer frente al reto del camino histórico hacia las nuevas cumbres. Las grandes industrias tecnológicas han ido a parar a otras áreas geográficas. Los aparadores, hoy digitales vía comercio electrónico, ya no necesitan puestos físicos para vender. La globalización del mercado, en nuestros lares, básicamente ha ampliado el mundo del transporte de mercaderías. Aquí por ahora queda el turismo, que los populistas, ciegos e ignorantes, pueden hacer desaparecer con sus inopinadas bisoñeces, propia de ingenuos e iletrados.

Repitámoslo una vez más. La realidad digital también se nos está presentando cuesta arriba y tiene mucha más pendiente que todas las realidades anteriores vistas.

Esfuerzo es un término que viene de “fuerza” y este término, uno de los principales de la física. Significa la capacidad de modificar la forma o el estado de reposo de un cuerpo. Ahí, en este artículo, el estado de reposo es el propio individuo. Reposo y simple atención a los entretenimientos que le mantienen como simple espectador, bien atento, calmado y quieto. Esfuerzo es el vigor propio para conseguir algo venciendo dificultades, superando resistencias. Las máquinas de regeneración del esfuerzo hasta ahora han sido las grandes penurias (léase guerras, enfrentamientos violentos, catástrofes, etc.,), que muchas veces, no siempre, han ayudado a abrir los ojos a la realidad, que siempre se presenta montañosa y abrupta, y a poner de nuevo el motor en marcha. Igual existen otros mecanismos, menos cruentos, para regenerar esfuerzos. Habrá que pensar en ello.



martes, 6 de septiembre de 2016

Por qué Corea del Sur no entrará en guerra o el termómetro digital

Corea del Sur no piensa hacer ninguna guerra porque no necesita este tipo de 'negocio' para prosperar económicamente. Sus ciudadanos han adquirido la idea, han asumido a fondo, de que con el talento, y talento en lo digital, se puede conseguir, y de muy buenas maneras, un bienestar económico adecuado. Sólo en países con garrulos y pardillos, ingenuos dirían algunos, es decir, que no van sobrados de talentosos, sino que merodean por el mundo intelectual como perdularios, son los que más fácilmente se les puede lanzar contra el país que puede darles, mediante el robo que es toda guerra ganada, las avituallas económicas que precisan para mejorar su vida cotidiana.

He ahí dos distintos carriles de la economía. O la guerra o el esfuerzo intelectual y el atrevimiento empresarial. En medio, los iletrados políticos y los gestores de la opinión pública —esto es la prensa subvencionada— que intentan, según como sopla el viento, ir nadando sobre la nada de una ciudadanía que oscila entre la creencia ideológica, sostenida con el palo y la zanahoria, y el aborregamiento de las dosis deportivas que con cadencia se les endosa vía televisiva. La cuestión es tener las mentes entretenidas y alejadas de toda tentación desestabilizadora, en caso contrario habrá que fabricar un enemigo del que extraer la substancia económica.


La historia es un libro abierto, si se quiere leer entre líneas, más allá de los nombres de los gobernantes o de las victorias esplendorosas en unas luchas para conservar unos terrenos o ampliarlos. Gestas heroicas —presentadas de forma honorífica—, que pueden servir para ir a depositar los emblemas y enseñas de una patria fabricada a gusto del vencedor. En suma, guerras y belicosidades para obtener rápidamente rentas ganadas honradamente por los otros (los "malignos enemigos"), o riquezas territoriales —léase minas de carbón o de otros minerales, o pozos petrolíferos e incluso salidas al mar. Pero también ha habido y hay otra vía. Ahí se requiere esfuerzo, muchísimo más esfuerzo para ir fabricando productos que en el mercado, cercano o lejano, podrán convertirse en monedas que servirán para mejorar las condiciones de vida e, incluso, ampliar y mejorar el sistema de fabricación o confección de los mismos. Esta ha sido la vía de Corea del Sur, toda una lección. Y así quieren continuar.


Esta es en síntesis la historia económica. A menudo las batallas también se han dado en el interior de un mismo país. Cuando los menos dotados para el esfuerzo —dejemos de lado, por hoy, la causa de ello—, quieren obtener una parte —y casi siempre la mejor— de lo que otros han obtenido con su esfuerzo laboral o empresarial. Ahí aparece una nueva manifestación del cainismo histórico. Los que quieren ir deprisa y descansados para obtener fortuna y los que pausadamente y de forma continuada van con coraje esforzándose, con su trabajo, para crear riqueza.

La riqueza procede de una simple operación matemática: yo te doy y, a cambio, tú me das. Hay un intercambio de productos por dinero; o de servicios (pintor, decorador, diseño arquitectónico) por dinero. Lo otro, la otra vía, es dame tu lo que tienes o te mato. Es el robo. El acoso. El chantaje. Un alto y rápido esfuerzo para obtener rápidamente una ganancia. Es simple. Así funcionan las cosas. Hay grados, cierto; pero en síntesis es lo dicho. Al respecto sólo hay que poner un vestuario adecuado a los distintos siglos y cambiar el decorado, y tendremos la historia real de todos los tiempos. Esfuerzo concentrado —y muchas veces sólo concentrado en la potencia del arma que se empuña— o esfuerzo dilatado en el estudio, el trabajo, la creación, y el ofrecimiento en el mercado.


¿Por qué Corea del Sur no entra en guerra? Porque no la necesita. Vende grandes productos tecnológicos por todos los continentes y está encarrilándose hacia la plenitud de la cuarta revolución industrial. No necesita la guerra. Prefiere —y se agradece— las ventas resultado de una suma de esfuerzos iniciados desde hace años. (Tomemos nota: Corea del Sur era un país del Tercer Mundo en los años 50 y 60 del siglo XX, según se podía leer en los distintos informes de los que criticaban las “injusticias mundiales”). Sin embargo, desde hace algunos años Corea del Sur está en la lista de los países del Primer Mundo y ahí sigue en veloz carrera provocando la envidia de rezagados y, sobre todo, de los que se han manifestado cansados antes de iniciar el deporte de la economía productiva y mercantil.


¿Por qué Rusia y Turquía están entrando en unas relaciones políticas más belicosas que industriosas? ¿Por qué Putin está torpedeando constantemente a Ucrania? ¿Por qué Turquía —léase Erdogan— está aprovechando el 'golpe' militar para hacer un extremado contragolpe? ¿Por qué Corea del Norte está jugando con misiles balísticos que lanza al mar del Japón? Sin ninguna duda porque es más fácil conseguir prebendas —léase riqueza— por la vía férrea, estos es militar, que por la vía del esfuerzo intelectual, de la industria 4.0 y de los avances en la revolución tecnológica, que es lo que toca en esta segunda década del siglo. Han llegado tarde —podrán decir— pero las prebendas las quieren para ya y pronto. Y su población, si ve caer con la lluvia peces y cangrejos, y añadidos a la salsa, cerrará los ojos ya que a nadie le amarga un dulce, aunque este oro venga de la confiscación o del robo a otros. Continua, así pues, esta serie, que es la historia de la humanidad. Y desde hace milenios. La tecnología cambia, la humanidad y sus tejemanejes, mucho menos. O casi nada, por lo que se ve en estos lares, donde abunda la estulticia política.


Visto todo ello, el termómetro digital —la digitalización— puede dar buena cuenta de lo que puede pasar en los países que reticentes al cambio, y al esfuerzo intelectual —la famosa resistencia al cambio—, se oponen a adoptar las competencias que hoy se demandan en el mercado industrial. Lo cierto es que nunca el reloj ha tenido tendencia a pararse. Así que es cuestión de tiempo. Y a menos que, en los países europeos y en especial en los más cercanos al Atlántico, haya una conversión digital, como en su momento hicieron los coreanos del sur, y empiezan con una tarea de actualización en digital skills, en competencias digitales, o aparecerá la otra alternativa. La alternativa que fue profusa en época romana —el camino económico seguido por los césares augustos— empeñados casi siempre en elegir la vía cruenta, la de la declinación práctica del bellum, belli. Es decir, la de la guerra en lugar de la producción y el comercio.

viernes, 19 de agosto de 2016

España digital o la conjura de los necios

La época actual se recordará. Incluso será de mención en los libros de historia que se editarán para ilustrar al alumnado de las etapas básicas. Se hará una lista de los nombres propios a los que se “acusará” de haber estado ciegos ante lo que era patente y se iba anunciando casi de manera constante. Ciegos ante los profundos cambios que se iban a producir en el corto término de cinco años, y más, y que de no ponerse en sabia disposición, se podría cometer un error histórico, abriendo las puertas a una crisis económica, —por quedar rezagados ante los cambios que se avecinan— de muy difícil superación.

Estamos hablando de los cambios tecnológicos que a nivel mundial se están realizando —implementándose en las industrias de todo tipo—  y que ocasionaran un transbordo de negocios de una parte a otra del planeta. Ya se está hablando —por poner un ejemplo reciente— de la “huida” de la fuerza de trabajo cualificada (estos es, trabajadores de alta cualificación profesional) de Alemania a China. En China, uno de los países que está encabezando desde hace años la introducción de la robótica y la inteligencia artificial en las empresas, se empiezan a dar cuenta del gap profesional que hay y por ello han empezado una carrera de recruitment (de contratación) de personal idóneo para las nuevas industrias —las de la llamada cuarta revolución industrial o de la industria 4.0. Se han acabado, pues, las fronteras de una manera definitiva. Hoy y mañana el talento —igual como lo fue también en otros momentos de la historia, por lo que hace a los científicos, inventores e incluso a los diestros en los nuevos sistemas de tejer— abrirá las puertas hacia su futuro. Pero, y ahí el peso de la ignorancia de casi todos nuestros políticos, por aquí aún no se han dado cuenta que ya ha sonado la campana de esta gran carrera.

Por ahí aún se continúa con la larga vacación política, bien trufada por la vacación veraniega y la fresca visualización de las medallas olímpicas que no pasan de ser meras simplezas que realmente no aportan nada, pero nada, al futuro del país. Por estas lares, entre los populismos —los populistas oficiales, de los Podemos variados, y los populistas aspirantes como los socialistas seguidores cegados por Pedro Sánchez— y los ejercicios o declaraciones políticas de patio de colegio —a nivel de parvulario, que no dan para más— se está perdiendo un tiempo que empieza a ser escaso, ya que se habla de un gran cambio tecnológico industrial que tendrá como punto fuerte inicial en el cercano 2020.

Mientras, siguen las algaradas, las frases inflamadas de consignas —muchas procedentes del siglo XIX o de mediados del XX—, y no aparece, ni por casualidad, ninguna idea que rezume algunos de los olores más modernos del siglo XXI. La educación que se está dando en las aulas —desde los párvulos, y las enseñanzas básicas, hasta el nivel de las universidades muchas de ellas con carreras que llevan a un paro predicho desde hace años—, salvo algunas excepciones, muchas de ellas procedentes de centros privados, está fomentando unas salidas profesionales que ayudarán a engrosar el batallón del paro y a aumentar la frustración que lleva a votar al populismo confiando en que se realicen los milagros prometidos.
Por otro lado, la fuerza laboral actual está configurada por unos perfiles que podían ser óptimos en las últimas décadas del siglo XX, pero que hoy están entrando en el ámbito de las cosas obsoletas, esto es, anticuadas e inservibles.

Entretanto, la clase política, desde los que se tapan las vergüenzas de su ignorancia supina con la bandera nacionalista, hasta los que se escudan en las frases manidas de la igualdad, de reformas sociales vacuas o en la subida de impuestos —como si "robar" legalmente sirviera a medio y largo plazo para subsanar lo que el esfuerzo intelectual y emprendedor debería de hacer ofreciendo una mayor fortaleza de cara el futuro—, continua dando vueltas a la noria de la insensatez.

La clase política española está realmente ciega, rondando entre la desinformación (ausencia de lectura) y la ignorancia. A causa de ello, no ha abandonado su mentalidad provinciana —por no decir comarcal. Y se mantiene con unos ojillos dirigidos a buscar soluciones en recetas del pasado, cuando resulta que la globalización —el gran mercado del mundo, la gran industria mundial, y los importantes trabajadores talentosos del planeta— han dejado de vivir en la ciudad del lado. La globalización quiere decir, a menos que se quiera vivir dentro de una cueva, que la política económica  —las compras y las ventas, los precios y las ofertas, los puestos de trabajo y las demandas— se hace en mostrador del gran mundo. Se terminó el mercadillo del jueves por la mañana o del sábado por la tarde. ¿Se habrá enterado nuestra clase política de que este mundo provinciano ya ha fenecido?


Entre las excepciones, hay que nombrar al socialista español Javier Solana, quien sin poner nombres propios conocidos por estos lares —no es necesario nombrar a Pedro Sánchez para entender la lección que le está ofreciendo de manera gratuita en un artículo reciente: Taming the Populists—, está subrayando la necesidad de “desarrollar sistemas para garantizar que los ciudadanos estén equipados para prosperar en un mundo globalizado en el largo plazo. Creatividad, habilidades de resolución de problemas y la competencia interpersonal serán cosas esenciales”. En suma, competencias digitales (digital skills). Y temiendo lo peor, Solana, en la versión inglesa de su artículo que difiere de la española, termina su sabio consejo apuntando que “una victoria del populismo indicaría que la clase política realmente ha fallado a sus ciudadanos”. Su última frase es preclara: “Es hora de que los líderes nacionales demuestren que están prestando atención” (a lo que ocurre en nuestro alrededor; esto es, más allá de la provincia o de la comarca). ¡Ay!

martes, 19 de julio de 2016

Programa formativo contra el infantilismo político: economía y habilidades digitales.

La extraordinaria ignorancia de cómo funcionan las cosas y de hacia dónde nos conduce el futuro está llegando a una extrema peligrosidad. Ya hay señales de cómo puede ser un próximo futuro si se examina qué les está pasando a países que han quedado mentalmente apoltronados en una época pasada, repitiendo modos de vida y labores de antaño. La realidad es que el antaño ya no existe y difícilmente volverá a existir. La revolución tecnológica está yendo a marchas forzadas y en cinco años, muchos de los puestos actuales de trabajo habrán desaparecido siendo sustituidos por grandes máquinas —que son más rentables y tienen menos costes salariales—, los robots y la inteligencia artificial. El mundo digital está penetrando en las industrias de todo tipo y lo antiguo envejecerá a marchas forzadas.
Ante este espectáculo que estamos viendo por la cara más oscura, sólo hay una vía de salida: Subirse con rapidez al tren de la digitalización, apuntándose a una mejora en formación en habilidades digitales (digital skills). En caso contrario, la penuria económica será algo cantado —con la fuerte protesta, casi violenta, que ello puede desencadenar. Los signos al respecto son claros: Italia en este mismísimo momento está en el umbral del hundimiento. ¿Alguien conoce algún dispositivo digital made in Italy que sea codiciado por las multitudes? ¡He ahí el problema! O se está en el mercado de la digitalización —con productos o industrias, ingenios o creatividad digital— o el hundimiento económico —el pase a la tercera división de la economía— será un hecho.
A corto plazo, ¿qué hacer? Establecer grandes programas, incentivados intelectualmente (no económicamente; olvidémonos de tratar a los adultos “con caramelos”), de profundización en habilidades digitales. Ello comportará —en un intervalo no muy lejano de dos o tres años— estar preparado para optar a los nuevos puestos de trabajo con carácter digital que hoy mismo ya se están ofreciendo y que, ¡ay! no aparecen suficientes candidatos para ocuparlos. (Hay 85.000 perfiles digitales sin cubrir según datos del Centro de Tecnologías Avanzadas del INAEM). Y eso ocurre aquí y también en otros países europeos, como el Reino Unido (Un informe de Telefonica | O2The independent report of the UK Digital Skills Taskforce. Beta Edition July 2014. Interim Report— sobre competencias digitales indica que la economía de este país necesitaría, entre los años 2013 y 2017, 745.000 trabajadores adicionales con formación en habilidades digitales. Y a nivel europeo ya lleva tiempo indicándose que el crecimiento de la economía en el continente dependerá de la alta formación en Ciencias y Tecnología, con la creación de casi 900.000 empleos tecnológicos de aquí a 2020).
Este recambio profesional —necesario e imperativo— dará alas a la economía del país. Un país, el nuestro, que está demasiado subordinado a un mercado turístico que puede desaparecer de la noche a la mañana. Sólo hace falta que cuatro locos pongan algún artefacto mortífero en lugares de afluencia turística y se terminará con este mercado. Ejemplos tenemos de Egipto, Túnez o Turquía.
Lo digital es el futuro, pero de un futuro que está a la vuelta de la esquina. Si nuestros politicastros —difícil hablar de políticos viendo sus escasas virtudes intelectuales, a menos que las tengan ocultas y no quieran manifestarlas— no se empeñan en este cambio y, por otro lado, si la población activa no deja de adoptar el clásico infantilismo de recurrir al papá Estado para que le solucione las cosas, el final será diáfano: "todo será llanto y crujir de dientes".
A medio plazo, ¿qué hacer? Cualquier reforma educativa —absolutamente necesaria— debería de incluir, además de las materias clásicas, unas nociones básicas de economía y altas habilidades digitales que lleguen a ser "la envidia" de otros países. Entre ellas, aprender programación y ser fuerte en analítica y matemáticas.
¿Por qué economía? Porque la base del infantilismo político, como se transluce en los últimos años, radica en no saber de dónde viene la riqueza. En creer que el papá Estado o la magnificencia del dios de turno es el que se encarga de dotar de bienes a sus seguidores. Y, lamentablemente, las cosas económicas no funcionan así. La economía depende de un mercado. Si eres interesante con tu talento te contratarán las empresas. Si tu talento es extraordinariamente interesante te pagarán muy mucho para que sigas en la empresa y no te vayas a la competencia. Si tu talento es mediocre —es decir, si sólo sabes hacer lo mismo que miles y miles de personas— pasarás a depender de la lotería laboral. La suerte puede darte trabajo. Pero la suerte se prodiga poco; escasea.
Si trasladamos el caso a nivel de todo el país, la riqueza de este dependerá también del mercado; de su posibilidad de vender. ¿Y qué es lo que se vende más hoy día y se venderá más a partir de los próximos años? Productos digitalizados. Hoy los móviles y las tabletas digitales ya están diseminadas y su índice de venta está bajando; hay empresas como Samsung o Toshiba que están orientándose hacia nuevos nichos de mercado con nuevos productos, entre otros los relacionados con la realidad virtual. Fijémonos que incluso las empresas nacidas de lo digital —Google, por ejemplo— están desembarcando en territorios comerciales de las antiguas industrias, como las de los automóviles. El coche sin conductor de Google es un ejemplo claro de que las cosas van cambiando y que hay que estar al tanto si se quiere continuar a flote.
Hoy estamos en un proceso de transformación digital de las empresas —desde las más grandes hasta las Pimes— y quien no se ponga a nivel de lo que dicta el calendario económico, es decir, el mercado digital, tendrá un futuro negro sin ninguna luz tecnológica. La decadencia estará a la orden del día y la crisis, penuria, escasez y hambre serán las imágenes que poblaran el imaginario de la población.
Aún se está a tiempo de prepararse ante la tormenta digital. De la que está más cercana —con un gran programa de formación inmediata en habilidades digitales— hasta la que iluminará el nuevo cielo de un mundo robotizado y automatizado que necesitará grandes y bien formados profesionales para operar con las nuevas máquinas. Las lecciones básicas de economía servirán para evitar que se busque en los Reyes Magos la solución que está y estará, realmente, en manos de cada uno y de su esfuerzo.


viernes, 24 de junio de 2016

La nueva ola digital o la industria y el trabajador del mundo 4.0

Los cambios profundos en distintas épocas de la historia europea han sido promovidos por cambios tecnológicos; cambios que han venido impulsados por descubrimientos, aportaciones científicas y también —y sobre todo, se podría añadir— por el atrevimiento de un sector de la sociedad que ha sido capaz de ponerse en primera línea de este cambio o, ocurrido aquel en países cercanos, ha sabido aprovechar la ola y no ha tenido miedo a incorporarse en la carrera económica que la nueva técnica promovía.

De hecho, toda la historia económica se podría simbolizar con los movimientos de las olas. Siempre aparecen nuevas olas y las olas que hasta hace un momento habían sido álgidas y de gran esplendor ahora han perdido majestuosidad y, al perder todo impulso, han llegado a sucumbir en la arena de las playas. Estas olas, sin embargo, han sido relevadas por nuevas y mayúsculas olas que con nueva impetuosidad se van acercando de nuevo a la costa. Y así, parece, ad infinitum.

Para confirmar esta metáfora, es decir, si se quiere ver su reflejo real, sólo hay que visitar las zonas, calle o áreas industriales que a mediados del siglo pasado y del anterior eran importantes centros laborales. Hoy, como olas que se han amortiguado, aquellos barrios o calles están apagados y el tránsito, que en su momento llegó a ser numeroso, es escaso o apenas hay.

En la actualidad está llegando el rugido de una nueva ola. El viento es impetuoso. Se trata del viento digital y la ola ya hace tiempo que ha sido bautizada: es la ola de la industria 4.0. Un tipo de industria que tiene elementos que proceden de la historia industrial pasada, pero que está impregnada de tintes completamente distintos que están exigiendo cambios profundos en la mano de obra laboral. Esta nueva industria está planteando unos retos y desafíos como nunca antes se habían imaginado. El trabajador 4.0 tiene una misión completamente nueva: la autoexigencia de la formación continuada.


El mundo, con las comunicaciones y la rapidez de la información, se ha hecho más pequeño. Hoy el comercio es a nivel mundial. Recibimos paquetes de Corea del Sur o de China tras una semana de haber hecho el encargo. Por supuesto, si la compra se hace a una empresa nacional el paquete llegará antes de 48 horas del pedido. Y de la misma manera que nosotros podemos comprar —vía Internet, a través de Amazon, PayPal, etc.— desde los otros países pueden comprar muy fácilmente los productos que fabricamos nosotros. El mercado es, pues, a nivel mundial y —atención aquí— la competencia comercial también es a nivel global. Nuestra empresa no sólo tendrá que enfrentarse con las empresas del sector de la provincia o de la comunidad, sino que también y de forma especial, con empresas de Francia, Alemania, Estados Unidos, China, India o Singapur, por dar unos nombres.

El problema no sólo radica en que el número de competidores ha aumentado, sino sobre todo en que muchos de estos competidores están fabricando cosas nuevas. Mientras que nosotros, es muy posible que continuemos fabricando productos de la misma forma como se hacía hace veinte o treinta años. Y, además, lo están haciendo de forma más rápida y más eficiente. Y eso —si miramos los números— significa un mejor precio (más barato). Y ahí radica parte de la novedad. Pero sólo una parte.

La otra parte se centra en la capacidad de creatividad e innovación. Cabe mencionar que el consumidor de hoy, la persona que está viviendo en esta segunda década del siglo XXI, es un individuo que tiene gran propensión al cansancio. Le encantan las novedades y se apunta a las innovaciones que se le propongan siempre que entren dentro del cuadro que marca su economía y lo que podemos entender como funcionalidad, es decir que le aporte algún servicio o beneficio (aunque sea a nivel de recreo). De ninguna manera tiene interés en gastar dinero por algo que no le complazca en algunos de esos aspectos.

Fijémonos en el mismo teléfono móvil. Durante milenios, siglos y décadas —si lo miramos por el lado más corto—, el individuo humano ha podido vivir tranquilamente sin el smartphone. Su vida pasaba por las vicisitudes habituales y en ningún momento echaba de menos lo que hoy —el móvil— es motivo de preocupación si no nos funciona o lo hemos dejado olvidado en casa. El teléfono móvil o celular —sólo hay que levantar la cabeza y examinar a la gente que transita por el paseo o que está en el tren metropolitano— es un objeto hoy por hoy imprescindible para casi cualquier persona.

Este individuo que retratamos es la persona que frecuentará el mercado de la industria 4.0 que le ofrecerá nuevos productos, cada uno de ellos de lo más sofisticado, y con gran carga digital. Y si no encuentra por aquí estos productos, ¡no hay problema! Por esa ventana que es Internet, comprará aquellos objetos que no le ofrecen ni los comercios de la esquina ni las empresas del polígono industrial de su ciudad.

La transformación digital (la digitalización) que están experimentando muchas empresas —en especial en Alemania, Estado Unidos, o en países del Asia del Pacífico (AsPac), como China— está generando la gran ola que terminará rematando las olas de la industria anterior a la cual todavía mucha gente se siente asociada.

La nueva industria, la industria 4.0, es la que tendrá como principal capital laboral, por un lado, una maquinaria altamente sofisticada (sofisticación que vendrá proporcionada por el nivel de automatismos y de control de fabricación y producción). Aquí las investigaciones sobre inteligencia artificial, sobre las máquinas que se irán autorregulando a la hora de fabricar objetos y productos (machine learning), tendrán un papel más que relevante, a la vez que provocarán —ahora ya lo están haciendo— transformaciones constantes dada la velocidad de cambio que se está viviendo.


Por otra parte, el capital laboral de esta industria 4.0 derivará también de la mano de obra de un personal altamente cualificado. Se puede decir que la época en que los estudios quedaban circunscritos a una etapa de la vida ya ha caducado. Ahora constantemente habrá que irse poniendo al día para poder atender, desde un punto de vista laboral, los procesos que estas máquinas robóticas, los robots,  irán introduciendo en la nueva industria. El talento digital será un valor que ya desde ahora mismo se busca en cualquier curriculum que se presente en una factoría industrial o empresa comercial. Y en caso de no existir este tipo de talento, la persona dueña de este currículo se convertirá en un ser invisible.

El nuevo trabajador —el trabajador del mundo 4.0— tiene unos retos extraordinariamente interesantes. Él ya no será aquel trabajador pasivo que ha ido haciendo tareas repetidas —este trabajador, como la ola amortiguada, ya está desapareciendo— sino que, por el contrario, la creatividad y la innovación serán también unos valores que se le pedirán, además de estimulárselos.

Trabajar en el mundo 4.0 hará que se convierta en creador de nuevos productos y de nuevas ofertas de mercado. Este nuevo trabajador será a la vez un nuevo tipo de artista, ya que para entusiasmar al consumidor del mundo 4.0 deberá saber introducir elementos atrayentes que rapten el interés de quien nos puede comprar el producto y que deseará tener un ejemplar del mismo.


Este trabajador deberá de tener no solo una alta formación sino que al mismo tiempo deberá de haber desarrollado su capacidad creativa a fin de poder ayudar a orientar a los nuevos consumidores en la "personalización" de los productos que querrán que se fabriquen en exclusiva para ellos.

miércoles, 8 de junio de 2016

Industria 4.0, ausencia de talento y la bestia apocalíptica

El presente es huidizo; difícil de apreciar. Sin embargo, hay hechos que definen y tintan el momento. Señales no faltan.

El nivel de creencia es directamente proporcional al nivel de desinformación. Es decir al grado de ignorancia. Cuanto más elevado es el grado de ignorancia que una persona lleva consigo, mayor es su predisposición a creer cualquier cosa. En especial, cosas agradables, futuros brillantes, coquetos, limpios de polvo y paja —léase sin esfuerzo alguno. En este nivel, uno se considera apto para creer en la existencia de soluciones fáciles, agradables, en futuribles esplendorosos, en lugares idílicos y atractivos.

El nivel de conocimiento o de saber, por su parte, es directamente proporcional a la capacidad de comparar. Es decir, no se trata solamente de tener información, una información concreta, sino de tener varias informaciones que permitan la comparación y la contrastación. Esto es, la visión de una situación en diferentes etapas, en distintas épocas o de otros lugares. Visiones que pueden servir para contrastar y cotejar. Esta es la única vía para aprender, y comprender el quid de las situaciones, de los cambios, de las crisis, de las parálisis económicas, etc.

Es decir, la simple información no es saber, no es conocimiento. La simple información puede llevar a creer en una realidad simplificada, hecho que va a alimentar aún más la creencia, que no es más que la configuración en idea del deseo.

Es cuando no se tiene ningún conocimiento que quede lejos de toda duda; cuando todo conocimiento se sitúa bajo la lupa, y bajo constante análisis y examen, entonces sí que se puede decir que se posee una actitud próxima al saber. Es decir, aquel estadio socrático del que sabe lo que no sabe.

Esta reflexión viene al caso por las recientes sacudidas de la bestia. La bestia es el grupo histórico político, movido más por las creencias que por el saber, que aparece cuando las tensiones de cambio económico asoman por el horizonte y la desesperación prende en las masas. Es ahora cuando aumenta la presión, cuando la energía se va acumulando con rapidez. Y eso ocurre ante la dificultad de hacer frente a los cambios profundos que se sospechan.

En la actualidad estamos entrando en la era de la cuarta revolución industrial. Una revolución encabezada por una tecnología que lleva aparejada la robótica, los automatismos, el deep learning, las máquinas que gracias a su capacidad de aprender (machine learning) irán resituándose en los intersticios necesarios de la industria, la producción y el comercio. Ante esta lluvia tecnológica interminable —la de la Industria 4.0— que en pocos años va a cambiar todo el paisaje industrial conocido, la torpe política de los dirigentes —europeos, españoles y catalanes— lo único que ha hecho es ocultar a esas almas cándidas los hechos que se avecinan.

En estos últimos años, estas almas cándidas fueron adecuadamente pautadas, en su etapa de escolarización, con unos planes de estudio donde el esfuerzo era casi nulo. Y de ahí, sin duda alguna, saldrán las fuerzas de la bestia apocalíptica, una vez estas almas ingenuas se den el encontronazo con unas máquinas más inteligentes y eficientes con las que no podrán competir en el mundo laboral.

Digámoslo con otras palabras. La catástrofe está anunciada, pues deriva de una muy leve formación y eso en una era que empieza a ser etiquetada como la era del talento. En otros términos, nos enfrentamos al hecho objetivo de una población que no tendrá fácil cabida en el engranaje productivo.

Por otro lado, hay licenciados salidos de nuestras universidades, que sólo acarrean conocimientos sobre materias inservibles —ya que carecen de mercado. Y de ahí está surgiendo otro ejército de jóvenes que, ante su situación de precariedad laboral y por ende vital, está valorando si unirse a la futura protesta.

Y esta protesta, tan pronto se vea suficientemente fuerte —numéricamente hablando— irá adquiriendo mayor intensidad. Lo que quiere decir, en otras palabras, que habrá un aumento de violencia. Las primeras señales ya se dieron hace unos años con las protestas en las plazas —los campamentos de los indignados que se iniciaron en mayo de 2011. Espolear este personal en dirección a la protesta es fácil. Su estado emocional es muy sensible dado que no ve luz alguna en su túnel vital. Sólo un cambio milagroso es lo único que su mentalidad juvenil, derivada de una infancia prolongada de subsidio, le permite aspirar. A su entender, sólo una explosión gloriosa (como todas las revueltas históricas que se han declarado y visto como gloriosas) puede rehacer el panorama y abrirle caminos hacia la vida adulta añorada, económicamente hablando.

En definitiva, el panorama tecnológico está claro. La revolución de la industria 4.0 está in crescendo. Las cifras cantan. Y por el otro lado, el nivel de formación es muy deficiente o  escaso. No abunda el talento. Y difícilmente habrá trabajo para esta multitudinaria gente sin cualificación profesional. En cambio, sí que hay gran demanda en especializaciones que exigen una alta preparación en el terreno de las tecnologías más avanzadas.

Y estos últimos años, con una ceguera casi intencionada por parte de los políticos, no se ha sabido dibujar las líneas para mejorar con rapidez el nivel de preparación laboral. En plena segunda década del siglo XXI aún se va con el carrito educativo y formativo que funcionaba a finales del siglo XX. Y el caso es que a nivel industrial, empresarial y comercial se está ya muy lejos del año 2000, que si se mira bien —dados los cambios habidos— parece pertenecer a una etapa distante en muchas décadas. 

Aún se manejan las cosas como se hacía en el último tercio del siglo XX. Sin darse cuenta que hay posibilidades infinitas comparativamente hablando con la tecnología actual. Y no hablamos ni del móvil ni del ordenador, quedémonos con el simple televisor que adorna en toda vivienda. Un televisor es realmente una cómoda ventana al exterior que podría servir para re-formar, orientar, estimular y, en último término, ayudar intelectualmente a todo este personal desahuciado y evitar así que siga andando hacia el precipicio de su futuro laboral. Sin embargo, no se hace nada. El televisor sólo sirve  para adoctrinar (fomentar las creencias, políticas sobre todo) o para adormecer las preocupaciones con heroicidades que duran unas horas o, en todo caso, hasta el día siguiente (¿quién se acuerda de aquel famoso gol de Messi del mes de febrero?). Todo ello muy lejos de la necesaria ayuda en pro del estímulo intelectual y formativo. O es ceguera o es desinterés (¡Cierto! Es más fácil programar festivales, cine o fútbol, por no hablar de narraciones sobre vidas privadas de chisme de barrio).

Como es fácil de entender, la energía con el paso del tiempo se va acumulando —sobre todo en aquellas sociedades donde no se hace nada para evitar el gran estruendo que se avecina. El bidón contenedor de esta energía cada vez se va haciendo más débil. Y, como en otros momentos de la historia, llegará el momento del gran estallido —el del estallido social. La historia es un mecanismo que tiene también su lectura en clave de leyes físicas. Todo se basa en el juego de engranajes que pueden resentirse con el buen o mal uso de la presión. Y la presión es directamente proporcional al desencanto de la gente, sobre todo respecto a su futuro económico (que, siempre, deriva de su situación profesional). En algunas épocas este desencanto se orientaba hacia el ataque a un supuesto enemigo exterior (Venezuela, ahora, puede ser un buen ejemplo de ello). Aquí en Europa, actualmente, parece claro que esto no puede funcionar. Cuando no hay vía para canalizar hacia el exterior esta presión (esta enfurecida masa de protestantes), el estallido se da encima del propio país.

En todo caso, los hechos lo indican: automatización de la producción y de la industria, y ausencia de talento. No es difícil aventurar que la presión irá aumentando y, visto el brillo intelectual de las élites gobernantes, continuará un tiempo más. Pero no será muy lejano el momento en que se dé el estallido que toda ley física anuncia. El bidón —la autocontención o esperanza en que las cosas en el mundo laboral cambien (aunque el cambio hoy por hoy se pide que lo hagan los demás)— está llegando al máximo de su resistencia. Pronto se comenzará a sentir el desgarro y el estrépito. Ya hay algunas señales —los brotes recientes en el barrio de Gracia de Barcelona, pueden servir de ilustración. Pero, estos brotes sólo son una muestra diminuta de lo que puede ocurrir si no se atiende al problema.

jueves, 26 de mayo de 2016

El nuevo mundo personalizado

Si los contratiempos que nos están tocando vivir —un débil liderazgo en una Europa con intenciones disgregadoras; unos Estados Unidos con tentaciones autárquicas; desenfrenos en el mundo de Oriente Medio que sacuden profundamente—, si estos contratiempos se llegan a controlar, se podrá acceder, gracias al gran cambio tecnológico, a un nuevo mundo personalizado (Personalized World). Todo, todo, se fabricará, se construirá a nivel muy personal. Se está terminando la época de las prendas, muebles, cocinas y electrodomésticos, por poner unos ejemplos, estandarizados. Se termina con los coches fabricados en serie. Estamos entrando con los jerséis o las joyas hechas por encargo y cuidadosamente personalizados. Todo será personal y reflejará nuestros gustos, inquietudes, deseos o necesidades. Se terminará paulatinamente con la igualdad externa (la interna es otra cosa; esa depende de los sistemas de adiestramiento "intelectual" que uno ejercite).

Los seguros de los coches, por seguir con ejemplos, también estarán personalizados. El recibo de la luz empieza ya a andar por este camino. La sanidad también se mueve en este sentido.

Y eso es factible porque el mundo de los datos —de los big data—, de su acumulación y análisis, está a la vuelta de la esquina. Y es este mundo el que ayudará a individualizar en grado sumo nuestra circunstancia vital. Los datos que iremos dejando con nuestra huella digital y con la huella de los aparatos informatizados (ahí el papel importantísimo de la internet de las cosas (Internet of things) —es decir de nuestras dispositivos y máquinas que estarán enviando señales al mundo digital y a los receptores digitales) se irá creando nuestra sombra digital y a partir de ella, las ofertas personalizadas, los precios personalizados, las dietas personalizadas, las recomendaciones médicas personalizadas, y todo un abanico de propuestas, que hoy son aleatorias, las iremos recibiendo primeramente con sorpresa pero más adelante con fruición. Nos llegará aquello que nos interesa y a un precio adecuado a nuestras posibilidades y actividades.

Por continuar con los seguros de los coches. Se terminará con la cuota universal. Se dará por fin respuesta detallada al omnipresente interrogante de por qué todos han de pagar la misma cuota sea cual sea su talante a la hora de conducir un coche. Muy pronto, a partir de los datos recogidos por los distintos sensores que llevará el vehículo —datos captados tecnológicamente que llegarán a los data center de las empresas de seguros de coches— las compañías adaptarán las tasas al tipo de ejercicio viario que cada uno ejerza. Pero no quedará el cambio sólo en este ámbito.

Todos y cada uno de los aspectos vitales que nos rodean y que nos influyen tenderán a esa personalización. Y uno de los más importantes estará, también, en los estudios; en la educación. Se terminará con la clase magistral y la inercia de explicar lo mismo para todos. Pronto, mediante ingenios informáticos, que se basarán en la inteligencia artificial, la educación se acercará al joven estudiante con una panoplia de persuasiones culturales que le llevarán con facilidad hacia focos de su interés con lo cual aumentará su esfuerzo y el estudio consciente y voluntario. Se acabará con el aburrimiento en las aulas. Ahora con las indicaciones educativas personalizadas se podrá estimular el cerebro de nuestros muchachos y, a la vez, abrirles nuevas e interesantes perspectivas que les dejarán sin aliento, debido al ardor deliberado que dedicarán. Chicos y chicas dejarán de ser del montón, apáticos, grises, y gracias a la personalización empezarán a adquirir una identidad estudiantil y, posteriormente, profesional que, si se compara con otros tiempos, serán dignos de envidia.

En esta época —el presente— donde abundan las profecías apocalípticas —el miedo a un mundo con robots, inteligencia artificial y automatización de las industrias, etc.—, que amenazan con grandes cantidades de personas sin trabajo y con pocas capacidad de supervivencia en el nuevo mundo laboral, si se examina la otra cara de la moneda, que es este mundo personalizado, se verá que hay auténticas salidas profesionales. Y muchísimo trabajo que ofrecer y ejercer.

Este distinto y distante mundo personalizado, tomemos nota, precisará profesionales muy bien preparados para poder atender a cada uno de los potenciales clientes —que somos todos. Esta nueva etapa es un paso adelante. Hasta ahora la tecnología había ido penetrando en el mundo industrial. En adelante, empezará a orientarse hacia el mundo personal. Hay, en potencia, muchísimo trabajo por realizar, pero también se necesitará una alta formación profesional. Nunca nada grande se hizo ni se ha hecho sin esfuerzo. He ahí la palabra clave de nuestra época.


viernes, 22 de enero de 2016

Una historia repetida: disfunción social, crisis y tecnología

El momento actual es preclaro. Las señales, de arúspices. Las crónicas del presente poco atendidas. Las por venir, sangrantes. El momento, terrible. Ya lo describió Salviano, sin saberlo. Sí, Salviano; aquel Salvianus massiliensis. Salviano de Marsella. Aquel escritor de finales del imperio Romano que murió riéndose ("Perit ridendo"), poco después del año 470 dC.

Salviano nos dejó por escrito, casi punto por punto, una descripción de nuestra época. De nuestro más inmediato presente. De nuestro derrumbe. Pero su obra fue muy poco consultada y así nos va. Ganó en el ranking de la época La Ciudad de Dios (412-426) de Aurelio Agustín, nuestro San Agustín, escrita a remolque del saqueo de Roma por los bárbaros a las órdenes de Alarico en el agosto de 410. Eran tiempos bárbaros, de grandes cambios, de crisis y de gran inestabilidad política. Casi como ahora. 

¿Qué nos dice Salviano? En su crónica, casi periodística, apunta que “en medio de estas circunstancias se saquea a los pobres, gimen las viudas, se pisotea a los huérfanos, hasta el punto de que muchos, y no nacidos de oscuro linaje sino habiendo recibido una educación esmerada, huyen hacia el enemigo para no morir ante el azote de la persecución pública; buscan junto a los bárbaros la humanidad romana, ya que junto a los romanos no podían soportar la bárbara inhumanidad. Y aunque disientan en la lengua, incluso disientan en el olor mismo de los cuerpos y de los atavíos de los bárbaros, prefieren, a pesar de todo, aguantar en medio de los bárbaros una civilización distinta, que entre los romanos una cruel injusticia. Por tanto, a los godos, o a los bagaudas o a otros bárbaros que gobiernan en todas partes, emigran y no se avergüenzan de haber emigrado. Prefieren vivir libres bajo apariencia de cautividad que bajo apariencia de libertad ser cautivos”.

¿Qué cabe destacar de ello? Que la cuna civilizatoria ya no arropa suficientemente. Sus mimbres son flojos. La educación no sirve; ya no ayuda a subir peldaños sociales. Sólo hay posibilidad de huida hacia lo exterior. Hacia lo bárbaro. Actualicemos la narración: ¿Cuántos europeos no han marchado, y están marchando, hacia nuestros actuales bárbaros, los bárbaros del Estado Islámico, ISIS, ISIL o Daesh? ¿Cuántos van abandonando estos barrios que olvidaron tener horizontes y vías de salida y se lanzan a la barbarie?

Pero Salviano no nos habla sólo de los bárbaros (aquellos enemigos exteriores), sino también de los bagaudas, que aparecieron con la crisis. ¿Quiénes fueron los bagaudas? Estos eran los integrantes de bandas que participaron en rebeliones —las revueltas bagaudas— que se dieron en el Bajo Imperio romano en la Galia y en Hispania, principalmente en el siglo V. Estas revueltas fueron, en algún momento, muy cruentas; se llegó a matar al obispo de Tarazona (año 454), apoderarse de Zaragoza y al saqueo de Lérida. Estos grupos estaban formados por campesinos, libres o serviles, esclavos huidos, indigentes, colonos que huían del fisco, en suma gente que estaba gravemente afectada por la grave crisis económica vivida en la última etapa del Imperio.

¿Quiénes podrían ser los bagaudas actuales? Veamos. ¿Quiénes son los que se sienten más alejados del sistema? ¿Quiénes son los que a pesar de sus más o menos estudios no encuentran un trabajo que les permita acercarse al nivel económico imaginado y fomentado desde los medios de comunicación? ¿Quiénes son los que han ocupado viviendas inhabitadas, centros municipales no utilizados y han transformado estos lugares en zonas de refugio, encuentro y organización grupal? ¿Quiénes los que ahora atisban alguna cuota de poder político para llenar alguna arca? Seguro que varias respuestas vienen a nuestras mentes.

Así pues, a nivel interno, la disfunción que existe entre el presente de las personas —la mayoría con una preparación insuficiente y en ningún caso absorbible en la presente coyuntura tecnológica— y sus aspiraciones retributivas prometidas desde un poder y una enseñanza complaciente —aquella del “progresa adecuadamente”, sin exámenes ni exigencia de esfuerzo intelectual—, es alta. Y lo grave es que más lo será con la inminente revolución de las máquinas inteligentes, de los robots, que está al caer. Hay un amplio número de futuros bagaudas que provendrán de aquella parte del mundo laboral que está en declive. No se les ha recomendado, en ningún momento, la necesidad de reciclarse —y de hacerlo constantemente. Si se dice que el cambio tecnológico es acelerado, se ha de ser muy ciego para no darse cuenta de esa necesidad de actualización profesional; como mínimo al mismo ritmo.

El empuje tecnológico —con la robótica, la computación inteligente, los trabajos con gran carga en ciencia de datos (big data; data scientist) — está marcando la línea de separación de grupos sociales con o sin futuro laboral. Y esta línea, si no se toman medidas urgentes —que no quiere decir subvenciones de ayuda, ya que sólo postergan el problema—, será cada vez más difícil de cruzar.

Hay otro texto histórico, en los albores de la primera revolución industrial, que también puede ser muy ilustrativo. ¡Parece que está describiendo, en parte, nuestra época! Escrito en 1839, el historiador alemán Wilhelm Wachsmuth (1784-1866) apunta lo siguiente: "Por una parte es satisfactorio ver cómo los ingleses adquieren un rico tesoro para su vida política del estudio de los autores antiguos, aunque éste lo realicen pedantescamente. Hasta el punto de que con frecuencia los oradores parlamentarios citan a todo pasto a esos autores, práctica aceptada favorablemente por la Asamblea, en la que esas citas no dejan de surtir efecto. Por otra parte, no puede menos de sorprendernos que en un país en que predominan las tendencias manufactureras, por lo que es evidente la necesidad de familiarizar al pueblo con las ciencias y las artes que las favorecen, se advierta la ausencia de tales temas en los planes de educación juvenil".

La ciencia y la tecnología, no hay duda, que está cambiando y lo hace velozmente. Lo que es una rémora es la parte más humana de todo ello. Las señales, como se puede ver, son claras. Las indicaciones, también. Soluciones urgentes, en espera. La ceguera, en aumento. El resultado, previsto. 

jueves, 14 de enero de 2016

Clandestinidad educativa y barreras gremiales a las puertas de la cuarta revolución industrial

Vamos a empezar con lo grave antes de incursionar en lo más grave y dejaremos para lo último los aromas de lo que quizás sólo nos llegará —la cuarta revolución industrial.

Grave es la clandestinidad educativa que rige plenamente en nuestro país. Se desconocen cifras reales sobre resultados académicos de los centros escolares. Los padres a la hora de llevar a sus hijos a uno u otro centro no saben qué nivel tiene este centro, ni cuál podrán alcanzar sus hijos porque del centro sólo se sabe su nombre y su dirección —dejamos de lado las cláusulas por las que se podrá acceder. No existen unas listas, de renovación anual, sobre resultados académicos objetivos —por ejemplo, el porcentaje de aprobados en el examen de la selectividad, al final del bachillerato— de los centros de enseñanza secundaria. Estos resultados que la inspección de enseñanza posee, son mantenidos ocultos en aras de la "igualdad" académica de todos los centros —cosa que por sentido común es rotundamente falsa. Los centros no son iguales porque el perfil de los profesores y del propio alumnado varía con el tiempo. La "igualdad", este bálsamo que todo lo equilibra, no pasa de ser —en una época que se reclama de luz y taquígrafos, a favor de la transparencia y contra la corrupción— de gran transcendencia y una clara transgresión de todos estos principios.

Así pues, los padres se enfrentan a una situación grave que repercutirá en la formación previa a la profesional de sus hijos. Y todo por una clandestinidad rayando en el ridículo por no decir en la perversión. Muchas vidas pueden quedar truncadas por la arbitrariedad de unos administradores de la cosa pública en un país que se las da de democrático, pero que mantiene ínfulas de tiranía o despotismo.

Más grave aún es el mantenimiento de unos centros escolares encorsetados a unos programas educativos que por muy modernos que se autocalifiquen no pasan de ser viejas repeticiones de la enseñanza clásica. Lección magistral, alumnos sentados en pupitres pasivos y escuchando, tomando notas ya sea en papel, en el ordenador o en el tablet —he ahí una punta, falsa, de modernidad TIC. El cómo se enseña y el qué se enseña tienen un origen centenario y nuestros jóvenes estudiantes no reciben ni de lejos —en la mayoría de los centros reglados— el tipo de educación que las nuevas empresas requieren y exigirán.

Lo mismo se podría decir de muchas facultades  —en especial las que están alejadas de las ingenierías, tecnologías y ciencias— que continúan dosificando saberes igual como se hacía en la década de los años 70 del siglo pasado. Muchas de ellas aún no se han dado cuenta de que ha habido cambios, que estos se dan a gran velocidad, y que estos cambios ya están repercutiendo en las empresas, en los puestos de trabajo y en las formaciones requeridas de los nuevos profesionales. Aún hay carreras —en especial en el área de letras— que encarrilan a sus alumnos a la cuneta laboral porque no hay suficientes ofertas laborales al respecto. ¿Cuántas plazas universitarias de periodismo hay en Cataluña cada año? ¿En qué trabajarán esos jóvenes a los que se obliga a estudiar asignaturas de relleno durante cuatro largos años? ¡Ya se verá luego qué asignaturas de especialización o de máster ayudarán a encajar, tal vez, en el mercado laboral a los más esforzados!


La educación en España —aunque, como se puede ver, no se tiene la exclusiva de ello— es similar a los gremios de la Edad Media que perduraron casi hasta fines de la Edad Moderna. Los gremios —recordémoslo— controlaban y limitaban el número de talleres artesanales activos, a la vez que en sus manos residía el sistema de aprendizaje. De hecho controlaban toda la actividad profesional y evitaban la competencia. También ellos eran los que fijaban los precios, los tipos y la cantidad de productos a fabricar. La formación y la escala laboral era detalladamente regulada por el gremio en cuestión y nadie podía ejercer un trabajo artesano si no había seguido todas las etapas que el gremio había estipulado como necesarias para ser aprendiz, oficial o maestro. En el mundo donde rigieron los gremios no existió la competencia. El mercado libre no existía. Y tampoco existió durante esta etapa el progreso ni el bienestar consecuente.
La educación hoy actúa similarmente como los gremios de antaño. Tienen encorsetados al personal. Hay unas normas inflexibles. Toda empresa, pública o privada dedicada a la educación, está obligada a ofrecer unos programas —muchas veces caducos e ineficientes— bajo pena de cierre o de desaparición de subvención gubernamental.
Subvención versus inversión
Si se examina a fondo, se puede ver que los centros subvencionados son centros apagados, con carencia de espíritu innovador. Viven con ausencia de alicientes y estímulos que les empuje hacia nuevas metas más modernas y amoldables a los nuevos tiempos que se alborean. Los padres al  orientarse hacia esos centros subvencionados —y con la ausencia de los datos, clandestinos, que hemos indicado— parece que sólo miran el más cercano presente del ahorro, sin darse cuenta que pagar una cuota mensual a un centro escolar privado —del que se tengan referencias objetivas sobre su alta cualificación— no es tirar el dinero sino realmente invertir en los propios hijos y encaminarlos adecuadamente hacia un futuro profesional con solvencia. Y todo ello mientras las férreas manos educativas impiden a los centros, públicos o privados, avanzar a grandes pasos hacia la innovación tanto de programas como de sistemas educativos. 
¿Realmente para algunas profesiones es necesario estar cuatro años sentado ante una pizarra recibiendo charlas sobre temas que no encajan en el marco profesional que uno quiere seguir? ¿Verdaderamente es tan difícil darse cuenta que hoy en día, con la velocidad del cambio tecnológico que se vive, se necesitan muchas personas preparadas para unos trabajos concretos que ahora y aquí ya se deberían de estar implementando?  ¿Tener conocimientos, por ejemplo, sobre los big data requiere una previa preparación universitaria de cuatro años? (Aunque hay alguna universidad, como la UOC, que tiene el atrevimiento de saltarse esa reglamentación, no sin indicar que al terminar esta asignatura sólo recibirá un 'certificado', sin el 'rango' 'universitario' correspondiente).
Habrá que recordar que los gremios, más allá de algunas virtudes que se les pueda atribuir, hoy se sabe fueron una rémora y un freno a la innovación; influyeron negativamente en la cualidad de los productos —¡no existía ninguna competencia al respecto!— y también en las habilidades de los propios artesanos que se dedicaban a repetir año tras año lo que habían aprendido en los primeros años de su adolescencia.  Los economistas al hablar de los gremios concuerdan en que provocaron pérdidas de eficiencia en la economía. La industria —hoy presente en muchos habitáculos de nuestras viviendas— sólo pudo empezar a florecer cuando los gremios empezaron a desvanecerse.

Es casi seguro que los gremios actuales —los centros educativos y en especial los altos administradores de los mismos— están también provocando un severo freno al despegue de nuestra sociedad —encabezada por los más jóvenes, en su búsqueda de un futuro— hacia la cuarta revolución industrial. Una revolución —como cuentan Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee en su reciente libro— que estará coronada —en una primera instancia— por la robótica, la inteligencia artificial, las empresas inteligentes y para ello se necesitarán centenares de miles de muchachos preparados. En pocas palabras gente con talento, gente smart.
Más sobre esta situación educativa aquí.