Entre el púlpito digital y el cenáculo digital
El mundo digital permite técnicamente muchos cambios —imprescindibles e imperativos. El mundo TIC junta nuevas mayorías; selecciona y aglomera por niveles, preparación y orientación; reagrupa, dejando de lado distancias; pone a mano informaciones que, años ha, requerían esfuerzos y días. Las TIC empujan hacia cambios que tendrán, a la corta o a medio plazo, incidencia en el mundo de la participación y de la creación de entidades políticas.
La web de los partidos no puede seguir siendo una web estática; un aparador pasivo y propagandístico por más que se utilicen cosméticos tipo Facebook o Twitter.
Estas herramientas continúan siendo verticales: dar consignas a los afiliados o vender algunos productos.
Un partido político en un mundo TIC debería de saber utilizar las herramientas digitales para estimular la participación, la ilustración, la formación, la reflexión, la innovación y la creación de nuevos líderes. En suma, fomentar la vida sociopolítica en la era digital. Todo ello más allá del simple foro, convertido en muro de las lamentaciones.
Participación. En cualquier empresa seria del siglo XXI, ningún dirigente se atreve a presentarse hoy como la persona que más sabe sobre todos sus productos. En la industria moderna se valora el dirigente que sabe rodearse de gente que sí que es óptima en cada uno de los niveles o ámbitos de la misma. Nuestros políticos, en cambio, como rémora de una época de monarquía y nobleza, inspiradas por Dios, aún siguen asumiendo —y creyéndose— como los mejor dotados en intuición y conocimiento en todos los sentidos. Nos abstendremos de poner ejemplos.
El mundo web de cada partido debería de fomentar la participación —con nombres y apellidos, y registro autentificador— a partir de problemas, temas, sugerencias y sobre el futuro, aprovechando los saberes inmensos que la multitud puede aportar. Este canal de discusión y debate sería, además, una forma de descubrir y seleccionar cerebros, personas preparadas que, con o sin carnet, podrían más adelante insertarse en tareas concretas para solucionar casos concretos. Y eso queda más allá de los Me gusta del Facebook, o de los comentarios al viento de los tweets. En definitiva, adentrarse en el crowdsourcing.
Reflexión. Lejos de las consignas, jaculatorias, maniqueísmos y pomposas palabras vacías, se debería de poner en la palestra, en debate, el presente —y dejar para los historiadores, la preocupación por los años 40, 60 u 80 e incluso la primera década del siglo actual; la preocupación por lo que podríamos haber sido y no fue. Sin embargo, muchos partidos han perdido la brújula (y de ahí su empeño a mirar el pasado; hacia un socialismo que no ha existido —seamos magnánimos— o a un nacionalismo que se da coces con el mundo de la globalización donde existe China con 1400 millones de habitantes, Índia con 1250 millones o Brasil con 193 millones).
Y dadas las coordenadas actuales (pronta irrupción de la robótica, de la nanotecnología, etc.) el debate reflexivo debería de girar sobre el futuro inmediato. Y todo ello jugando con herramientas como las videoconferencias, vídeos grabados, material de discusión con libre acceso (mediante registro), documentos participados online, reuniones de debate con acceso digital (de oyente o participante, según el grado de inserción en el partido).
Oigo ahora quejas aludiendo al secretismo inviolable del partido. Quejas que recuerdan las aventuras de Aviraneta dentro de los grupos clandestinos de carbonarios y masones (¡siglo XIX!), que describe Baroja. ¡Ay! Que lejanos están aún los actuales partidos políticos. ¿Acaso no han atisbado ni un momento en lo que Daniel Kahneman llama ‘Adversarial Collaboration’?
Las webs políticas deberían de ser centros de recogida de propuestas, con datos y cifras, para —de arriba abajo y de abajo arriba— dotar de ideas fructíferas y realmente posibles (y no sólo literariamente elocuentes pero huecas e inoperativas) que a la vez de dar líneas de actuación real hacia el futuro servirían también para educar a los de abajo —evitándoles la tentación de caer en el infantilismo de pedir lo imposible— y forjar nuevos dirigentes que tendrían más bagaje para implementar lo que han de ser propuestas de salida. (Y en paralelo, huir de la tentación de continuar formando parte de la élite extractiva según el análisis denuncia de Daron Acemoglu, en especial aquí).
O se consigue que la web de los partidos políticos sea más viva, pasando a ser una auténtica herramienta de intercambios intelectuales reales, o aparecerán entidades o empresas que harán lo mismo —pero desde una óptica y eficiencia empresarial. Y empezarán a promover proyectos para 'gobernar' ayuntamientos o entidades superiores. ¿Quien en su momento podía intuir que la nobleza desaparecería? ¿Por qué se cree en la perennidad de los partidos políticos actuales? ¿Dónde está escrito? El mundo TIC es realmente revolucionario, sólo falta que se sea consciente de lo que pueden ofrecer sus herramientas. O se da paso a un hervidero web político, o pronto vendrán los que se apuntarán a su reemplazo. (Un último flash que puede ayudar a romper clichés y creencias: ¿Quién iba a suponer hace 15 años que empresas digitales como Google o Apple llegarían a ser tan potentes, tan gigantes, que superarían a muchas grandes industrias tradicionales?).
Participación. En cualquier empresa seria del siglo XXI, ningún dirigente se atreve a presentarse hoy como la persona que más sabe sobre todos sus productos. En la industria moderna se valora el dirigente que sabe rodearse de gente que sí que es óptima en cada uno de los niveles o ámbitos de la misma. Nuestros políticos, en cambio, como rémora de una época de monarquía y nobleza, inspiradas por Dios, aún siguen asumiendo —y creyéndose— como los mejor dotados en intuición y conocimiento en todos los sentidos. Nos abstendremos de poner ejemplos.
El mundo web de cada partido debería de fomentar la participación —con nombres y apellidos, y registro autentificador— a partir de problemas, temas, sugerencias y sobre el futuro, aprovechando los saberes inmensos que la multitud puede aportar. Este canal de discusión y debate sería, además, una forma de descubrir y seleccionar cerebros, personas preparadas que, con o sin carnet, podrían más adelante insertarse en tareas concretas para solucionar casos concretos. Y eso queda más allá de los Me gusta del Facebook, o de los comentarios al viento de los tweets. En definitiva, adentrarse en el crowdsourcing.
Reflexión. Lejos de las consignas, jaculatorias, maniqueísmos y pomposas palabras vacías, se debería de poner en la palestra, en debate, el presente —y dejar para los historiadores, la preocupación por los años 40, 60 u 80 e incluso la primera década del siglo actual; la preocupación por lo que podríamos haber sido y no fue. Sin embargo, muchos partidos han perdido la brújula (y de ahí su empeño a mirar el pasado; hacia un socialismo que no ha existido —seamos magnánimos— o a un nacionalismo que se da coces con el mundo de la globalización donde existe China con 1400 millones de habitantes, Índia con 1250 millones o Brasil con 193 millones).
Y dadas las coordenadas actuales (pronta irrupción de la robótica, de la nanotecnología, etc.) el debate reflexivo debería de girar sobre el futuro inmediato. Y todo ello jugando con herramientas como las videoconferencias, vídeos grabados, material de discusión con libre acceso (mediante registro), documentos participados online, reuniones de debate con acceso digital (de oyente o participante, según el grado de inserción en el partido).
Las webs políticas deberían de ser centros de recogida de propuestas, con datos y cifras, para —de arriba abajo y de abajo arriba— dotar de ideas fructíferas y realmente posibles (y no sólo literariamente elocuentes pero huecas e inoperativas) que a la vez de dar líneas de actuación real hacia el futuro servirían también para educar a los de abajo —evitándoles la tentación de caer en el infantilismo de pedir lo imposible— y forjar nuevos dirigentes que tendrían más bagaje para implementar lo que han de ser propuestas de salida. (Y en paralelo, huir de la tentación de continuar formando parte de la élite extractiva según el análisis denuncia de Daron Acemoglu, en especial aquí).
O se consigue que la web de los partidos políticos sea más viva, pasando a ser una auténtica herramienta de intercambios intelectuales reales, o aparecerán entidades o empresas que harán lo mismo —pero desde una óptica y eficiencia empresarial. Y empezarán a promover proyectos para 'gobernar' ayuntamientos o entidades superiores. ¿Quien en su momento podía intuir que la nobleza desaparecería? ¿Por qué se cree en la perennidad de los partidos políticos actuales? ¿Dónde está escrito? El mundo TIC es realmente revolucionario, sólo falta que se sea consciente de lo que pueden ofrecer sus herramientas. O se da paso a un hervidero web político, o pronto vendrán los que se apuntarán a su reemplazo. (Un último flash que puede ayudar a romper clichés y creencias: ¿Quién iba a suponer hace 15 años que empresas digitales como Google o Apple llegarían a ser tan potentes, tan gigantes, que superarían a muchas grandes industrias tradicionales?).
No hay comentarios:
Publicar un comentario