jueves, 26 de agosto de 2010

La Florencia digital con sus humanistas, sus mecánicos y sus 'nostradamus' digitales

Parece que fue ayer, cuando los florentinos y los pobladores de otras ciudades del norte de Italia empezaron a respirar nuevos aires. Petrarca había subido al monte, había descubierto literariamente la naturaleza. Y, con la llegada de los viejos y añorados libros de los clásicos, vía Constantinopla, los florentinos, encabezados por Marsilio Ficino (1433-1499) creyeron que se habría abierto una nueva época, una età nuova, un nuevo siglo. Una especie de milenio se cernía sobre sus cabezas.
En esta atmósfera de esperanza y optimismo circularon grandes hombres que las enciclopedias nos recuerdan con muchas líneas. Además del promotor Ficino, Pico della Mirandola (1463-1494) y otros estuvieron en el campo de los evangelizadores de la buena nueva: la rinascita, el Renacimiento que empezaba a desplegarse (y su impacto llegaría de Lisboa a Praga). El espíritu renovador se cobijó, en Florencia, bajo el mando de la "Academia Platónica". El estudio, el saber, centrado en un profundo conocimiento del mundo clásico grecorromano, era la llave que podía dar paso a un cambio revolucionario en las ciudades que redundaría en beneficio de la dignidad del hombre.
Además de estos humanistas esperanzados, también surgieron profetas de corte apocalíptico, como el religioso reformista Jerónimo Salvonarola (1452-1498), el cual predicó el derrumbe de Italia y la reforma de la Iglesia. Y por último, como tercer modelo de esta época, hay que destacar, junto con los artistas creadores de la talla de Boticelli, Miguel Angel, Rafael, Tiziano, Durero, figuras con espíritu técnico, impulsores de las artes mecánicas, como Leonardo da Vinci (1452-1519).
Ahí tenemos, pues, los tres especímenes que, en la primera década del nuevo siglo y milenio, en pleno 2010, reaparecen ahora con vestido digital. Por un lado hay los renovadores y evangelizadores digitales (encabezados, si citamos los más próximos, por Alejandro Piscitelli y, más cerquita aún, por Dolors Reig), por otro los pedagógico-apocalípticos como Nicholas Carr y por último, sin nombres con repercusión mediática, los tecnólogos que van avanzando con sus indagaciones y descubrimientos en pro, por ejemplo, de un futuro ratón invisible. Los inventores tecnólogos, como ha ocurrido en otras épocas, están menos dotados para la autopromoción, de ahí su ocultamiento, cosa que no deja de ser una lástima ya que son los más eficaces de toda la palestra.
Dejemos constancia aquí, por seguir con el ejemplo, de Pranav Mistry y su Mouseless: the invisible computer mouse. El ratón invisible.

Nuestra época, como lo fue el siglo XV y el XVI, está también repleta de predicciones. Algunos de los Nostradamus (1503-1566) que pululan entre nosotros y cuyos reclamos y profecías seguimos con atención son los siguientes:
Ante el impacto de los ebooks, en cinco años desaparecerán los libros de papel. Negroponte dixit.
En cinco años, la mejor educación se encontrará en la Web, más que en la universidad, dijo Bill Gates.

Steve Jobs predice el final de la era de los PC de mesa y su reemplazo por los tablets.
Por último, no dejemos sin citar las previsiones proféticas para los próximos cincuenta años que nos ofrece Cisco.
Así tenemos que en 2012, el 90% de los datos estarán en vídeo. O que en la actualidad sólo sabemos el 5% de las cosas que se llegará a saber en los próximos 50 años.

Difícil es, pues, dudar de que nos encontramos en una nueva reedición de lo que representó Florencia y su movimiento académico, ahora bajo el empuje digital.

domingo, 22 de agosto de 2010

Entre apocalípticos digitales

El verano siempre es propicio para las serpientes periodísticas. La que este agosto nos ha puesto encima de la mesa es la que trata de las tesis de Nicholas Carr
Carr es un viejo conocido, aunque tiene una edad envidiable, en las tramoyas ensayísticas que se dedican a analizar y elucubrar sobre la impronta digital que está impregnando al hombre de finales y de este nuevo siglo. Carr ha aparecido en la prensa más bien por su libro —digamos en su descargo. Por sus tesis sobre el retraso intelectual que comportará la digitalización que viene galopante. Según su tesis, la cantidad de tiempo que estamos dedicando a Internet está dañando nuestro cerebro, subvirtiendo nuestra capacidad de pensar y aprender. Si a esta tesis le añadimos lo que se trasluce del informe del regulador de medios Ofcom sobre lo que pasa entre los británicos y los dispositivos digitales, tendremos los ingredientes preparados para una mayúscula sopa. 
Según Ofcom, los británicos pasan más de siete horas al día entre ver televisión, pasear por Internet, enviar mensajes de texto, usar teléfonos móviles con potencia web y todo eso presente en millones de personas. En la franja de edad entre  los 16 y los 24 años de edad, la televisión no es ya tan dominante: la mitad de su "tiempo de los medios de comunicación" se dedica a los teléfonos móviles y ordenadores; y dos tercios de ese tiempo lo pasa haciendo dos cosas a la vez. 
La tesis de Carr es simple: el mundo actual está sobrecargado de información y eso (y nuestro voraz anhelo de abarcarlo todo) está matando nuestra capacidad analítica y crítica. Y, lo que resulta más grave, estos nuevos hábitos están cambiando la estructura neuronal de nuestro cerebro.

Carr es el autor que hace ya dos años publicó un artículo furibundo en la revista Atlantic: 'Google,

¿nos está convirtiendo en estúpidos?'. El libro actual —The Shallows (Aguas poco profundas)— viene a culminar su grito desgarrador y de alerta. Nuestra neuronas pueden sentirse debilitadas por la digitalización de nuestro mundo, llevándonos hacia la "deseducación" ("the uneducating of Homo sapiens"). 

"If, knowing what we know today about the brain's plasticity, you were to set out to invent a medium that would rewire our mental circuits as quickly and thoroughly as possible, you would probably end up designing something that looks and works a lot like the internet."
" Si, sabiendo lo que hoy sabemos sobre la plasticidad del cerebro, usted tuviese que intentar inventar un medio que hubiese de reconfigurar nuestros circuitos mentales tan rápidamente y a fondo como fuese posible, usted probablemente terminaría por diseñar algo que se parece muchísimo y funciona como Internet ." 

Este es el potencial y el peligro que, según Carr, acarrea Internet para el homo sapiens
¿Está Nicholas Carr entre los apocalípticos digitales que, como todos los roles humanos, también los hay en nuestra época? No nos atrevemos a dar una respuesta afirmativa. Tiempo habrá, en todo caso. 
Sin embargo, ahora que existen las hemerotecas (digitales, con perdón), sería bueno se hiciera alguna inmersión para ver los toques apocalípticos que surgieron cuando la televisión empezó a emitir y los ciudadanos del momento no dudaron en tirarse de cabeza a la piscina televisiva. No sólo se fue reticente con este artilugio (que nos traía al comedor de nuestra casa, hechos deslumbrantes como la caída de la Primavera de Praga, el asesinato de Kennedy o las primeras pisadas humanas en la luna), sino que también antes se elevaron las voces apocalípticas contra otros inventos humanos. La aparición de los automóviles, por ejemplo, fue también algo que desnortó a nuestros abuelos (como se puede ver en este suelto del 14 de junio de 1907 de la barcelonesa La Vanguardia).

Neurocientíficos, psicólogos, sociólogos y otros científicos con base empírica y estudios de campo, con parafernalia estadística, deberían de estar ahora mismo cabalgando por distintos países y empezando la más grande aportación investigadora para empezar a dejar de lado las fáciles especulaciones (casi metafísicas) a las que estamos todos propensos a proferir y consumir.