El verano siempre es propicio para las serpientes periodísticas. La que este agosto nos ha puesto encima de la mesa es la que trata de las tesis de Nicholas Carr.
Carr es un viejo conocido, aunque tiene una edad envidiable, en las tramoyas ensayísticas que se dedican a analizar y elucubrar sobre la impronta digital que está impregnando al hombre de finales y de este nuevo siglo. Carr ha aparecido en la prensa más bien por su libro —digamos en su descargo. Por sus tesis sobre el retraso intelectual que comportará la digitalización que viene galopante. Según su tesis, la cantidad de tiempo que estamos dedicando a Internet está dañando nuestro cerebro, subvirtiendo nuestra capacidad de pensar y aprender. Si a esta tesis le añadimos lo que se trasluce del informe del regulador de medios Ofcom sobre lo que pasa entre los británicos y los dispositivos digitales, tendremos los ingredientes preparados para una mayúscula sopa.
Según Ofcom, los británicos pasan más de siete horas al día entre ver televisión, pasear por Internet, enviar mensajes de texto, usar teléfonos móviles con potencia web y todo eso presente en millones de personas. En la franja de edad entre los 16 y los 24 años de edad, la televisión no es ya tan dominante: la mitad de su "tiempo de los medios de comunicación" se dedica a los teléfonos móviles y ordenadores; y dos tercios de ese tiempo lo pasa haciendo dos cosas a la vez.
La tesis de Carr es simple: el mundo actual está sobrecargado de información y eso (y nuestro voraz anhelo de abarcarlo todo) está matando nuestra capacidad analítica y crítica. Y, lo que resulta más grave, estos nuevos hábitos están cambiando la estructura neuronal de nuestro cerebro.
Carr es el autor que hace ya dos años publicó un artículo furibundo en la revista Atlantic: 'Google,
¿nos está convirtiendo en estúpidos?'. El libro actual —The Shallows (Aguas poco profundas)— viene a culminar su grito desgarrador y de alerta. Nuestra neuronas pueden sentirse debilitadas por la digitalización de nuestro mundo, llevándonos hacia la "deseducación" ("the uneducating of Homo sapiens").
"If, knowing what we know today about the brain's plasticity, you were to set out to invent a medium that would rewire our mental circuits as quickly and thoroughly as possible, you would probably end up designing something that looks and works a lot like the internet."
" Si, sabiendo lo que hoy sabemos sobre la plasticidad del cerebro, usted tuviese que intentar inventar un medio que hubiese de reconfigurar nuestros circuitos mentales tan rápidamente y a fondo como fuese posible, usted probablemente terminaría por diseñar algo que se parece muchísimo y funciona como Internet ."
Este es el potencial y el peligro que, según Carr, acarrea Internet para el homo sapiens.
¿Está Nicholas Carr entre los apocalípticos digitales que, como todos los roles humanos, también los hay en nuestra época? No nos atrevemos a dar una respuesta afirmativa. Tiempo habrá, en todo caso.
Sin embargo, ahora que existen las hemerotecas (digitales, con perdón), sería bueno se hiciera alguna inmersión para ver los toques apocalípticos que surgieron cuando la televisión empezó a emitir y los ciudadanos del momento no dudaron en tirarse de cabeza a la piscina televisiva. No sólo se fue reticente con este artilugio (que nos traía al comedor de nuestra casa, hechos deslumbrantes como la caída de la Primavera de Praga, el asesinato de Kennedy o las primeras pisadas humanas en la luna), sino que también antes se elevaron las voces apocalípticas contra otros inventos humanos. La aparición de los automóviles, por ejemplo, fue también algo que desnortó a nuestros abuelos (como se puede ver en este suelto del 14 de junio de 1907 de la barcelonesa La Vanguardia).
Neurocientíficos, psicólogos, sociólogos y otros científicos con base empírica y estudios de campo, con parafernalia estadística, deberían de estar ahora mismo cabalgando por distintos países y empezando la más grande aportación investigadora para empezar a dejar de lado las fáciles especulaciones (casi metafísicas) a las que estamos todos propensos a proferir y consumir.
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