lunes, 21 de diciembre de 2015

El talento como recurso clave en el mundo digital

La historia puede interpretarse como una carrera en bicicleta. Si se deja de pedalear, el país se cae y queda en la cuneta. Desaparece de la historia. Aparece el hambre. Hay miseria. El bienestar de la etapa anterior desaparece. Si, por el contrario, se mejoran los elementos de la bicicleta, ésta mejora en su empuje, prospera la situación propia, progresa el momento histórico y aumenta el bienestar. ¿Cuáles fueron los elementos que utilizaron algunos países para estar bien situados en el orbe histórico y económico? Tomemos a Holanda como ejemplo y situémonos en el siglo XVII. Los holandeses fueron los que lejos de su país fundaron la Nueva Ámsterdam en 1625 —localidad que hoy recibe el nombre de Nueva York— y, en las Indias Orientales, pasaron a ser los "reyes" de una serie de islas de un país que desde el año 1949 pasó, al independizarse, a denominarse Indonesia.

¿Qué fue lo que hizo a los holandeses ser los más avanzados en su época —espejo de los ingleses que más tarde pudieron superarlos? Ni más ni menos que el dominio de técnicas y recursos. ¿Técnicas? Unos barcos bien hechos, veloces, fáciles de maniobrar que surcaban los mares sin temor. Unas ideas emprendedoras que aceptaban nuevos retos. No tenían miedo a lo nuevo. Un espíritu filosófico que supo sintetizar Hugo Grocio (1583-1645) con su famoso escrito a favor del libre comercio y contra el proteccionismo comercial (una miopía histórica, comprensible entonces ya que esto de la economía era una 'ciencia' todavía en pañales). Y el acceso a unos recursos como maderas, hierros, etc.; a técnicas para trabajar en las fábricas y, sobre todo, a un espíritu comercial, sin punto de comparación.

Y no fue sólo suerte que dominaran el comercio en el Báltico y accedieran a la buena madera de Suecia —material fundamental para los barcos. Que dominaran los telares y supieran hacer buenos tejidos para el velamen con el que arriar las naves empujadas por la fuerza energética del viento —no existía todavía el vapor para mover máquinas. Y a una agricultura que se supo utilizar bien para intercambiar productos y generar un tráfico mercantil sin semejanza. Se podría decir que, con su empeño, el mundo de la época estuvo durante unas décadas en sus manos. Desde el sur de Asia —desde las ciudades ricas en especies— hasta la parte del norte de Europa, pasando también por las Indias americanas, todo estaba a su alcance comercial. Y la República de Holanda era una región relativamente pequeña si miramos el mapa y comparamos.

¿Y hoy? Hoy existe la suerte —o tal vez la mala suerte— de que el recurso fundamental que está en juego no es ni el hierro, ni la madera, ni el tejido, ni los cereales. Hoy el recurso clave es el talento, la inteligencia. Una buena inteligencia, unas buenas habilidades intelectuales, bien orientadas para la gran carrera digital que está convocada, es fundamental para empujar la bicicleta de la historia. Ahora no existe la posibilidad de excusas. No se puede decir que no tenemos hierro, ni maderas, ni unos cereales magníficos, o unas viñas espléndidas y, detrás de esta excusa, esconder la nulidad de la acción. Hoy por hoy —dentro del mundo que nos está imperativamente absorbiendo, que es el de la digitalización— la principal riqueza a vender, a comercializar, es el talento, la sabiduría, la alta cultura digital, al objeto de poder dominar, profundizar y aplicarlo, en su caso, a todas las futuras máquinas que están en la inmediata esquina de la historia, máquinas, máquinas inteligentes, que van a transmutar completamente el sistema de trabajo que ha habido hasta ahora.

Se necesita mucha y mucha gente preparada con altos conocimientos científico-técnicos para implementar estas máquinas, para hacerlas aún más avanzadas, para inventar otras completamente imprevistas. Y esto sólo se puede lograr con un gran atrevimiento colectivo que dé la vuelta el poco interés en el estudio profundo, en el esfuerzo intelectual, en el cambio de los modelos —de ídolos— que ilusionan a la juventud. Y ello sólo es factible a nivel global, si se cambia la valoración sobre la alta cultura —aquella que genera dispositivos electrónicos sorprendentes, unas máquinas y unas herramientas muy avanzadas, unos cambios tecnológicos nunca vistos —; si se hace ver que detrás de estos sorprendentes ingenios hay modelos sociales mucho más importantes que aquel que el espectador televisivo de turno valora cuando ve a un jugador de su equipo hacer un gol a su eterno equipo rival.


viernes, 13 de noviembre de 2015

Cambios, perspectivas y profesiones en la era de la digitalización de la realidad

Toda época de cambios, y de cambios rápidos, es también una época de crisis. De crisis grave. Las cosas que hasta ahora se consideraban perennes, se tambalean y muchas de ellas se desmenuzan. Y mucho de estos hechos tienen que ver con las labores que hasta ahora eran tradicionales. Ahora de tradicional —en el mundo laboral— cada vez hay menos y cuanto más se avance en el tiempo menos habrá de tradicional. El mundo, a pesar de los intentos de cerrar los ojos, ha cambiado y lo está haciendo a gran velocidad.

El gran cambio se inició, si se nos permite ilustrar lo que queremos mostrar, con la llegada del tren —con los nuevos caminos de hierro— en la primera mitad del siglo XIX. Hasta entonces, desde la época de los romanos, y aún antes, los trayectos en las comunicaciones y transportes eran lentísimos. Se dependía de la velocidad de los caballos, de los carruajes, de los arrieros. Y del estado de los caminos; de la existencia o no de puentes; de las riadas. Por ello, lo que se conocía, como mucho, era la comarca. Y era en este ámbito donde se podía hacer —mediante ferias y encuentros festivos— los pequeños negocios de intercambio, el comercio. Para la mayoría de la gente, hasta este siglo XIX del ferrocarril, el mundo se acababa, básicamente, en la cresta de las montañas del horizonte. No salía a cuenta marchar muy lejos llevando ganado o productos de mercado atravesando bosques y montañas porque el día era corto —el viaje era lento, se podría decir— y, además, los bandoleros abundaban.

Con el tren y el barco de vapor las perspectivas visuales y vitales comenzaron a expandirse. Los primeros trenes ingleses comenzaron a circular a 58 kilómetros por hora (1830). Y el barco de vapor superó a los barcos de vela que hasta entonces habían sido los reyes del mar. En 1872 Julio Verne hizo que su héroe, Phileas Fogg, diera la vuelta al mundo en 80 días. Hoy, de Barcelona a San Francisco se necesita menos de 24 horas para llegar. Y de San Francisco a Delhi (India), algo similar. Y si la combinación de vuelos ha sido sensata, en un tercer día podemos volver a estar en Barcelona. El mundo —una vuelta al cual se hace en menos de tres días— realmente ha cambiado. Y ha cambiado porque la tecnología lo ha permitido.


Pero a pesar de ello, la gente sigue muy a menudo con una mentalidad de comarca —la perspectiva espacial acotada al área geográfica donde se vive y la perspectiva temporal en la etapa vivida hasta ahora. Este es el error más grande que uno puede cometer, ya que realmente —lo hemos ilustrado en el párrafo anterior— las cosas son completamente nuevas. Nunca el mundo, tecnológicamente hablando, había llegado a donde ha llegado en la actualidad y esto tiene y tendrá una repercusión —ocasionará un verdadero terremoto— que si no se dedica una atención profunda a este hecho puede provocar muchos desastres a nivel personal, social y global. La preparación psicológica —y sobre todas las cosas, la preparación profesional— es de una imperativa necesidad y si no se pone el mayor esfuerzo posible se llegará muy tarde en la carrera. Y con ello habrá también una gran repercusión en el mundo de la industria y del comercio.

 ¿De qué hablamos realmente? Imposible entrar en detalle sobre las grandes líneas que marcan el más inmediato presente como son la robótica y la automatización de las tareas rutinarias y más mecánicas; la introducción de la inteligencia artificial en muchas de las tareas que hasta ahora estaban en manos humanas; la desaparición de trabajos que empiezan a ser absorbidos por las máquinas inteligentes que van adaptándose a las nuevas situaciones. La inmensa cantidad de dispositivos que estarán en hogares, oficinas y fábricas conectados a Internet —la industria de la internet de las cosas (IOT)—, emitiendo y reciben datos..., nos indica que se está ya en el mundo de las grandes datos (Big data). Y, fruto de todo esto, habrá la desaparición —de forma acelerada— de muchos tipos de trabajo que hasta ahora eran faenas tradicionales, al igual que con la introducción de los grandes depósitos de agua y las canalizaciones de agua corriente hasta los hogares hizo desaparecer el trabajo que retrató Velázquez en el Aguador de Sevilla, así como la ida al gran lavadero del pueblo —el 'común', como en algunos lugares se llamaba— para lavar la ropa cuando no había en las casas ni agua ni lavadoras automáticas.

¿Y los nuevos trabajos cuáles serán? Desde los que se deriven de las ingenierías y profesiones científico-técnicas, hasta aquellas tareas que sepan situarse encima de la rueda digital. Ahí reposa la idea del ser digital. Hay que entender por ello, tener una personalidad profesional que sepa enlazar el trabajo clásico con el mundo digital, y que no se contente con tener un blog o estar presente en redes profesional como LinkedIn. Esto es demasiado superficial. Sino que hablamos del profesional que procura profundizar, crear, indagar, adentrarse, inventar, en definitiva, descubrir intersticios que permitan trasvasar parte del saber profesional del mundo pre-digital a este nuevo mundo que inexorablemente está apareciendo ante nuestros ojos.

El nuevo mundo, el de la era de la digitalización de la realidad, que está a cinco años vista, desde un punto de vista profesional es un mundo que estará abierto a gente bien preparada en las áreas científico-técnicas (no en vano los EEUU ya hace años impulsaron el gran e inteligente programa de la STEM), que sabrán encontrar o hacerse un espacio en el trepidante mundo tecnológico. También habrá lugar para los más aguerridos de otras áreas profesionales (abogados, periodistas, etc.) que no cierren las puertas a su bautismo digital que más arriba hemos insinuado. Y los terceros que están llamados a tener un lugar específico en esta digitalización de la realidad son los artistas, los creativos. La creación es una de las áreas en la que —hasta ahora— la inteligencia artificial, la robótica, no tiene acceso. Y la creatividad será una de las puntas de lanza en el nuevo mercado digital que pronto estará vigente aquí y que ya está dominante ahora mismo en los países más punteros. La inventiva, la creación, la imaginación no tiene precio (en el sentido de que es escasa y no se puede aprender ni enseñar —o, en todo caso, no fácilmente) y el nuevo mundo, la digitalización del mundo —que quiere decir que todo está por renovarse, de un extremo al otro— tiene las puertas abiertas a los artistas y creadores que hoy parecen postergados tras los dibujos y pinturas, y que ¡tampoco! se han dado cuenta de que el nuevo mundo tecnológico tiene y tendrá mucha necesidad de ellos.

martes, 8 de septiembre de 2015

Protesta popular en pro de un mundo profesional digital

Una fuerte protesta se ha organizado estos últimos días y la calle ha vivido un racimo de manifestaciones. Las pancartas llegaban hasta los balcones y en estos también lucían unas consignas equivalentes. Los manifestantes —gente de todas las edades— iban detrás de grandes carteles donde se reclamaban cursos. ¡Sí, sí! Cursos para acceder a un trabajo con pátina digital. Se ha abandonado el derrotismo, me digo, y ahora la gente finalmente se ha dado cuenta de lo que hay que hacer.

He visto, para gran sorpresa mía, que se están pidiendo con urgencia cursos de distintos niveles de profundización que sirvan para encauzar al personal hacia las nuevas tareas insertas dentro de las tecnologías de la información (IT). La gente se ha dado cuenta de que no es demasiado tarde y se ha enfrentado con gritos y con ganas a la pasividad de los gobiernos tanto del Estado como el regional para que se les ofrezca, a ningún costo, cursos de mejora profesional.

Era sorprendente la multitud que había en los mítines celebrados a media tarde del sábado. Gente que había abandonado la cómoda receta de las películas televisadas y se ha acercado a las plazas públicas de diversas capitales a escuchar las líneas maestras de lo que hay que hacer y seguir. Casi con devoción se ha escuchado a los dirigentes sindicales de las Comisiones y Uniones a Favor de los Cursos Digitales Gratuitos (CUFCuDiG).

Estos dirigentes no han dudado en hacer proclamas de este tipo:
"Hoy queremos ayudar a hacer crecer nuestro país. Hacer crecer nuestra economía. Y esto solo se puede conseguir con una mejora de la productividad. ¿Y qué significa productividad? Pues hacer las cosas mucho mejor y con menos tiempo. Entonces —fijaos bien— tendremos más productos para vender. ¡Y los venderemos! ¡Pero cuidado! Hay que ser listos y no querer vender ¡toallas de playa en invierno! No. Deberemos saber —y sabremos gracias a estos cursos que exigimos — qué quiere el mercado. Y no sólo el mercado de la comarca, ni el de la provincia y ni el de las otras regiones. ¡No queremos quedarnos sólo por aquí! Tenemos que vender más allá de nuestras fronteras y más allá de los mares que nos rodean. Por eso tenemos que fabricar bien, saber qué se venderá y hacerlo mucho más que bien. Y el secreto —seguro que ya lo habéis adivinado— está en prepararse a fondo y hacerlo en productos de último grito. Y estos, tenemos algún modelo en el bolsillo, son de carácter tecnológico. Se acabó querer fabricar y vender cestos. La época de los cestos de mimbre se ha terminado. ¡El tiempo no pasa en vano! Fabricaremos productos digitales, wearables. ¡Inventaremos! Seremos el punto donde todas las miradas confluirán. Nos envidiarán por nuestra capacidad de iniciativa. Y vendrán aquí a aprender de nosotros. Y todo ello porque habremos hecho cursos y cursos de todo tipo llegando a ser líderes en tecnologías digitales y en creatividad digital."

Este es un trozo del discurso que he grabado con mi smartphone y ahora transcribo. Realmente la sociedad que me rodea está cambiando el momento histórico. Ahora ya no se va a protestar contra el Estado para pedirle subvenciones y ayudas benéficas. Ahora se va en manifestación para hacer despertar el Estado a fin de que promueva cursos de carácter profesional y digital de todo tipo porque se tiene miedo al precipicio económico que podría, por falta de éstos y de gente preparada, aparecer en la próxima esquina. La sociedad digital no nos esperará.


Pero las quejas y las protestas no sólo se han dirigido contra el Estado, sino también contra la prensa y los medios de comunicación. “Ya basta —se leía en una pancarta— que los periódicos dediquen más páginas a los deportes que a la economía. Han de dedicar espacio a las nuevas industrias y animar al Estado en favor del cambio de chip”. Otra se orientaba hacia las televisiones que roban el tiempo con programas insulsos en lugar de introducir al espectador en la robótica, el marketing, la ciencia de los datos o en la programación a través de juegos. Otra pancarta planteaba una dura denuncia: “Que se nos deje de tratar como ‘trabajadores domésticos’, esto es, domesticados”. “No queremos ser diferentes a los trabajadores de otros países”.

En algunos momentos he dudado sobre si estaba de viaje a algún país extranjero, pero calles y plazas me resultaban muy conocidas. Me he despertado con unas décimas de fiebre.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Revolución, tecnología y mundo laboral

Aunque el término se ha prodigado muchísimo, de revolución sólo ha habido una: la revolución de la técnica. Lo que los historiadores, los ensayistas, han catalogado con suma facilidad como revolucionario, no ha sido más que transformaciones más o menos relevantes, pero de revolución sólo ha habido —y aún continua— una y es la de la técnica. La revolución de la democracia, la famosa 'revolución francesa', ha sido más bien una transformación cruenta que ha derivado en algo que los antiguos griegos ya habían practicado, hace muchos siglos. El socialismo —que es vestido con gran ornamento por parte de sus acólitos que no dudan en ocultar las partes más indecorosas de este tipo de régimen— también había abundado en parte en algunas de las etapas del Imperio Romano, donde el 'papá Estado' ejercía de protector en una especie de socialdemocracia 'avant la léttre'. No, sólo ha existido una auténtica revolución y continúa esta imparable: la de la técnica. Y con ella los cambios industriales —las distintas revoluciones industriales— que con su aplicación se han ido generando.

¿Llaman al timbre? Por favor, abre tu móvil y mira quien está en la puerta de tu casa intentando entrar en comunicación contigo. Sí. Ya hay una aplicación para ello que acompaña a un dispositivo —una variedad de la Internet de las cosas (IoT)—, que hace poco instalaron en la puerta de acceso a tu vivienda. Por cierto, por la hora que es, ya podrías parar el aire acondicionado y abrir las ventanas para que el frescor del atardecer con su olor específico penetre en tu despacho. Y esto sin moverte de tu sitio. Sí, también en tu bolsillo, en tu smartphone, pronto existirá esta aplicación que dará aún más poder a esta varita mágica que permitirá que todos los ingenios electromecánicos de tu casa puedan ser alterados a tu gusto y saber. He ahí la revolución. Estas posibilidades nunca habían existido antes. Nunca antes te habías podido comunicar en directo, en tiempo real, y de forma visual, con tus familiares, amigos o conocidos que viven en la otra parte del globo. Y la tecnología actual sí que te lo permite y mucho más te permitirá en breve.
Comprobada la revolución que deriva de la tecnología actual —de la cual aún solo somos conscientes de forma muy leve— bueno sería darse cuenta de lo que comporta esta revolución en el ámbito del trabajo, en el mundo laboral.

Si se viese claramente lo grandioso que es el momento histórico que estamos viviendo —con estas tecnologías que están empezando a proliferar en todos los bolsillos (smartphones), en todas las casas (tablets y ordenadores de mesa), con las futuras casas inteligentes (smart homes), ciudades brillantes (smart cities), naciones sabias (smart nations) —; si se fuese realmente consciente del cambio real y profundo —eso es realmente la revolución— tal vez el horizonte visual de quien nos lee tendería a levantar aún más la cabeza para mirar mucho más lejos. Porque el futuro está en mirar lejos, mucho, mucho más lejos.

¿Lejos? Sí; más allá de Europa. Europa está cansada. Los ciudadanos europeos se han apoltronado —en líneas generales, excepciones haylas— en este estado de beneficencia donde la ciudadanía atiende y tiende al papá Estado para que le solucione los problemas que le surjan en cada esquina de la vida. Y —en una solución donde Unamuno ha ganado (con su '¡Que inventen ellos!") — la revolución de las máquinas, la de la técnica, la única revolución realmente existente, se está desarrollando más allá de las fronteras de los cansados ciudadanos de la eurozona.

¿Lo dudas? ¿Cuantos revistas tecnológicas leemos semanalmente? ¿Cuántos libros sobre las TiC hojeamos en las bibliotecas a las que concurrimos cada fin de semana? ¿Qué dominio de las tecnologías tenemos? ¿Qué competencias tenemos en estos campos? ¿Campos? ¿Qué campos son los que están progresando y están creando los nuevos surcos por los que se desplazará la revolución de la técnica —que como hemos dicho no tiene visos de pararse y mucho menos con los futuros procesadores cuánticos que dejaran obsoletos —dignos de risa— los dispositivos electrónicos de los que hoy nos mostramos más orgullosos? ¿Qué grandes empresas europeas están en primera línea junto a los gigantes de la industria digital?

Trabajo y tecnología. Si realmente la tecnología está revolucionada también lo está el mundo del trabajo. He ahí otro axioma tan claro como casi desconocido por estos lares. Se oyen voces de queja pidiendo puestos de trabajo. Quejas contra y para que el Estado promueva trabajo. Y ciertamente hay un tipo de trabajo del que no hay casi vacantes. Y es el trabajo de poca o nula cualificación. En este nivel, el trabajo es y será casi inexistente en comparación al número de demandas al respecto. En cambio, sí que hay muchísimo trabajo en niveles de alta cualificación asociado a lo más avanzado de la tecnología —al big data, al mundo del cloud, al ámbito de la seguridad informática, en definitiva al mundo tech en que se irá convirtiendo todo lo que nos rodea. Y ahí sí que se necesitarán personas, con alta y muy alta cualificación, para ir adaptando el mundo físico actual al mundo tecnológico del futuro, a corto y medio plazo. Y en estos niveles sí que existe ya hoy mismo una altísima demanda de profesionales que no tengan miedo a la tecnología y quieran ponerse al frente de la misma. Ahí hay todo un mundo que conquistar. Ahí sí que hay trabajo (mucho y bien pagado) y mucho más habrá.

Pero hay, por otro lado, la resistencia al cambio —pareja a la voluntad del no al esfuerzo— que genera una ideología que con facilidad tiñe la realidad (es decir, que la oculta; que ensombrece la realidad de la auténtica revolución tech que tenemos en el bolsillo) y que prefiere orientarse hacia otra revolución —la de los grandes gritos, la de las barricadas, de las protestas, donde el esfuerzo es mínimo y alta la 'creencia' en los milagros políticos. También son conocidos los resultados de este tipo de "revolución". Sangre, en el peor de los casos, y alto fracaso siempre. ¿Vamos a la historia de nuevo?

De hecho todo lo anterior es equivalente a la opción entre ser adulto ante la realidad o continuar con la ingenuidad del niño que cree aún en los "reyes magos".

miércoles, 22 de julio de 2015

Europa 4.0: Ahora o nunca

Muchos son los signos, y también los estudios, que enmarcan el futuro a diez, veinte o treinta años. Son signos que apuntan hacia la nueva industria. Una industria que está recibiendo distintos nombres pero que sólo es una y simple. La de la plena digitalización. Son nuevos y terribles tiempos. Terribles porque casi no queda tiempo para la puesta al día. En dos o tres años se sabrá qué países de la vieja Europa están siguiendo el camino de la envejecida Grecia (envejecida por su falta de valor productivo, su dejadez y su propensión al subsidio benéfico).

Los signos son claros. La visión es nítida. Pero los media —los medios de comunicación de masas— prefieren mantener su clientela adocenada en un ‘dolce far niente’ de vacación, futbol y festejos igual como sucedía en la cansada Roma en los tiempos cercanos a su decadencia total. Fue Juvenal (60-128 dC) con sus sátiras quien ya nos habló de panis et circenses (“pan y distracciones de circo”), para retratar los intereses claves de la época, tan lejana como tan cerca.

¿De qué signos hablamos? Los términos no pueden ser más claros. De la tecnología emergente. Una tecnología que tiene como punta de lanza las máquinas inteligentes, unas máquinas que aprenden constantemente. Unas máquinas, automáticas (entiéndase no necesariamente robots), que tenderán hacia una fabricación personalizada. De la misma manera que los dispositivos wearables, de los cuales el Appel Watch puede servir de símbolo, enviaran información de nuestros datos vitales (temperatura corporal, pulso, frecuencia respiratoria, presión arterial, etc.), y unas máquinas inteligentes dirigirán, cuando sea necesario, esta información a los médicos de cabecera, las smart machines sabrán lo fundamental de nuestros hábitos y costumbres y sabrán ofrecernos aquellos productos que más nos convengan. El servicio personalizado está casi a la vista.

El envoltorio de esta nueva industria es un mundo completamente digitalizado. La Internet de las cosas (IoT) será la nueva interfaz que conecte todas las máquinas para hacer más inteligente y más eficiente este nuevo mundo. Se habla, pues, de una nueva revolución industrial, de la industria 4.0. De un nuevo tipo de industria, a la cual hay que llegar con paso rápido pues otros países llevan ya años trabajando en ello.

Europa parece haberse despertado y dado cuenta de que está en un nuevo siglo, un siglo de frenético cambio tecnológico. Y su objetivo es apresurar el paso. Por ello la propuesta que corre por los despachos de la Europa 4.0 y sus cinco puntos para el salto hacia esta nueva era.

Primer punto. Los países europeos han de dejar de ejercer de competidores y pasar a una fase de colaboración transnacional. Se han de terminar las fronteras físicas industriales para situarse en una posición de suma eficiencia. Ello sólo puede suceder con el inicio de un liderazgo compartido huyendo del paternalismo hasta ahora presente. Sin este espíritu de colaboración y trabajo conjunto se duda que Europa puede tener ningún papel en el futuro a diez o veinte años vista.

Segundo punto. La Europa actual es la Europa de los burócratas. Una Europa que ha crecido en trama de leyes y organismos que se solapan y que sólo sirven para mercadeo de votos y contento de políticos a sueldo. Se ha dicho al respecto que el nivel de la burocracia anticompetitiva en la UE es impactante y se ha de empezar a desentramar el presente. Si aparece una nueva ley, se deberá de erradicar una vieja regla. Trámites y transparencia han de ser puntos clave al respecto.

Tercer Punto. Los hechos pueden ser más claros que las palabras: Europa tiene más de 50 redes de telefonía móvil, mientras que los Estados Unidos sólo cinco. He ahí donde falla Europa. Una Europa que no ha erradicado fronteras y su nacionalismo industrial está hundiendo todo un continente ante la pugna en pro del futuro tecnológico industrial. Una Europa transfronteriza daría nuevas alas para la creación de economías de escala. Quizá ya ha llegado la hora de las empresas plenamente europeas con división de trabajo en áreas geográficas y apuntando hacia un mercado global que está a la espera de precios competitivos y trabajo eficiente.

Cuarto Punto. Bajemos la voz para que no se nos oiga: Europa no tiene ninguna empresa situada entre las veinte mayores compañías de Internet a nivel mundial. Europa parece haber abandonado el liderazgo de otras épocas. ¿Cansada, como la antigua Roma? La alternativa está en fomentar la innovación, el espíritu emprendedor y la orientación de toda la población —no sólo de las empresas, grandes y pequeñas—, hacia este nuevo mundo que se alza en lontananza. Mientras que Estado Unidos tiene su Silicon Valley y Rusia su Skolkovo innovation center, Europa aún está renuente en la creación de múltiples centros donde converjan empresas, expertos y centros de estudios para aunar fuerzas y desarrollar proyectos en colaboración. Impera demasiado el espíritu decimonónico.

Quinto punto. Economía, esto es dinero. Hay que reeducar a la ciudadanía en el esfuerzo y la creación. Mostrarle que la salida del presente túnel hacia lo oscuro (construido con una costosa burocracia y los subsidios) sólo puede conseguirse con una nueva Ilustración, esta vez de carácter digital. El gasto se ha de dirigir hacia las nuevas infraestructuras, que deberán de tener un tamiz digital (propio de los nuevos tiempos), y hacia la sociedad del conocimiento. La nueva sociedad industrial que se divisa exige valentía tanto a nivel de dirigentes como de los ciudadanos. Éstos deberán de reeducarse para pasar a tener una cualificación alta en lo digital. Adquirir nuevas competencias (skills). Esperemos que ni unos ni otros huyan ante este grandioso reto.

jueves, 2 de julio de 2015

El reto del lenguaje de las máquinas

Un hecho capital del presente es la aparición de la máquina digital inteligente (smart machine). Este nuevo 'personaje' muy pronto adquirirá tal relevancia que su presencia será casi inevitable, a menos que uno emigre hacia las montañas, como en su tiempo hicieron —huyendo de la civilización— los anacoretas. Y habrá que saber conversar con estos recién llegados; de lo contrario, los extranjeros llegaremos a ser los propios humanos.

El siglo XXI —siglo al cual, por lo que se ve, no todas las áreas geográficas han llegado— está cambiando todo el panorama que hasta ahora había existido. Casas, coches, supermercados, oficinas, talleres, industrias, etc., en pocos años estarán gobernados por máquinas de alta cualificación digital —entiéndase por ello robots, automatismos, máquinas inteligentes que constantemente van aprendiendo y modificando su trabajo, etc. Y todo eso no hay que verlo ni pretender vivirlo en este inmediato futuro como algo regalado y con una actitud pasiva, es decir, como simples consumidores. Por el contrario, esta situación hay que planteársela como un gran reto. Hay que hacerle frente de inmediato. Obligado es iniciar cambios personales de forma radical para adaptarse. Es decir, hay que asumir el papel de diseñadores, creadores, programadores y reprogramadores de estas nuevas máquinas e ingenios. Y esto requiere, como básico y de forma inicial, aprender el lenguaje de este nuevo personaje de la historia, el lenguaje de estas máquinas: hay que aprender a programar. Lanzarse de cabeza hacia el code, hacia la codificación, hacia la programación digital.

De la misma forma que cuando empezaron a llegar turistas extranjeros en los pueblos de la costa empezaron haber, y a contratarse, personas que dominaban idiomas, como el francés, el inglés o el alemán (y en estos últimos años el ruso), la nueva circunstancia tecnológica requerirá —como mínimo— el dominio idiomático del 'lenguaje de las máquinas'. Saber programar es el primer paso para entenderse a fondo con las nuevas máquinas que las grandes industrias están fabricando —industrias que están ya existiendo bajo el rótulo de Industry 4.0. Y no dominar este lenguaje equivaldrá a ser "forastero" en este nuevo mundo de la Internet industrial, hacia donde se orientan las próximas décadas.

Si nuestros jóvenes escolares entraran de inmediato en un proceso de inmersión en el lenguaje de programación —de ellos hay muchos, de distintos niveles y adecuados a distintas edades— estaríamos, de hecho, encaminando a las futuras generaciones de profesionales hacia unos terrenos alejados del paro. Este proceso, el dominio de la programación, debe de entenderse como un nivel mucho más profundo que la simple alfabetización digital. Del mismo modo que sería un disparate que nuestros estudiantes no dominaran el inglés —en tanto que idioma de interlocución universal, herramienta clave para el intercambio comercial y de conocimiento—, sería una mala jugada no promover a gran escala y de forma seria y profunda el dominio del lenguaje de las máquinas. De cometerse este error, este traspié repercutiría en todo el mundo. De hecho, el dilema que está en juego es adaptación o decadencia. Adecuación a los nuevos tiempos o el retorno a la dependencia y al subdesarrollo. Hablamos, en último término, de economía. De qué se podrá vender y de qué estará el mercado dispuesto a pagar.

Ahora estamos entrando en la revolución de la Internet Industrial promovida por la IoT (Internet of Things) y todo aquel que pueda 'hablar' con estas nuevas máquinas, que inundarán todas las áreas de la vida laboral, tendrá la garantía de un lugar adecuado en el nuevo mundo que se vislumbra. No darse cuenta de esto es vivir en el pasado, es sentirse tentado por una regresión hacia una niñez dulce y sin problemas. En otras palabras, un camino hacia el abismo profesional. Con la nueva revolución industrial, la que llevará la Internet incorporada en todo tipo de máquina, desde un semáforo a un satélite de control de la circulación de vehículos, los oficios y la preparación que servían para la segunda mitad del siglo XX ya no son una garantía para un buen posicionamiento laboral.

Estamos ante un reto colosal, que exige también una apuesta colosal.
No es válido ser pasivo y creer que las cosas, sin hacer nada, ya se arreglarán. Además, hay que darse cuenta de que no hay nada que dure —ni eternamente y casi ni por una temporada—. Se ha escrito que "every month, code changes the world in some interesting". (Cada mes, el código, la programación, cambia el mundo en algo interesante). Y hay que estar en primera fila. Estamos entrando, realmente, en una nueva época. No verlo puede ser más que comprometido.

viernes, 5 de junio de 2015

Robótica, mundo laboral y nivel de competencia en el futuro mundo 'smart'

Desde hace unos meses han ido apareciendo una serie de artículos relativos al nuevo mundo laboral que aparece en lontananza. Estamos entrando, aunque aquí no sea aún muy visible, en una etapa tecno-económica completamente distinta a la que hemos vivido en las últimas décadas. Es la nueva etapa de la computarización o digitalización. En otras palabras, en un mundo industrial donde los automatismos, la robótica, las máquinas que están capacitadas para aprender (y que se auto-adaptarán) a partir de los datos que reciban vía Internet, comenzarán a introducirse en talleres, empresas e industrias relevando a obreros dedicados a trabajos mecánicos y poco creativos. Estamos en el inicio de una etapa donde muchas de las tareas tradicionales —aquellas estrictamente mecánicas— pasarán a ser ejecutadas por máquinas. Las máquinas robotizadas, es decir, movidas y supeditadas a los programas informáticos, harán unas tareas donde los errores serán mínimos, por no decir inexistentes. Las máquinas no padecen estrés, no se cansan, ni sufren bajas anímicas. Y, además, estas nuevas máquinas serán, como hemos dicho, machines learning, máquinas que irán aprendiendo y mejorando sus tareas —y, tómese nota, trabajando casi a gusto del consumidor.

Ante esta irrupción —que hay que calificar de disrupción— empiezan a aparecer —en esos artículos mencionados— el temor de que desaparezcan muchos puestos de trabajo. Y al respecto no cabe plantearse ninguna duda. Realmente habrá muchos puestos de trabajo que desaparecerán, como han ido desapareciendo —eso sí con mucha más lentitud—puestos de trabajo que estaban asociados a antiguos sistemas productivos o relacionados con antiguas máquinas o menesteres. Un ejemplo muy claro fue la desaparición de los guarnicioneros, aquellas personas que hacían las guarniciones para las caballerías. Y lo hicieron, al desaparecer de facto los caballos como “herramienta” fundamental en el mundo de la agricultura y el transporte. Si a mediados del siglo XX aún se efectuaban estas tareas en nuestras ciudades, hoy no pasan de ser una reliquia de anticuario.

Los cambios técnicos siempre han comportado cambios de fondo en los sistemas productivos y en este sentido han obligado —se quiera o no— a resituarse ante el nuevo escenario. El error está en no querer darse cuenta de que esta nueva circunstancia provoca un gran cambio de las reglas de juego que hasta ahora habían prevalecido. Salvo una catástrofe, las cosas no volverán a ser como antes. Y no querer darse cuenta de esta nueva realidad y huir hacia el pasado, es una actitud que no sería descabellado de calificarla de infantil.

¿Los robots, sin embargo, harán que haya menos puestos de trabajo? Sí y no. Sí, respecto a muchas tareas tradicionales. Los robots, las máquinas inteligentes, las automatizaciones, tomarán los puestos de trabajos que hasta ahora estaban ejerciendo trabajadores humanos. (Ya hace años que sacamos dineros de los cajeros automáticos, sin que detrás de la máquina haya persona alguna). Pero no con respecto a una amplia gama de nuevas tareas y trabajos que están apareciendo y otras por crearse e incluso diseñarse. Trabajos sobre seguridad informática o de análisis de datos son de los más demandados en las últimas fechas; y sólo estamos en los inicios.

Ejemplo, comparativo, de todo esto, es lo que empezó a suceder a partir de la segunda mitad del siglo XVIII con la irrupción de la revolución industrial —la época de la introducción de las máquinas que sustituyeron con empuje y sin freno las manualidades, fundamentalmente en el mundo de los tejidos. La época de las manufacturas ('manu-facturas') tocaba a su fin. El trabajo humano, la fuerza humana, comenzó a ser sustituido por la fuerza de las máquinas. Algunas fueron las máquinas de vapor (con la energía del carbón); otras máquinas fueron instaladas, en el marco industrial pertinente, cerca de los ríos, las turbinas de las cuales eran movidas por la fuerza del agua. Y la fuerza humana y la inteligencia pertinente pasaron a ser reemplazadas por máquinas que reducían mucho la intervención del individuo humano. Aparecieron quejas al respecto. Los artesanos que hasta entonces eran los reyes de la producción material vieron que eran sustituidos por máquinas que pasaban a ejercer mecánicamente lo que eran hasta entonces sus tareas. El clamor en aquel momento fue como en el presente. Las máquinas llevarían a la gente a un paro insalvable. Pero la realidad fue todo lo contrario. Incluso, bajo el empuje de la presencia de la máquina, creció la población —multiplicándose de forma sorprendente— y desde entonces, con las distintas y posteriores revoluciones industriales (con la introducción de la energía eléctrica , etc.), lo que debía de ser —bajo la óptica catastrofista de los que simplifican las cosas y temen los cambios— un camino hacia una plaga de pobreza, fue el inicio de una etapa esplendorosa —si examinamos comparativamente el presente con el pasado de cien años atrás y más— donde el índice de bienestar es sorprendentemente avanzado y la esperanza de vida algo nunca alcanzado hasta ahora (sin querer decir que con esto ya se ha llegado a un final y que no se puede rebasar).
Ahora bien, la actual ideología catastrofista que refleja el temor ante la nueva industria inteligente —la de las máquinas smart—, no es más que una muestra de la clásica 'resistencia al cambio' y del rechazo, camuflado, a esforzarse para encarar la nueva etapa industrial con energía intelectual (y no simplemente mecánica), donde la creatividad, la inteligencia y la reflexión serán muy bien recompensadas y donde el nuevo perfil del profesional exigirá una alta preparación por la que ya desde estos momento, habría que dedicar toda la atención. La recompensa, para esta persona altamente preparada, será no solamente tener un puesto de trabajo en esta nueva circunstancia smart, ni un buen sueldo, del que seguro podrá disfrutar, sino que verá que su aportación intelectual tiene como prima haber intervenido, aunque sea a pequeña escala, en el diseño de la nueva sociedad industrial que está apenas perfilándose. Esta es la hora de los creadores inteligentes, de los esforzados, intelectualmente hablando, de aquellos que no renuncian a poner los codos en la construcción de un futuro mundo smart.

viernes, 22 de mayo de 2015

La disrupción digital a la vuelta de la esquina

Hay una palabra que empieza a estar de moda; que ha dejado de estar circunscrita a ámbitos reducidos y está saltando a las páginas de los periódicos —medios de comunicación centenarios que pocos les pronostican un largo futuro. Esta palabra es disrupción. La nueva tecnología está produciendo un cambio disruptivo lo que viene a significar que se está entrando en una etapa de reinvención completa. Todo recibirá un cambio a partir de la huella digital.

Hasta ahora se ha estado en el mundo digital, en líneas generales, como espectador. Como consumidor, podríamos añadir, si se ha pasado por las etapas de PC, smartphone o incluso tableta. Pero esta fase está concluyendo. Ahora la ola digital llegará mucho más lejos provocando cambios —en un plazo de 10 años, para dar una cifra optimista; o de cinco años o menos si se quiere ser más realista— que harán tambalear nuestro mundo no como usuarios, sino —y eso hay que subrayarlo bien— como productores, como trabajadores o profesionales.

La digitalización de todo generará cambios en todos los ámbitos. A nivel de las ventas (ya lo vemos con el auge del comercio electrónico) y de las industrias, con la introducción a gran escala de las máquinas inteligentes (learning machines) —máquinas que al recibir datos, en tiempo real, de los productos fabricados, instalados y vendidos, adaptarán y mejorarán sus nuevas producciones para hacer unos productos más eficientes y tener, en último término, más fidelizados a sus clientes.

Eficiencia y racionalidad. He ahí dos conceptos que cada vez más van también esparciéndose por el mundo productivo. Esto puede considerarse como una repetición, pero ahora a gran escala, de la aventura empresarial de Michelin. Nos referimos a aquel joven francés François Michelin que a mediados del siglo XX entró como gerente de la empresa de neumáticos, una empresa que procuraba subsistir en un mundo de gran competencia. Después de hablar con todos los trabajadores y escuchar sugerencias, François Michelin recogió una para hacer un tipo de neumático que fuera más bueno y resistente que los que hasta entonces se habían fabricado... Ante esta idea, los otros directivos de la empresa se asustaron. La empresa quebraría. Si los neumáticos nuevos duraban mucho más que los que hasta entonces se hacían, ¿cómo mejorarían las cuentas de resultados? Michelin no dudó en introducir los cambios pertinentes y comenzó a hacer los nuevos neumáticos. Las nuevas ruedas tenían mucho más recorrido y mucha más seguridad. Los neumáticos eran mucho más eficientes (hoy eso se llama innovations de rupture). Y, con ello, paradójicamente, aumentó el número de clientes y hasta hoy llega la historia de aquella empresa entonces de nivel medio que se llamaba Michelin y que hoy todo el mundo conoce.

Eficiencia, racionalidad y digitalización bien conjuntados significa hacer mejores productos; más adecuados e incluso estrechamente adaptados a los usuarios. ¿Por qué hacer coches que alcancen altas velocidades si hay un sector de compradores que no necesitan estas prestaciones? Con ayuda de los big data —datos que las piezas de las máquinas en funcionamiento irán enviando a los respectivos fabricantes para dar noticia de su uso, desgaste e, indirectamente, modificación posible— el mundo industrial está entrando en una etapa que requerirá unos profesionales con unas competenciasskills— que, en lineas generales, hasta ahora han resultado bastante superficiales. De hecho el mercado laboral tampoco lo exigía. Pero ahora —en esta etapa de disrupción— las cosas están cambiando y lo hacen de forma más bien acelerada. Ahora el impacto digital está llegando al mundo laboral y aquel que no se prepare para esta nueva época puede quedarse peligrosamente al margen. Es una época que se vislumbra de gran creatividad —de hecho todo está por hacer; habrá que modificarlo todo, poniéndole un 'barniz' digital. Es una época de esfuerzo y de aprendizaje continuado. Estamos hablando de una época de cambios sin fin. ¡Hay tantas cosas por hacer con ayuda de la digitalización! ¡Hay tanto por innovar (por promover "innovations de rupture")! ¡Tanto por aprender!

martes, 14 de abril de 2015

La peligrosa ceguera ante el futuro inminente

El conocimiento es una de las materias primas más importantes que existen. Trabajar el conocimiento, la formación, a lo largo de la vida es crear riqueza. Y dado que ese es inagotable, la riqueza también lo puede llegar a ser. No darse cuenta de ello es uno de los primeros baches con que podemos tropezar en la marcha hacia el futuro.

Una economía depende fundamentalmente de unos ejes estructurales que la condicionan plenamente. Por ejemplo, las vías de comunicación física (caminos de carros o autopistas); los transportes (el ferrocarril del siglo XIX o el submarino chino supersónico que pretende hacer Shanghai-San Francisco en 100 minutos, en lugar de las 13 horas del avión actual); las fuentes de energía (agua, electricidad o nuclear).

Primordiales son, sin embargo, la investigación y el descubrimiento científico que permiten mejoras en los ejes anteriores, ofreciendo grandes avances en otros como la industria y el comercio (e-Commerce). Encabezando todo esto, tenemos algo que no obtiene aún suficiente eco: la capacidad productiva humana (entendiéndola como capacidad intelectual —Human Capital). Y, de manera complementaria, la posibilidad comunicativa, como son los niveles de información de todos estos avances.

En la actualidad estamos en una etapa que cambiará el mundo actual en todos los aspectos. Es difícil circunscribir el terreno donde se dará la próxima revolución, ya que cualquier área científico-técnica se presenta como pieza clave de la misma. Desde la existencia de nuevos materiales y de avanzados tratamientos de los mismos —a nivel de moléculas, por ejemplo, como la nanotecnologia—, hasta la industrialización del espacio. A nivel de transportes, tenemos la idea de Elon Musk que pretende transportar pasajeros a Marte, donde se quiere crear la primera ciudad fuera de la Tierra. Las actuales exploraciones robóticas hacia planetas del Sistema Solar son signos que dejarán como tema de ficción la preocupación por las limitaciones de nuestro planeta.

La tecnificación y digitalización actuales están alcanzando cotas tan altas que puede ser necesario dedicarle unos minutos de atención. La economía del mundo medieval se centró, entre otros aspectos, en la artesanía. El artesano era un manitas que fabricaba objetos con destreza y habilidad. Con la revolución industrial del siglo XIX, con el trabajo ejecutado por máquinas, el trabajador redujo su capacidad a unas tareas más sencillas —salvo especialistas y técnicos. Hoy por hoy —en este presente del futuro— y con la introducción de la Industria 4.0, se empieza a necesitar unos perfiles profesionales que se podría etiquetar de artesanía digital.

El nuevo empleado no será como el trabajador del textil del siglo XX, que en una mañana aprendía su tarea. Por el contrario, a los nuevos profesionales se les está exigiendo unos conocimientos y habilidades que resultan bastante escasos, cuando no aterradores. Según cifras de la EPA, de los 813.700 de jóvenes parados, en España, el 67% no han superado la ESO.

Pero no todo queda en el ámbito del mundo físico —industria, espacio, etc. Ya que también hay revoluciones a nivel biológico. ¿Qué tal tener unos nuevos ojos que incorporen cámara y Wifi? (¿Inventamos? Buscar info sobre MHOX). ¿Y qué sobre renovar un poco las neuronas? Actualmente la bioingeniería está haciendo avances a partir de sensores que pueden llegar a estimular muchas áreas neuronales. ¿Y las plantas? Las modificaciones de su ADN está ya despuntando para hacer unas plantas aún más adecuadas para la salud humana. ¡Todo está cambiando!

Se habla del nuevo mundo smart, inteligente. De las smart cities, de las smart houses, de las smart industrias. Pero queda oculto lo que exigirá todo esto: hombres y mujeres smarts. Como si estos no tuvieran un papel directo en este nuevo mundo. Como si fueran unos seres pasivos a los que por gracia de los dioses se les otorga unas nuevas prerrogativas, al igual que si se les regalara un nuevo smartphone. Pero las cosas nunca han funcionado así. Y es urgente darse cuenta.

Queda claro, en todo caso, lo que están escribiendo los nuevos guionistas de la obra —aquellos científicos y técnicos que lo están revolucionando todo. Hay que resituarse. Aprenderse el nuevo papel; reciclarse y hacerlo a gran escala (y al respecto hay grandes instituciones, y la UOC es una de ellas). El director de la pieza teatral —que es la de la vida con todas sus facetas— ya está haciendo el casting por los principales personajes. Es urgente no quedarse en un mero papel secundario. El título de la obra es el futuro es presente. No hay duda de que puede tener un éxito clamoroso. Quedarse como un simple espectador puede ser, como mínimo, contraproducente.

Decálogo digital
1) El cambio tecnológico es y será acelerado, provocando grandes cambios empresariales, económicos y sociales.
2) Habrá trabajos que desaparecerán. Muchos de los puestos de trabajo actuales serán realizados por máquinas.
3) Se requerirá formación especializada en nuevos campos relacionados con la nueva tecnología como la robótica, la nueva maquinaria o la analítica de datos.
4) La nanotecnología abrirá puertas a nuevos materiales, respecto a los cuales los técnicos deberán tener una alta formación.
5) Los equipos de seguridad informática deberán tener profesionales propensos a adquirir nuevos conocimientos para hacer frente a los imparables retos del hacking.
6) Big data, nanotecnología, Internet of things, cloud computing, robótica, etc., son algunas de las nuevas advocaciones del presente santoral tecnológico.
7) Los países que se muevan con una lenta dinámica formativa o con una formación anclada en el siglo XX quedarán arrinconados.
8) La miopía hacia el presente tecnológico y la falta de competencia digital podrá ser castigada con depauperación salarial o desempleo crónico.
9) Los profesionales formados digitalmente que continuamente vayan adquiriendo nuevas capas de conocimiento serán los más perseguidos a golpes de talonario.
10) Este decálogo se resume en que todos debemos ser competentes digitales y mejor si somos expertos digitales en algún ámbito. Para ello se requieren dos principios: Hay que ser activo y no ser avaro en el esfuerzo.

Artículo publicado en catalán en el periódico La Mañana de Lleida, el 12 de abril de 2015.

martes, 10 de marzo de 2015

Pistas para ser un buen profesional del siglo XXI

No todo el mundo vive en el siglo XXI a pesar de lo que ponga el calendario. A poco que se viaje, si se llega a un pueblo entre montañas, o si se viaja a otro país, como puede ser a Grecia, o a otro hemisferio, como puede ser la India, uno se dará cuenta fácilmente de que hay grandes áreas de población que viven, como mucho, en la primera mitad del siglo XX, si no en una etapa incluso anterior.
¿Cómo saber si se es un profesional bien situado para hacer frente a los retos que plantea el siglo actual, ya en este mismo presente, y que, a corto plazo y medio plazo, sus retos serán más exigentes?
¿Vives en el siglo XXI?
Este es un pequeño test que podría orientarte al respecto.
¿Tus medios de comunicación todavía son básicamente medios de información como la televisión y la prensa en papel? Si la respuesta es un sí, vives como un ciudadano del siglo XX.
¿Estudias aun basándote simplemente en libros y apuntes? Si la respuesta es afirmativa, lo haces igual como se hacía hace cuarenta años.
Como estudiante, ¿te dedicas a ser pasivo a la hora de recibir información y con poca información ya tienes suficiente y no te animas a ampliarla utilizando la red Internet, una red que permite obtener información a partir de las autoridades más expertas en el campo en el que estás trabajando o preparando? Si lo haces así, sí que eres un ciudadano del siglo XXI. En caso contrario, no; por más que utilices un smartphone o un tablet y que padezcas hiperconnectividad.

¿Eres consciente de que constantemente tienes que estar poniéndose al día en el terreno en el que trabajarás profesionalmente? ¿Te has dado cuenta que están apareciendo avances, en diferentes áreas del planeta, en el terreno en el que tú te mueves y en el que sería interesante que estuvieras en las primeras filas? ¿Estás realmente a la última?
¿Piensas que ponerse al día es leer un simple libro que fue editado hace tres años en versión original? Si tu respuesta es un sí, no eres realmente un ciudadano del siglo XXI. Puedes ser un buen ciudadano, pero no estás entre los más avanzados. Difícilmente podrás alcanzar un buen estatus profesional como el que te podrías merecer.
¿Estás en estos momentos haciendo las prácticas de un segundo idioma extranjero, habiendo superado del primero unos niveles mínimamente aceptables? Si la respuesta es sí, empiezas a ser un ciudadano del nuevo siglo. Bueno, del siglo actual.

¿Estás al tanto sobre cuáles son los periódicos y revistas digitales, mayoritariamente extranjeras, que hay que frecuentar para estar al día en el terreno en el que te mueves o te quieres mover dentro del ámbito de tu profesión?
¿Estás al día en cuanto a los nombres propios de los principales expertos, tanto nacionales como extranjeros, que están en la vanguardia del mundo profesional en el que te estás adentrando? Si la respuesta es afirmativa, empiezas a tener nota.
¿Estás al caso de cuáles son las profesiones que están hoy en decadencia? ¿Tienes un título respecto al cual hay una inflación de personas que están igual que tú buscando una oportunidad laboral, en una área donde hay escasez de trabajo?
¿Te has dado cuenta de cuáles son las tareas, los trabajos profesionales, que en un plazo de cinco años e incluso antes serán sustituidos por la automatización y la robótica? ¿Eres consciente de todo eso?
¿Frecuentas habitualmente direcciones webs de consultoras sobre recursos humanos, nacionales e internacionales, para enterarte de las nuevas demandas laborales y, en especial, darte cuenta de las nuevas tendencias profesionales? ¿Eres consciente ya de las nuevas profesiones que hoy y a medio plazo tendrán una alta demanda? ¿Eres consciente de ello? ¿O aún vas a mirar los paneles de la oficina de trabajo de la esquina, al igual como se hacía hace veinte años?
¿Estás al corriente de las webs que hay que visitar regularmente para estar a la última sobre lo que se cuece en las áreas de tu interés profesional? ¿Estás al tanto de las tendencias que hay dentro de tu área y de las correspondientes líneas de desarrollo? Si repites el sí, creeré que empiezas a ser un auténtico ciudadano del siglo XXI.
Si además de las afirmaciones a todo lo anterior comienzas a tener una presencia constante en Internet, tratando los temas que te interesan dentro del área de tu profesión, no me queda más que quitarme el sombrero y felicitarte en tanto que real ciudadano del presente siglo.