viernes, 19 de agosto de 2016

España digital o la conjura de los necios

La época actual se recordará. Incluso será de mención en los libros de historia que se editarán para ilustrar al alumnado de las etapas básicas. Se hará una lista de los nombres propios a los que se “acusará” de haber estado ciegos ante lo que era patente y se iba anunciando casi de manera constante. Ciegos ante los profundos cambios que se iban a producir en el corto término de cinco años, y más, y que de no ponerse en sabia disposición, se podría cometer un error histórico, abriendo las puertas a una crisis económica, —por quedar rezagados ante los cambios que se avecinan— de muy difícil superación.

Estamos hablando de los cambios tecnológicos que a nivel mundial se están realizando —implementándose en las industrias de todo tipo—  y que ocasionaran un transbordo de negocios de una parte a otra del planeta. Ya se está hablando —por poner un ejemplo reciente— de la “huida” de la fuerza de trabajo cualificada (estos es, trabajadores de alta cualificación profesional) de Alemania a China. En China, uno de los países que está encabezando desde hace años la introducción de la robótica y la inteligencia artificial en las empresas, se empiezan a dar cuenta del gap profesional que hay y por ello han empezado una carrera de recruitment (de contratación) de personal idóneo para las nuevas industrias —las de la llamada cuarta revolución industrial o de la industria 4.0. Se han acabado, pues, las fronteras de una manera definitiva. Hoy y mañana el talento —igual como lo fue también en otros momentos de la historia, por lo que hace a los científicos, inventores e incluso a los diestros en los nuevos sistemas de tejer— abrirá las puertas hacia su futuro. Pero, y ahí el peso de la ignorancia de casi todos nuestros políticos, por aquí aún no se han dado cuenta que ya ha sonado la campana de esta gran carrera.

Por ahí aún se continúa con la larga vacación política, bien trufada por la vacación veraniega y la fresca visualización de las medallas olímpicas que no pasan de ser meras simplezas que realmente no aportan nada, pero nada, al futuro del país. Por estas lares, entre los populismos —los populistas oficiales, de los Podemos variados, y los populistas aspirantes como los socialistas seguidores cegados por Pedro Sánchez— y los ejercicios o declaraciones políticas de patio de colegio —a nivel de parvulario, que no dan para más— se está perdiendo un tiempo que empieza a ser escaso, ya que se habla de un gran cambio tecnológico industrial que tendrá como punto fuerte inicial en el cercano 2020.

Mientras, siguen las algaradas, las frases inflamadas de consignas —muchas procedentes del siglo XIX o de mediados del XX—, y no aparece, ni por casualidad, ninguna idea que rezume algunos de los olores más modernos del siglo XXI. La educación que se está dando en las aulas —desde los párvulos, y las enseñanzas básicas, hasta el nivel de las universidades muchas de ellas con carreras que llevan a un paro predicho desde hace años—, salvo algunas excepciones, muchas de ellas procedentes de centros privados, está fomentando unas salidas profesionales que ayudarán a engrosar el batallón del paro y a aumentar la frustración que lleva a votar al populismo confiando en que se realicen los milagros prometidos.
Por otro lado, la fuerza laboral actual está configurada por unos perfiles que podían ser óptimos en las últimas décadas del siglo XX, pero que hoy están entrando en el ámbito de las cosas obsoletas, esto es, anticuadas e inservibles.

Entretanto, la clase política, desde los que se tapan las vergüenzas de su ignorancia supina con la bandera nacionalista, hasta los que se escudan en las frases manidas de la igualdad, de reformas sociales vacuas o en la subida de impuestos —como si "robar" legalmente sirviera a medio y largo plazo para subsanar lo que el esfuerzo intelectual y emprendedor debería de hacer ofreciendo una mayor fortaleza de cara el futuro—, continua dando vueltas a la noria de la insensatez.

La clase política española está realmente ciega, rondando entre la desinformación (ausencia de lectura) y la ignorancia. A causa de ello, no ha abandonado su mentalidad provinciana —por no decir comarcal. Y se mantiene con unos ojillos dirigidos a buscar soluciones en recetas del pasado, cuando resulta que la globalización —el gran mercado del mundo, la gran industria mundial, y los importantes trabajadores talentosos del planeta— han dejado de vivir en la ciudad del lado. La globalización quiere decir, a menos que se quiera vivir dentro de una cueva, que la política económica  —las compras y las ventas, los precios y las ofertas, los puestos de trabajo y las demandas— se hace en mostrador del gran mundo. Se terminó el mercadillo del jueves por la mañana o del sábado por la tarde. ¿Se habrá enterado nuestra clase política de que este mundo provinciano ya ha fenecido?


Entre las excepciones, hay que nombrar al socialista español Javier Solana, quien sin poner nombres propios conocidos por estos lares —no es necesario nombrar a Pedro Sánchez para entender la lección que le está ofreciendo de manera gratuita en un artículo reciente: Taming the Populists—, está subrayando la necesidad de “desarrollar sistemas para garantizar que los ciudadanos estén equipados para prosperar en un mundo globalizado en el largo plazo. Creatividad, habilidades de resolución de problemas y la competencia interpersonal serán cosas esenciales”. En suma, competencias digitales (digital skills). Y temiendo lo peor, Solana, en la versión inglesa de su artículo que difiere de la española, termina su sabio consejo apuntando que “una victoria del populismo indicaría que la clase política realmente ha fallado a sus ciudadanos”. Su última frase es preclara: “Es hora de que los líderes nacionales demuestren que están prestando atención” (a lo que ocurre en nuestro alrededor; esto es, más allá de la provincia o de la comarca). ¡Ay!