viernes, 21 de abril de 2017

Tres objetivos educativos urgentes para la inserción digital

Desde hace tiempo venimos subrayando la necesidad de la puesta al día profesional. Tenemos la lección de la revolución industrial y de la crisis que los artesanos y las pequeñas manufacturas desperdigadas por las masías y minúsculos pueblos se encontraron con la entrada del vapor en la producción. Eran tiempos aquellos de falta de canales de información. Apenas existían vehículos que llevasen las nuevas de un lado a otro. Y cuando, en todo caso, llegaban, eran verbales, escuetas y casi ininteligibles. Hoy no puede uno acogerse a la misma excusa. Hoy la información está en la red. Y quien no sabe lo que realmente pasa, lo que realmente puede ocurrir en los inmediatos años es porque tiene la cabeza orientada a un pasado que nunca volverá.  Hablamos de la entrada de forma mayúscula de la automatización, de los bots, de la robótica, en la industria, en el comercio y en los servicios en general, de forma tan tremenda que provocará una ruptura con los modos económicos y fabriles del presente. No hay excusa porque la novedad que se acerca por estos lares se puede ver ya por Internet.

Eso lo hemos dicho y repetido hasta el aburrimiento. Algunos ya lo reseñan en las grandes páginas de los rotativos. Perfecto. Pero ahora queremos centrarnos en tres objetivos que pueden ayudar mucho en el gran empuje que se ha de crear —una especie de atmósfera favorable— para que el salto a la digitalización sea lo más rápido posible y con menos rechazos.

Uno de los objetivos son los párvulos. Nuestros párvulos, antes de los 11 años, deberían de haber jugado con lo digital. ¡Cuidado! Decimos jugado, pero no jugar. No se trata que sepan manejar un Smartphone, por ejemplo. Se trata de que jugando —esto es, casi sin darse cuenta— aprendan las bases de la programación. Eso no es un descubrimiento por nuestra parte. Eso ya se está haciendo en muchos países. ¿Cómo conseguir que nuestros párvulos "jueguen" a ser programadores; que empiecen a trastear con pequeños robots y que sepan manejarlos con líneas de código, e incluso, en algunos casos, lleguen a construirlos o modificarlos? ¿Cómo conseguir este objetivo —por el cual la sociedad actual recibirá el agradecimiento de estos futuros adultos? Ofreciendo unos cursos orientados a todo el profesorado de primaria. He ahí un objetivo clave. Si desde la primera infancia nuestros chiquillos —tanto niños como niñas (¡Hay que superar el "gender gap"!)— empiezan a recorrer el camino de la programación y no quedan aturdidos por trastear con los pequeños robots, tendremos en cuatro lustros, unas nuevas generaciones de ingenieros tecnológicos que proporcionarán un gran cambio en nuestra sociedad.


Otro objetivo a tener muy presente es el de nuestros agricultores. Nuestros agricultores continúan —y ello no ha de entenderse como una crítica— anclados con unos sistemas pre-digitales por lo que hace a las amplias labores del campo. Por este motivo su beneficio económico no es ninguna bicoca. Y para retenerlos en el agro, la Unión Europea desde hace años ha ido prodigando unas famosas ayudas que, seamos realistas, no pueden ser eternas. Además, y este es un problema complementario, las pequeñas villas, aldeas y pueblos del interior de nuestro país se van despoblando, señal inequívoca de que las nuevas generaciones nacidas en el mundo agrario se sienten atraídas por las tareas productivas a desarrollar en las grandes ciudades. ¿Cómo cambiar esta tendencia? Encarrilando a todo el mundo agrario hacia la digitalización del sector. Dándole un tamiz mucho más tecnológico.

En otras palabras… Introduciendo los grandes ejes de la Smart agriculture, la agricultura inteligente. Eso quiere decir aprender a trasladar las recientes técnicas digitales descubiertas hacia el mundo agrario. Hablamos de la robótica, del análisis de los grandes datos (big data), de los sensores que se pueden implantar en los campos y que aportan datos sublimes, etc., etc. En resumen, promover una formación para que las generaciones de agricultores queden impregnados con sapiencia digital. Y eso ya existe, pero no por aquí —de nuevo, no estamos descubriendo nada. Incluso en África, tierra donde el agro tiene un gran peso, también se han ido dando pasos hacia este destino.

El tercer objetivo es el de los jubilados. En la actualidad hay una bolsa enorme de jubilados y prejubilados con un ansia enorme de sentirse útil. De no ser ni una carga ni un pasivo social. Por ello ya ha parecido una pequeña vía que enlaza a estas personas con el mundo de la digitalización. De nuevo no se trata simplemente de saber enviar correos electrónicos o mandar WhatsApps. No; eso ya es viejo. Se trata de ayudarlos en su introducción a la codificación. Sí. A la programación. Estos jubilados son ya, o serán, los futuros abuelos que reforzarán a nuestros párvulos en su introducción profunda (no superficial, please!) en el mundo digital. Es probable que los padres de estos párvulos tengan obligaciones profesionales que impidan tener un gran papel en esto. Pero los abuelos sí que pueden ser una gran ayuda, un refuerzo. Pueden formar parte relevante de la atmósfera que habrá que crear para que la digitalización profunda tenga realmente éxito.

No plantearse estos tres objetivos es dar un paso más hacia la derrota frente a la disrupción digital que ya está provocando cambios sin tregua.