jueves, 18 de septiembre de 2014

El mago Rifkin y sus fantasías socioeconómicas

Sin querer echar piedras en el propio tejado –uno es de filosofía, con algunas gotas de ciencia–, podríamos aceptar que las personas las podemos diferenciar en dos tipos de perfiles: las de mentalidad literaria y las de mentalidad científica. Ello nos podrá servir para colocar en el registro adecuado a Jeremy Rifkin. La gente de letras, por decirlo con otros términos, es gente con una gran capacidad creativa pero a la vez tiende a simplificar las cosas y los procesos. Para ella, todo es fácil, todo puede ser resumido en polaridades de sí o no, de bien o mal, de blanco o negro. La gente de ciencias, en el otro extremo, ve las cosas como mucho más complejas. Su ‘mundo’ es más complicado y completamente alejado de lo simple, tal como la óptica literaria tiende a captar. Más aún, para el científico, las cosas son extremadamente complejas. Y de entre ellas, el mundo, su historia o la materia con que está hecho y sus leyes y dinámicas. Y a menos que se caiga en un autoritarismo, el científico procura evitar simplificaciones peligrosas. Entiéndase, por otro lado, que esta tipología no quiere encasillar a la gente según sus estudios, sino según su mentalidad predominante.
Jeremy Rifkin, que se presenta como economista, consultor y profesor asociado en la Harvard Business School, podría ser muy bien encasillado entre las personas con mentalidad literaria, porque sus obras, desde la más reciente, hasta las más antiguas, rezuman de capacidad creativa, haciendo que la imaginación tanto del escritor como del lector se eleven bastantes peldaños por encima de la realidad.
Se podría bien decir que Rifkin  es creativo. Casi un mago. Un excelente retórico. Es, en un sentido positivo y negativo del término, un embaucador. Los hechos dan prueba del aserto. Arrastró a Felipe González hacia su regazo, quedando cegado por la tesis del ‘reparto del trabajo’ que por aquel entonces Rifkin vendía con su libro editado en 1995. Desprende tal tipo de magia que también encandiló a Rodríguez Zapatero. También Hollande ha caído alguna vez en sus redes, y al parecer con similar eficacia como ocurrió con nuestro dirigente del PSOE. Y, según la prensa, Rifkin también ha tonteado con Merkel, pero desconocemos la transcendencia de sus propuestas.
Zapatero, nunca modoso, no tuvo ninguna dificultad en caer en la ensoñación de intentar llevar a la práctica la famosa y ‘certera’ tesis que planteaba el nuevo libro del mago (2004): The European Dream: How Europe’s Vision of the Future is Quietly Eclipsing the American Dream.
Ahora de nuevo, este prolífico profeta que es Rifkin se atreve a dar un severo pronóstico sobre lo que sucederá a treinta y cinco años vista. Habrá que tomar nota, porque eso está a la vuelta de la esquina. Y lo que ocurrirá es si no el relevo del sistema de organización socioeconómica que calificamos de capitalismo, su posible marginación por otro que bautiza como ‘economía colaborativa‘. Según Rifkin, “en 2050 tendremos una nueva economía híbrida colaborativa. El capitalismo se transformará completamente. Ya ocurre pero no somos capaces de verlo“.
Para nuestro autor lo que ocurrirá será que el intercambio, dentro de 35 años, no será mediante el mercado donde los trueques se efectúan entre productos, dinero, salarios, trabajo, horas de esfuerzo o de dedicación, sino que lo que existirá será compartición y colaboración. Es decir, una especie de ‘todo es de todos’. Un ‘tu me lo dejas y yo lo tomo’ y al revés. En definitiva, una especie de patio de colegio, donde no habrá grupos ni tensiones, sino que será una espléndida maravilla. Aunque, Rifkin, después de dar esta paletada de cal, da una de arena, al afirmar que él no es un utópico y que este nuevo modelo no solucionará todos los problemas. “El viaje del que hablo no es al paraíso, se trata de democratizar el proceso y de crear algo sostenible. No resolverá todos los problemas del mundo ni mejorará la vida de todos”.
Y, lo mejor de todo, Rifkin pone ejemplos. Ejemplos que saca de la industria de contenidos, tanto audiovisuales como escritos. “Actualmente millones de jóvenes producen su propia música, la comparten en Internet saltándose las discográficas. Crean sus propios vídeos y los suben a la red sin necesidad de pasar por los canales de televisión. Los blogueros difunden sus noticias sin pasar por los periódicos; en la industria editorial ocurre algo parecido. Todo se basa en este coste marginal cero”. Napster y los distintos programas P2P para compartir ficheros —léase vídeos, ebooks, música, software; algunos legales y muchos pirateados— son ejemplo y modelo de este inicio de nueva era que es, según él, la compartición.
En paralelo a este sistema de ‘cajón de sastre compartido’, Rifkin coloca la revolucionaria impresión en 3D, mediante la cual, según nuestro autor, todo el mundo se convertirá en creador/productor y consumidor —en prosumer. Lo que no nos dice Rifkin es de dónde saldrán los algoritmos-plantillas para fabricar en 3D los platos y vasos de plástico, o los pertinentes planos para que cada hijo de vecino se fabrique sus tenedores o los cestos para la ropa sucia, por poner unos pocos ejemplos.
Sin embargo, la sociedad real —no el mundo fabulado de Rifkin— también usa despertadores, pantalones, ordenadores, blocs de papel, fármacos, etc. Elementos que no queda claro si la impresión en 3D hará maravillas al respecto o si habrá que compartir en este mundo ‘patio de colegio de párvulos’. En todo caso, nos tememos que habrá necesidad de dinero para poder pagar el café con leche o el desayuno cuando uno viaje a la capital del país vecino. Aunque siempre puede haber la posibilidad de regalar al camarero un artículo de blog, como este. Y dejamos de lado su manera de entender el plácido y ‘socializado’ futuro sistema tecnológico que será la Internet of Things. Ahí Rifkin parece creer que cualquier hijo de vecino será un ingeniero supertech.
Rifkin, a pesar de todas las críticas que recibe, resta impertérrito ya que sabe que es amado por los interesados en quimeras futuras y, de manera especial, por los recolectores de tratados fantásticos para próximos procesos de recogida de votos.
Por otro lado, aunque es lo menor que se puede achacar a su autor, Rifkin puede ser catalogado también como uno de los últimos capitalistas. En lugar de compartir su libro —dando así ejemplo real del nuevo espíritu que anuncia— lo presenta bajo el techo editor de Paidós, en España, y de Palgrave McMillan, en el extranjero. Es decir, hay que pasar por cash, no sea que el pronóstico de la sociedad de compartición no se cumpla. Y más vale asegurar algunas monedas capitalistas, debe pensar Rifkin, poniéndose delante del ordenador para empezar una nueva fábula socioeconómica para dentro de un par de años.