martes, 8 de septiembre de 2015

Protesta popular en pro de un mundo profesional digital

Una fuerte protesta se ha organizado estos últimos días y la calle ha vivido un racimo de manifestaciones. Las pancartas llegaban hasta los balcones y en estos también lucían unas consignas equivalentes. Los manifestantes —gente de todas las edades— iban detrás de grandes carteles donde se reclamaban cursos. ¡Sí, sí! Cursos para acceder a un trabajo con pátina digital. Se ha abandonado el derrotismo, me digo, y ahora la gente finalmente se ha dado cuenta de lo que hay que hacer.

He visto, para gran sorpresa mía, que se están pidiendo con urgencia cursos de distintos niveles de profundización que sirvan para encauzar al personal hacia las nuevas tareas insertas dentro de las tecnologías de la información (IT). La gente se ha dado cuenta de que no es demasiado tarde y se ha enfrentado con gritos y con ganas a la pasividad de los gobiernos tanto del Estado como el regional para que se les ofrezca, a ningún costo, cursos de mejora profesional.

Era sorprendente la multitud que había en los mítines celebrados a media tarde del sábado. Gente que había abandonado la cómoda receta de las películas televisadas y se ha acercado a las plazas públicas de diversas capitales a escuchar las líneas maestras de lo que hay que hacer y seguir. Casi con devoción se ha escuchado a los dirigentes sindicales de las Comisiones y Uniones a Favor de los Cursos Digitales Gratuitos (CUFCuDiG).

Estos dirigentes no han dudado en hacer proclamas de este tipo:
"Hoy queremos ayudar a hacer crecer nuestro país. Hacer crecer nuestra economía. Y esto solo se puede conseguir con una mejora de la productividad. ¿Y qué significa productividad? Pues hacer las cosas mucho mejor y con menos tiempo. Entonces —fijaos bien— tendremos más productos para vender. ¡Y los venderemos! ¡Pero cuidado! Hay que ser listos y no querer vender ¡toallas de playa en invierno! No. Deberemos saber —y sabremos gracias a estos cursos que exigimos — qué quiere el mercado. Y no sólo el mercado de la comarca, ni el de la provincia y ni el de las otras regiones. ¡No queremos quedarnos sólo por aquí! Tenemos que vender más allá de nuestras fronteras y más allá de los mares que nos rodean. Por eso tenemos que fabricar bien, saber qué se venderá y hacerlo mucho más que bien. Y el secreto —seguro que ya lo habéis adivinado— está en prepararse a fondo y hacerlo en productos de último grito. Y estos, tenemos algún modelo en el bolsillo, son de carácter tecnológico. Se acabó querer fabricar y vender cestos. La época de los cestos de mimbre se ha terminado. ¡El tiempo no pasa en vano! Fabricaremos productos digitales, wearables. ¡Inventaremos! Seremos el punto donde todas las miradas confluirán. Nos envidiarán por nuestra capacidad de iniciativa. Y vendrán aquí a aprender de nosotros. Y todo ello porque habremos hecho cursos y cursos de todo tipo llegando a ser líderes en tecnologías digitales y en creatividad digital."

Este es un trozo del discurso que he grabado con mi smartphone y ahora transcribo. Realmente la sociedad que me rodea está cambiando el momento histórico. Ahora ya no se va a protestar contra el Estado para pedirle subvenciones y ayudas benéficas. Ahora se va en manifestación para hacer despertar el Estado a fin de que promueva cursos de carácter profesional y digital de todo tipo porque se tiene miedo al precipicio económico que podría, por falta de éstos y de gente preparada, aparecer en la próxima esquina. La sociedad digital no nos esperará.


Pero las quejas y las protestas no sólo se han dirigido contra el Estado, sino también contra la prensa y los medios de comunicación. “Ya basta —se leía en una pancarta— que los periódicos dediquen más páginas a los deportes que a la economía. Han de dedicar espacio a las nuevas industrias y animar al Estado en favor del cambio de chip”. Otra se orientaba hacia las televisiones que roban el tiempo con programas insulsos en lugar de introducir al espectador en la robótica, el marketing, la ciencia de los datos o en la programación a través de juegos. Otra pancarta planteaba una dura denuncia: “Que se nos deje de tratar como ‘trabajadores domésticos’, esto es, domesticados”. “No queremos ser diferentes a los trabajadores de otros países”.

En algunos momentos he dudado sobre si estaba de viaje a algún país extranjero, pero calles y plazas me resultaban muy conocidas. Me he despertado con unas décimas de fiebre.