viernes, 24 de junio de 2016

La nueva ola digital o la industria y el trabajador del mundo 4.0

Los cambios profundos en distintas épocas de la historia europea han sido promovidos por cambios tecnológicos; cambios que han venido impulsados por descubrimientos, aportaciones científicas y también —y sobre todo, se podría añadir— por el atrevimiento de un sector de la sociedad que ha sido capaz de ponerse en primera línea de este cambio o, ocurrido aquel en países cercanos, ha sabido aprovechar la ola y no ha tenido miedo a incorporarse en la carrera económica que la nueva técnica promovía.

De hecho, toda la historia económica se podría simbolizar con los movimientos de las olas. Siempre aparecen nuevas olas y las olas que hasta hace un momento habían sido álgidas y de gran esplendor ahora han perdido majestuosidad y, al perder todo impulso, han llegado a sucumbir en la arena de las playas. Estas olas, sin embargo, han sido relevadas por nuevas y mayúsculas olas que con nueva impetuosidad se van acercando de nuevo a la costa. Y así, parece, ad infinitum.

Para confirmar esta metáfora, es decir, si se quiere ver su reflejo real, sólo hay que visitar las zonas, calle o áreas industriales que a mediados del siglo pasado y del anterior eran importantes centros laborales. Hoy, como olas que se han amortiguado, aquellos barrios o calles están apagados y el tránsito, que en su momento llegó a ser numeroso, es escaso o apenas hay.

En la actualidad está llegando el rugido de una nueva ola. El viento es impetuoso. Se trata del viento digital y la ola ya hace tiempo que ha sido bautizada: es la ola de la industria 4.0. Un tipo de industria que tiene elementos que proceden de la historia industrial pasada, pero que está impregnada de tintes completamente distintos que están exigiendo cambios profundos en la mano de obra laboral. Esta nueva industria está planteando unos retos y desafíos como nunca antes se habían imaginado. El trabajador 4.0 tiene una misión completamente nueva: la autoexigencia de la formación continuada.


El mundo, con las comunicaciones y la rapidez de la información, se ha hecho más pequeño. Hoy el comercio es a nivel mundial. Recibimos paquetes de Corea del Sur o de China tras una semana de haber hecho el encargo. Por supuesto, si la compra se hace a una empresa nacional el paquete llegará antes de 48 horas del pedido. Y de la misma manera que nosotros podemos comprar —vía Internet, a través de Amazon, PayPal, etc.— desde los otros países pueden comprar muy fácilmente los productos que fabricamos nosotros. El mercado es, pues, a nivel mundial y —atención aquí— la competencia comercial también es a nivel global. Nuestra empresa no sólo tendrá que enfrentarse con las empresas del sector de la provincia o de la comunidad, sino que también y de forma especial, con empresas de Francia, Alemania, Estados Unidos, China, India o Singapur, por dar unos nombres.

El problema no sólo radica en que el número de competidores ha aumentado, sino sobre todo en que muchos de estos competidores están fabricando cosas nuevas. Mientras que nosotros, es muy posible que continuemos fabricando productos de la misma forma como se hacía hace veinte o treinta años. Y, además, lo están haciendo de forma más rápida y más eficiente. Y eso —si miramos los números— significa un mejor precio (más barato). Y ahí radica parte de la novedad. Pero sólo una parte.

La otra parte se centra en la capacidad de creatividad e innovación. Cabe mencionar que el consumidor de hoy, la persona que está viviendo en esta segunda década del siglo XXI, es un individuo que tiene gran propensión al cansancio. Le encantan las novedades y se apunta a las innovaciones que se le propongan siempre que entren dentro del cuadro que marca su economía y lo que podemos entender como funcionalidad, es decir que le aporte algún servicio o beneficio (aunque sea a nivel de recreo). De ninguna manera tiene interés en gastar dinero por algo que no le complazca en algunos de esos aspectos.

Fijémonos en el mismo teléfono móvil. Durante milenios, siglos y décadas —si lo miramos por el lado más corto—, el individuo humano ha podido vivir tranquilamente sin el smartphone. Su vida pasaba por las vicisitudes habituales y en ningún momento echaba de menos lo que hoy —el móvil— es motivo de preocupación si no nos funciona o lo hemos dejado olvidado en casa. El teléfono móvil o celular —sólo hay que levantar la cabeza y examinar a la gente que transita por el paseo o que está en el tren metropolitano— es un objeto hoy por hoy imprescindible para casi cualquier persona.

Este individuo que retratamos es la persona que frecuentará el mercado de la industria 4.0 que le ofrecerá nuevos productos, cada uno de ellos de lo más sofisticado, y con gran carga digital. Y si no encuentra por aquí estos productos, ¡no hay problema! Por esa ventana que es Internet, comprará aquellos objetos que no le ofrecen ni los comercios de la esquina ni las empresas del polígono industrial de su ciudad.

La transformación digital (la digitalización) que están experimentando muchas empresas —en especial en Alemania, Estado Unidos, o en países del Asia del Pacífico (AsPac), como China— está generando la gran ola que terminará rematando las olas de la industria anterior a la cual todavía mucha gente se siente asociada.

La nueva industria, la industria 4.0, es la que tendrá como principal capital laboral, por un lado, una maquinaria altamente sofisticada (sofisticación que vendrá proporcionada por el nivel de automatismos y de control de fabricación y producción). Aquí las investigaciones sobre inteligencia artificial, sobre las máquinas que se irán autorregulando a la hora de fabricar objetos y productos (machine learning), tendrán un papel más que relevante, a la vez que provocarán —ahora ya lo están haciendo— transformaciones constantes dada la velocidad de cambio que se está viviendo.


Por otra parte, el capital laboral de esta industria 4.0 derivará también de la mano de obra de un personal altamente cualificado. Se puede decir que la época en que los estudios quedaban circunscritos a una etapa de la vida ya ha caducado. Ahora constantemente habrá que irse poniendo al día para poder atender, desde un punto de vista laboral, los procesos que estas máquinas robóticas, los robots,  irán introduciendo en la nueva industria. El talento digital será un valor que ya desde ahora mismo se busca en cualquier curriculum que se presente en una factoría industrial o empresa comercial. Y en caso de no existir este tipo de talento, la persona dueña de este currículo se convertirá en un ser invisible.

El nuevo trabajador —el trabajador del mundo 4.0— tiene unos retos extraordinariamente interesantes. Él ya no será aquel trabajador pasivo que ha ido haciendo tareas repetidas —este trabajador, como la ola amortiguada, ya está desapareciendo— sino que, por el contrario, la creatividad y la innovación serán también unos valores que se le pedirán, además de estimulárselos.

Trabajar en el mundo 4.0 hará que se convierta en creador de nuevos productos y de nuevas ofertas de mercado. Este nuevo trabajador será a la vez un nuevo tipo de artista, ya que para entusiasmar al consumidor del mundo 4.0 deberá saber introducir elementos atrayentes que rapten el interés de quien nos puede comprar el producto y que deseará tener un ejemplar del mismo.


Este trabajador deberá de tener no solo una alta formación sino que al mismo tiempo deberá de haber desarrollado su capacidad creativa a fin de poder ayudar a orientar a los nuevos consumidores en la "personalización" de los productos que querrán que se fabriquen en exclusiva para ellos.