Por un lado hay la guerra soterrada entre los gigantes digitales en su pugna por prevalecer en una posición dominante sobre los mortales (los ciudadanos digitales de a pie).
La última refriega, en este campo, ha sido el revés de Google a Apple y Microsoft en la cara del códec de vídeo H.264.
Una batalla inmediatamente anterior fue directamente entre buscadores y sus aliados.
Por otro lado, está la pugna entre las empresas tecnológicas digitales y las empresas de telecomunicaciones (las que dominan las redes de transmisión de información), las cuales pretenden mantener su parte sobre las ventajas futuras.En otro ámbito, y no menos importante, está la feroz lucha entre las empresas de las nuevas tecnologías con las empresas descendientes de la revolución industrial. Esto se ha hecho evidente con la aparición de los dispositivos lectores (eReaders y tablets) y de las empresas editoras en digital (Amazon) que han provocado los primeros movimientos sísmicos en las empresas editoras tradicionales así como en las distribuidoras de libros y librerías clásicas. (Y de manera similar en las publicaciones de prensa escrita).
Estos movimientos sísmicos, sin embargo, no pasan de ser desplazamientos semejantes a los vividos en otras épocas, como ocurrió con el paso de la artesanía a la industria, o del mimbre al plástico. O, para hacerlo más patente, del coche de caballos al ferrocarril y el automóvil.
Aparte de todo lo anterior, en este panorama socioindustrial y político hay que colocar a los ciudadanos de este mundo, el digital, que se presentan estratificados, según su nivel de inmersión TIC. Por una parte están los nativos digitales y los inmigrantes digitales —los cuales, a pesar de esta supuesta diferencia, pueden caer en una misma categoría: simples consumidores de contenido de la red. Por otra parte, hay los profesionales digitales que, en un extenso abanico, muestran su destreza digital en áreas que complementan su tarea laboral —estos podrían entrar en el campo de los creadores de contenido digital. También hay los que centran plenamente su trabajo en algunas labores surgidas con las nuevas tecnologías (como pueden ser la programación web, la creación de aplicaciones para teléfonos móviles, el diseño digital, las tareas asociadas al "community manager" o el análisis de los aconteceres digitales diarios).
Desde un punto de vista más político, también habría que hacer mención de los fenómenos, al parecer surgidos espontáneamente y desde la base ciudadana, que están tomando una postura muy activa en la controversia política. Véase, como ejemplo, Anonymous.
Hay también aunque en lontananza —y esto puede parecer que cae más en el ámbito de la opinión que en el de la comprobación empírica—, otra conflagración que dentro de unas décadas podrá ser más evidente. Es la existente entre los gigantes digitales —que habrán crecido en poder, aumentando su imperio—, poderosos del mundo realmente existente (el del dominio de la información y la comunicación), esto es el mundo digital, y los poderes políticos que carecerán del abrigo que en las últimas décadas les han ofrecido los medios de comunicación tradicionales –muy amantes de la consiguiente contraprestación, ya sean subvenciones, anuncios y otras dádivas. Estos medios de comunicación tradicionales, para sobrevivir, habrán cambiado su vasallaje hacia los grandes gigantes digitales que serán los que tendrán, de facto, las riendas del viaje al futuro. Los políticos, los estados nacionales tradicionales, ya no se encontrarán encima de la cúspide donde se habrían acostumbrado a estar, sino que, aún sin desaparecer, deberán de tener presente las sugerencias y observaciones que desde arriba —desde el Olimpo digital— reciban. Entonces ya se podrá anunciar que el nuevo feudalismo se habrá plenamente instalado. Tiempo al tiempo.
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