lunes, 21 de julio de 2014

Apocalípticos, neoludismo y robótica

Estamos en los albores de un nuevo cambio. En este caso será espectacular con la irrupción a gran escala de la robótica. En cinco años veremos este cambio que se irá desplegando durante una década, como mínimo. Este ya está sucediendo en los países que industrialmente están más avanzados que el nuestro como Corea del Sur, Japón o, ya a más distancia, Alemania, Suecia, Italia, Estados Unidos y Francia. Pronto llegará, y con fuerza, a zonas geográficas más cercanas. La robótica está llegando y hará desaparecer muchas tareas, muchos puestos de trabajo; pero creará otros. La robótica está ya exigiendo otros puestos que deberán de ocupar profesionales con alta cualificación que, vistas como están muchas de nuestras universidades, se irán a buscar en otros lares educativos, allende de nuestras fronteras. Se buscarán profesionales especializados en automatismos, en analítica y en robótica.
La robótica llega pero también llegan los apocalípticos y milenaristas. Los que a partir del desconocimiento de la gente —que no tiene tiempo o no desea dedicar tiempo a examinar las tendencias del cambio; a plantearse cuál es la senda que está recorriendo el inmediato futuro—, aprovechan para sembrar dudas y proclamar una utópica filosofía político-económica que nos retrotrae a la más oscura edad media y al más duro tiempo del mundo agrario. El manifiesto que se ha hecho circular hace unos días firmado por unos autoproclamados dirigentes sociales están orientando a la población hacia un neoludismo en contra de los avances tecnológicos, entre los cuales hay los robots.
Esta campaña de fomento del neoludismo irrumpe cuando los robots, de hecho, están ya funcionando. Y cuando están dejando sin trabajo a operadores humanos que tenían unas tareas repetitivas y poco creativas. Porque estas máquinas están ejecutando estas tareas de una forma mecánica con mucha mayor precisión y fiabilidad, ya que dependen de la programación que les guía en sus ejecuciones y no caen en distracciones ni en ensoñaciones de ningún tipo. Los programas en su funcionamiento no se equivocan; en todo caso pueden fallar las máquinas, los mecanismos. Y ahí se visualiza la necesidad de que existan técnicos especializados tanto para construir los robots como para repararlos. Saber qué mecanismo, qué componente o qué módulo ha fallado, dónde está el problema, no es un asunto fácil. Y ahí sí; ahí sí que se necesita unos expertos que sepan adentrarse en las entrañas del robot. Y eso tiene un coste, desde el punto de vista del esfuerzo educacional y de puesta al día profesionalmente. No son tareas que se aprendan en un fin de semana. Pero son tareas tan rentables para un país como para la persona que ha adquirido estas habilidades profesionales. En resumen que el capital humano, el talento, es y será  imprescindible. Este capital no será sustituido por los robots. Al revés, los profesionales preparados tendrán una función complementaria a la tarea poco gratificante que asumirán estas máquinas.
¿Pero cuál es la filosofía política que defienden muchos de nuestros avispados jóvenes apocalípticos y neoluditas que han entrado recientemente en la arena política? Están a favor de parar el progreso tecnológico. No hay problema. Se puede parar. Pero mejor hacerlo de manera casi individual, sin molestar ni imponer. Cualquier persona, cualquier familia, que desee poner freno a los avances tecnológicos y científicos se puede dirigir hacia las altas montañas; hacia las zonas alejadas de mares y ríos, y allí seguro que encontrará caseríos abandonados e incluso pueblos casi fantasmas.
Se pueden llevar un borrico, cuatro gallinas y unos conejos. Y regresar a una bucólica e idílica, desde su perspectiva, edad media. Y antes pueden abandonar su smartphone, su tablet, su wifi e incluso su último wearable. Por supuesto que no necesitarán Internet para nada. Es mejor no contaminarse con los peligros del mundo tecnológico. Y ahí, en estos valles, abandonados de la mano de la tech, desplegar su vida trabajando el campo de sol a sol, viviendo a merced de la climatología, de las lluvias imprevistas, de las cosechas perdidas, guiándose con ayuda del pico y la pala, o la azada, y del esfuerzo muscular. Ahí hay un gran futuro para estas personas que ya han firmado el manifiesto.
Si lo desean, ya pueden ir dirigiéndose hacia este apacible y delicioso destino. Ah! Pero luego no esperen que los avances médicos les lleguen. Eso es herencia del mundo tecnológico. Herencia de la investigación científica. Herencia de horas y horas de trabajo en laboratorios y tratando con papeles y papeles. Eso es parte del mundo tecnológico; de ese mundo de las nuevas tecnologías que dicen aborrecer y desean extinguir. Recordemos una máxima: el bienestar actual al que nunca en la historia se había llegado, ni a tan gran escala, ni durante tantos años, con una esperanza de vida nunca alcanzado para tantas personas; este bienestar es directamente proporcional al mundo tecnológico que lo ha facilitado y que los del manifiesto dicen querer paralizar.