jueves, 2 de julio de 2015

El reto del lenguaje de las máquinas

Un hecho capital del presente es la aparición de la máquina digital inteligente (smart machine). Este nuevo 'personaje' muy pronto adquirirá tal relevancia que su presencia será casi inevitable, a menos que uno emigre hacia las montañas, como en su tiempo hicieron —huyendo de la civilización— los anacoretas. Y habrá que saber conversar con estos recién llegados; de lo contrario, los extranjeros llegaremos a ser los propios humanos.

El siglo XXI —siglo al cual, por lo que se ve, no todas las áreas geográficas han llegado— está cambiando todo el panorama que hasta ahora había existido. Casas, coches, supermercados, oficinas, talleres, industrias, etc., en pocos años estarán gobernados por máquinas de alta cualificación digital —entiéndase por ello robots, automatismos, máquinas inteligentes que constantemente van aprendiendo y modificando su trabajo, etc. Y todo eso no hay que verlo ni pretender vivirlo en este inmediato futuro como algo regalado y con una actitud pasiva, es decir, como simples consumidores. Por el contrario, esta situación hay que planteársela como un gran reto. Hay que hacerle frente de inmediato. Obligado es iniciar cambios personales de forma radical para adaptarse. Es decir, hay que asumir el papel de diseñadores, creadores, programadores y reprogramadores de estas nuevas máquinas e ingenios. Y esto requiere, como básico y de forma inicial, aprender el lenguaje de este nuevo personaje de la historia, el lenguaje de estas máquinas: hay que aprender a programar. Lanzarse de cabeza hacia el code, hacia la codificación, hacia la programación digital.

De la misma forma que cuando empezaron a llegar turistas extranjeros en los pueblos de la costa empezaron haber, y a contratarse, personas que dominaban idiomas, como el francés, el inglés o el alemán (y en estos últimos años el ruso), la nueva circunstancia tecnológica requerirá —como mínimo— el dominio idiomático del 'lenguaje de las máquinas'. Saber programar es el primer paso para entenderse a fondo con las nuevas máquinas que las grandes industrias están fabricando —industrias que están ya existiendo bajo el rótulo de Industry 4.0. Y no dominar este lenguaje equivaldrá a ser "forastero" en este nuevo mundo de la Internet industrial, hacia donde se orientan las próximas décadas.

Si nuestros jóvenes escolares entraran de inmediato en un proceso de inmersión en el lenguaje de programación —de ellos hay muchos, de distintos niveles y adecuados a distintas edades— estaríamos, de hecho, encaminando a las futuras generaciones de profesionales hacia unos terrenos alejados del paro. Este proceso, el dominio de la programación, debe de entenderse como un nivel mucho más profundo que la simple alfabetización digital. Del mismo modo que sería un disparate que nuestros estudiantes no dominaran el inglés —en tanto que idioma de interlocución universal, herramienta clave para el intercambio comercial y de conocimiento—, sería una mala jugada no promover a gran escala y de forma seria y profunda el dominio del lenguaje de las máquinas. De cometerse este error, este traspié repercutiría en todo el mundo. De hecho, el dilema que está en juego es adaptación o decadencia. Adecuación a los nuevos tiempos o el retorno a la dependencia y al subdesarrollo. Hablamos, en último término, de economía. De qué se podrá vender y de qué estará el mercado dispuesto a pagar.

Ahora estamos entrando en la revolución de la Internet Industrial promovida por la IoT (Internet of Things) y todo aquel que pueda 'hablar' con estas nuevas máquinas, que inundarán todas las áreas de la vida laboral, tendrá la garantía de un lugar adecuado en el nuevo mundo que se vislumbra. No darse cuenta de esto es vivir en el pasado, es sentirse tentado por una regresión hacia una niñez dulce y sin problemas. En otras palabras, un camino hacia el abismo profesional. Con la nueva revolución industrial, la que llevará la Internet incorporada en todo tipo de máquina, desde un semáforo a un satélite de control de la circulación de vehículos, los oficios y la preparación que servían para la segunda mitad del siglo XX ya no son una garantía para un buen posicionamiento laboral.

Estamos ante un reto colosal, que exige también una apuesta colosal.
No es válido ser pasivo y creer que las cosas, sin hacer nada, ya se arreglarán. Además, hay que darse cuenta de que no hay nada que dure —ni eternamente y casi ni por una temporada—. Se ha escrito que "every month, code changes the world in some interesting". (Cada mes, el código, la programación, cambia el mundo en algo interesante). Y hay que estar en primera fila. Estamos entrando, realmente, en una nueva época. No verlo puede ser más que comprometido.