martes, 28 de febrero de 2017

Trabajo, creatividad e identidad personal en el nuevo mundo tecnológico

Se está iniciando el final de las maldiciones. En especial aquella del trabajarás con el sudor de tu frente del paraíso maldito por la serpiente. Se terminó con el trabajo y el sudor del esfuerzo físico en la mina y en los campos que obligaban a curvar la espalda constantemente. Se está terminando con ello mediante las grandes máquinas que irán sustituyendo al personal paciente y sufrido de las labores esclavizantes. Se está concluyendo unas históricas etapas que han marcado las espaldas, las frentes y los corazones de la gente, dejando el pellejo y asumiendo arrugas sin esperar el paso de los años. El trabajo ha dejado, está empezando a serlo, ha dejado de ser un castigo. Ahora estamos ya en la época del trabajo creativo. Se está iniciando —en algunos lugares ha iniciado hace tiempo— la época de la innovación, de la creatividad, del ingenio, del talento. Del disfrute trabajando, del goce por hacer algo interesante (y que tenga mercado).

¿Qué quiere decir tener mercado? Quiere decir que haya compradores. Pero quiere decir alguna cosa más. Quiere decir que haya interés. Que lo que se ofrece es atractivo y, ello, en último término implica que hay un reconocimiento. Ahí —en el reconocimiento por lo creado— está el orgullo, la sensación del buen hacer. La compra no sólo es dinero —¿qué es el dinero en cantidad en una isla desierta; sí, sólo y abandonado con sacos y sacos de alimentos y muchos más sacos de dinero? El dinero es un simple objeto universal de intercambio. Lo que es más difícil de obtener es el reconocimiento, la valoración. Y eso no tiene precio. No se vende ni se compra (comprar que te aplaudan, sólo puede agradar al ingenuo que no sabe mirar el fondo de las personas).

En la época que estamos viviendo —en unas geografías más adelantadas que en otras— la creatividad está abriendo fronteras. Se está dibujando un nuevo panorama que puede llegar a ser increíble si se permite —y si se estimula, favoreciendo las ideas, por más increíbles que ahora mismo parezcan—, favoreciendo la creación, la innovación y el ingenio. El genio. Y ello quiere decir que hay que "trastear" con el trabajo. El trabajo ha dejado de ser un castigo (bíblico o burgués a lo marxista) para empezar a ser el más gracioso juego que nunca se haya podido jugar con mayor pasión. Es el auténtico ejercicio intelectual que, después de haberle dedicado unas horas, con el paso al descanso y echando la vista a lo conseguido hasta entonces —a los pasos avanzados con el proyecto—, se obtiene una satisfacción que no tiene precio.

Adiós a poner la satisfacción en los pies de los deportistas del balón. Concluyó ser feliz por los hechos de otros —como el famoso e increíble gol de R.... Ahora se empieza una etapa donde los encajes que hay que superar, los retos creativos que hay que solucionar, dan, al conseguirlos, un gozo que no tiene parangón en la historia de cada persona.

Adiós a todo lo anterior. Ha empezado —en algunos países, ¡ay!, sólo se está en sus inicios— una época donde el talento, la inteligencia, la creatividad —no la fuerza física, sino el empuje mental, el intelecto— tendrá su puesto central. Y ello redundará en la satisfacción por lo creado, por lo conseguido. He ahí la auténtica identidad que uno se puede forjar. He ahí el auténtico yo que, al final de las distintas etapas, mirando atrás uno podrá examinar. “Yo soy aquello que he hecho. Mis hechos me conforman”. Y no las distintas vestimentas mentales que desde fuera se han estado lanzando para dar un "ser", una identidad, a quien no tenía nada propio, porque lo suyo era un trabajo baldío, poco interesante, poco creativo. Sin lumbre ni deslumbrador.

Hoy, con el mundo de la tecnología, de la robótica, de la inteligencia artificial, de los cálculos basados en los datos, se puede escribir una historia futura que no tiene ningún matiz de lo antiguo. No hay ninguna clave clara que indique por dónde proseguir; por dónde dar los próximos pasos. Los intríngulis son mayúsculos. Los retos, abrumadores. Pero nunca el individuo humano se había planteado un escenario tan interesante, con tanta intriga, con tanto gancho y a la vez tan atractivo como en el presente. Hoy se está a las puertas —para aquel que quiera abrirlas y salir a este nuevo espacio atrayente, incógnito y desconocido— de un escenario que a la vez que habrá que ordenarlo de pies a cabezas —creando nuevas y desconocidas parcelas de realidades—  se estará creando la propia identidad, la identidad personal. Y muchos años más tarde, uno podrá recordar aquello que el descubrió o la parcela digital que él ayudó a conformar. En definitiva, el proceso que configuró. Los objetos andantes en cuyo diseño intervino. He ahí un futuro. He ahí un reto placentero y realmente humano, casi divino.