Fue en el verano de 1995 cuando, en una comida familiar —una docena de personas adultas—, uno se sintió como un extraño, como un marcianito bajado de la pertinente esfera celestial. El motivo fue cuando, quien suscribe, explicaba el fenómeno Internet que estaba viviendo en su propia carne y con su propio bolsillo —era una época en que la tarifa plana era desconocida y las mensualidades de Telefónica eran de espanto. Esta sensación se revivió en parte el pasado día 2 de setiembre con objeto de la lección inaugural, de inicio del curso académico, en la espléndida sala del Museo de Granollers.
Convocaba el acto el Centre de Recursos Pedagògics del Vallès Oriental I, y presidía el acto el alcalde de la localidad y algunos representantes del departament de Ensenyament. La sala estaba a rebosar —un centenar largo de personas. Pero..., a mi entender, y ciertas cifras parecen corroborar esta percepción subjetiva, muchos de los asistentes, directores de centros educativos, coordinadores pedagógicos encargados de las programaciones escolares, jefes de estudios, etc., etc., estuvieron más soportando que adentrándose en lo que, el ponente, intentaba hacerles ver.
Dice el poeta que hay otros mundos, pero que todos están en este (Paul Éluard). Tal frase es un acierto cuando se puede comprender que los mundos que planeaban en Granollers el día 2 de setiembre eran dispares y desconectados casi al cien por cien. De la misma manera que mis contertulios en el verano de 1995 les resultaba difícil entender lo que les explicaba sobre el acceso al mundo que representaba un ordenador conectado a Internet, muchos plácidos oyentes de Granollers de este inicio de curso, eran espectadores que miraban a un marciano que les decía que el mundo ya es plano, que muchos de nuestros alumnos, si conseguimos cualificarlos, trabajaran desde su casa para empresas sitas en Brisbane (Australia), Burgos, Lyon (Francia) o Montreal (Quebec/Canadá). Que no hay que perder ni un minuto ya que la competencia será feroz —a nivel mundial y no solo a nivel de la gente de la misma localidad o comarca— y que hay que avanzar y empujar desde ahora mismo en la buena dirección, en la digitalización de algunos aspectos de la enseñanza.
Los maestros y profesores de la sala, un jueves por la tarde a les 16 horas, difícilmente parecían encajar dentro del marco de expectativas que deseaba crear el ponente. Y el motivo era un error de enfoque que existía, y existe, en el mundo de la enseñanza aunque tenga un pie o los dos en la Red. La Red, Internet, desde hace unos escasos años —a pesar de su juventud!— tiene diversos matices que muchos de los cuales quedan opacos por la predominancia de las técnicas más usuales. El correo electrónico, los blogs, las redes sociales tipo facebook, las páginas web donde se encuentran los periódicos, por no hablar de las horas delante Youtube o de la futura Internet TV. Para la mayoría de los que han entrado en la red, Internet es eso y sólo eso. No es más que una tienda (digital) que ofrece al espectador —y solo espectador, y por lo tanto pasivo— innumerables gadgets, situaciones, entretenimientos, juegos y puntos de encuentro con las amistades y poca cosa más. Están navegando, pues, básicamente, en el Internet festivo. Y, ay!, no se dan cuenta de la existencia de otros enfoques de Internet que es imprescindible iluminar con muchos focos para no quedar rezagados —como ocurrió con el tema de la industrialización en España y su fracaso, téngase por capital Madrid, Barcelona o Badajoz, y que estudió Jordi Nadal.
La Internet profesional. He ahí uno de los núcleos de reflexión que habría que conjugar con otro ya mencionado: el mundo es plano. Hoy todo está al alcance de la mano. Podemos comprar cualquier dispositivo que se venda en Singapur o en China, por no decir en Londres o en Berlín. Están empezando a venderse plataformas digitales para enseñanza con el idioma del país, software difundido desde Nueva York, por poner un nombre, y creado por programadores sitos en distintas partes del mundo, muchos en la Índia, otros en Vancuver, alguno en Praga y tres en Boston. El mundo es plano. Y más que lo será. En estos momentos —oDesk!— ya existen portales de trabajo donde se puede colgar el correspondiente currículum y portafolio para ofrecer la disponibilidad de trabajo a nivel mundial. Y las empresas, utilizando el mismo recurso digital, están ofreciendo puestos de trabajo, vía digital, a aquellas personas el perfil de las cuales encaje con sus requerimientos, viva en la localidad que viva, hable en casa el idioma que hable...
El mundo ya es un pañuelo. Y hay que darse cuenta de ello. Lamentablemente eso en el presente sólo lo atisba aquel que se entretiene en hurgar en el Aleph —aquel punto del que hablaba Jorge Luis Borges que se hallaba en una casa de la calle Garay—, y mirando el pasado —los quince años de Internet vividos— se atreve a prever el futuro que, con un empuje tremendo, está llamando a nuestra puerta y, al parecer, muchos le hacen oídos sordos.
La Internet profesional estará frecuentada por unos profesionales que deberán de dominar unas herramientas, que deberán de tener presencia en la red, que deberán de estar creando sus contenidos para que su identidad sea creíble... Cuando se comenta, en una sala, todo eso, parece que se hable de un tiempo que queda aún ad kalendas graecas. Tal vez sea necesario un cambio de paradigma (decía T.S. Kuhn), un cambio de chip, como se dice más popularmente. Pero, mucha de la clientela del orador, parece que no estaba por la labor. Hemos saltado de milenio y de siglo, las décadas se suceden, pero el cambio de mentalidad tecnológica, en algunos mundos, va con el freno pisado.
La charla terminaba recordando otro cambio tecnológico que cambió el mundo... ¿Hay quien aún va a caballo? Esperemos que no o, en todo caso, por poco tiempo.
Claro que si hubiese releído poco antes de setiembre el relato de Borges, habrían hecho mella en mi sus palabras y estoicismo:
"Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato, empieza aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?". En todo caso, con atrevimiento, ahí está el documento de la charla.
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