jueves, 14 de enero de 2016

Clandestinidad educativa y barreras gremiales a las puertas de la cuarta revolución industrial

Vamos a empezar con lo grave antes de incursionar en lo más grave y dejaremos para lo último los aromas de lo que quizás sólo nos llegará —la cuarta revolución industrial.

Grave es la clandestinidad educativa que rige plenamente en nuestro país. Se desconocen cifras reales sobre resultados académicos de los centros escolares. Los padres a la hora de llevar a sus hijos a uno u otro centro no saben qué nivel tiene este centro, ni cuál podrán alcanzar sus hijos porque del centro sólo se sabe su nombre y su dirección —dejamos de lado las cláusulas por las que se podrá acceder. No existen unas listas, de renovación anual, sobre resultados académicos objetivos —por ejemplo, el porcentaje de aprobados en el examen de la selectividad, al final del bachillerato— de los centros de enseñanza secundaria. Estos resultados que la inspección de enseñanza posee, son mantenidos ocultos en aras de la "igualdad" académica de todos los centros —cosa que por sentido común es rotundamente falsa. Los centros no son iguales porque el perfil de los profesores y del propio alumnado varía con el tiempo. La "igualdad", este bálsamo que todo lo equilibra, no pasa de ser —en una época que se reclama de luz y taquígrafos, a favor de la transparencia y contra la corrupción— de gran transcendencia y una clara transgresión de todos estos principios.

Así pues, los padres se enfrentan a una situación grave que repercutirá en la formación previa a la profesional de sus hijos. Y todo por una clandestinidad rayando en el ridículo por no decir en la perversión. Muchas vidas pueden quedar truncadas por la arbitrariedad de unos administradores de la cosa pública en un país que se las da de democrático, pero que mantiene ínfulas de tiranía o despotismo.

Más grave aún es el mantenimiento de unos centros escolares encorsetados a unos programas educativos que por muy modernos que se autocalifiquen no pasan de ser viejas repeticiones de la enseñanza clásica. Lección magistral, alumnos sentados en pupitres pasivos y escuchando, tomando notas ya sea en papel, en el ordenador o en el tablet —he ahí una punta, falsa, de modernidad TIC. El cómo se enseña y el qué se enseña tienen un origen centenario y nuestros jóvenes estudiantes no reciben ni de lejos —en la mayoría de los centros reglados— el tipo de educación que las nuevas empresas requieren y exigirán.

Lo mismo se podría decir de muchas facultades  —en especial las que están alejadas de las ingenierías, tecnologías y ciencias— que continúan dosificando saberes igual como se hacía en la década de los años 70 del siglo pasado. Muchas de ellas aún no se han dado cuenta de que ha habido cambios, que estos se dan a gran velocidad, y que estos cambios ya están repercutiendo en las empresas, en los puestos de trabajo y en las formaciones requeridas de los nuevos profesionales. Aún hay carreras —en especial en el área de letras— que encarrilan a sus alumnos a la cuneta laboral porque no hay suficientes ofertas laborales al respecto. ¿Cuántas plazas universitarias de periodismo hay en Cataluña cada año? ¿En qué trabajarán esos jóvenes a los que se obliga a estudiar asignaturas de relleno durante cuatro largos años? ¡Ya se verá luego qué asignaturas de especialización o de máster ayudarán a encajar, tal vez, en el mercado laboral a los más esforzados!


La educación en España —aunque, como se puede ver, no se tiene la exclusiva de ello— es similar a los gremios de la Edad Media que perduraron casi hasta fines de la Edad Moderna. Los gremios —recordémoslo— controlaban y limitaban el número de talleres artesanales activos, a la vez que en sus manos residía el sistema de aprendizaje. De hecho controlaban toda la actividad profesional y evitaban la competencia. También ellos eran los que fijaban los precios, los tipos y la cantidad de productos a fabricar. La formación y la escala laboral era detalladamente regulada por el gremio en cuestión y nadie podía ejercer un trabajo artesano si no había seguido todas las etapas que el gremio había estipulado como necesarias para ser aprendiz, oficial o maestro. En el mundo donde rigieron los gremios no existió la competencia. El mercado libre no existía. Y tampoco existió durante esta etapa el progreso ni el bienestar consecuente.
La educación hoy actúa similarmente como los gremios de antaño. Tienen encorsetados al personal. Hay unas normas inflexibles. Toda empresa, pública o privada dedicada a la educación, está obligada a ofrecer unos programas —muchas veces caducos e ineficientes— bajo pena de cierre o de desaparición de subvención gubernamental.
Subvención versus inversión
Si se examina a fondo, se puede ver que los centros subvencionados son centros apagados, con carencia de espíritu innovador. Viven con ausencia de alicientes y estímulos que les empuje hacia nuevas metas más modernas y amoldables a los nuevos tiempos que se alborean. Los padres al  orientarse hacia esos centros subvencionados —y con la ausencia de los datos, clandestinos, que hemos indicado— parece que sólo miran el más cercano presente del ahorro, sin darse cuenta que pagar una cuota mensual a un centro escolar privado —del que se tengan referencias objetivas sobre su alta cualificación— no es tirar el dinero sino realmente invertir en los propios hijos y encaminarlos adecuadamente hacia un futuro profesional con solvencia. Y todo ello mientras las férreas manos educativas impiden a los centros, públicos o privados, avanzar a grandes pasos hacia la innovación tanto de programas como de sistemas educativos. 
¿Realmente para algunas profesiones es necesario estar cuatro años sentado ante una pizarra recibiendo charlas sobre temas que no encajan en el marco profesional que uno quiere seguir? ¿Verdaderamente es tan difícil darse cuenta que hoy en día, con la velocidad del cambio tecnológico que se vive, se necesitan muchas personas preparadas para unos trabajos concretos que ahora y aquí ya se deberían de estar implementando?  ¿Tener conocimientos, por ejemplo, sobre los big data requiere una previa preparación universitaria de cuatro años? (Aunque hay alguna universidad, como la UOC, que tiene el atrevimiento de saltarse esa reglamentación, no sin indicar que al terminar esta asignatura sólo recibirá un 'certificado', sin el 'rango' 'universitario' correspondiente).
Habrá que recordar que los gremios, más allá de algunas virtudes que se les pueda atribuir, hoy se sabe fueron una rémora y un freno a la innovación; influyeron negativamente en la cualidad de los productos —¡no existía ninguna competencia al respecto!— y también en las habilidades de los propios artesanos que se dedicaban a repetir año tras año lo que habían aprendido en los primeros años de su adolescencia.  Los economistas al hablar de los gremios concuerdan en que provocaron pérdidas de eficiencia en la economía. La industria —hoy presente en muchos habitáculos de nuestras viviendas— sólo pudo empezar a florecer cuando los gremios empezaron a desvanecerse.

Es casi seguro que los gremios actuales —los centros educativos y en especial los altos administradores de los mismos— están también provocando un severo freno al despegue de nuestra sociedad —encabezada por los más jóvenes, en su búsqueda de un futuro— hacia la cuarta revolución industrial. Una revolución —como cuentan Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee en su reciente libro— que estará coronada —en una primera instancia— por la robótica, la inteligencia artificial, las empresas inteligentes y para ello se necesitarán centenares de miles de muchachos preparados. En pocas palabras gente con talento, gente smart.
Más sobre esta situación educativa aquí.