Que el mundo está cambiando no es una perogrullada. No sólo están cambiando las técnicas, con las tecnologías de la información, sino que también están sufriendo cambios los usuarios que han entrado, más bien ingenuamente y alentados, al mismo. El mundo digital se está convirtiendo en un Oeste más rápidamente de lo que se creía. Y al igual que siglos atrás existían los bandoleros —en Catalunya, por ejemplo, Joan de Serrallonga y Perot Rocaguinarda (el Roque Guinart del Quijote!)— que asaltaban con la cara tapada a los que se atrevían a cursar viaje —navegar con la diligencia de la época—, hoy de nuevo existen los que aparecen con la cara tapada, anónimamente, asaltando a quien se ponga delante en sus travesías digitales. Y también como entonces, revistiendo su quehacer maleante con la capa de ayudar al desvalido y al grito de impartir (su) justícia.
Nunca como en el presente se había visto la fragilidad con que el mundo digital se está construyendo. Toda, y cuando decimos toda nos referimos también al supuestamente intocable MacIntosh o a la tecnología Linux, toda la tecnología digital está extremadamente expuesta a los pinitos hackeristas de cualquier informático que se otorgue la corona de 'servir al pueblo', y hacer lo que se le antoje, padezca el pueblo o no.
Se nos dice que los objetivos de estos ataques son los gigantes digitales, de quienes hemos hablado muchas veces, manteniendo nuestras reservas al respecto. Pero cuando el grupo bandolero Lulzsec ataca, por ejemplo, a Sony y publica datos de un millón de internautas, lo que está haciendo anula las supuestas virtudes benéficas de su acción. O cuando se ataca la compañía de seguridad RSA y quedan comprometidos datos de 280.000 clientes, de nuevo la obra de misericordia del bandolerismo digital queda completamente empañada. O cuando Inteco denuncia el robo de datos de 20.000 clientes que son desparramados por la Red, algo grave o muy grave está sucediendo.
Esto es el Oeste digital. No hay leyes (o no se cumplen), no hay jueces (o no ejercen) y no hay respuestas serias y rápidas por parte de quienes, en tanto que realmente representantes de la población, deberían de asumir responsabilidades. Hechos como el cierre de la plataforma PlayStation Network por un asalto que afectó a los datos de cien millones de clientes y la de Sony Online Entertainment, que afectó a otros treinta millones de internautas no pueden quedar —como está quedando— como simple tema noticiable y, además, con mirada si no benevolente cuando menos neutral. Es de hecho un problema grave de inseguridad digital.
Hay que darse cuenta que lo que está sucediendo es un aviso de lo que, a gran escala, puede proliferar dando fin al aún no nacido mundo digital que se está construyendo. Nos referimos al cloud computing. Al mundo en la nube donde las empresas con sus informaciones estarán en la red, abandonando residencias físicas; donde las aplicaciones de nuestros desktops también ahí estarán ubicadas —del mismo modo como ya ocurre con los correos electrónicos que tenemos en Gmail, Hotmail o Yahoo.
El cloud computing —el nuevo paso digital previsto— está más comprometido que nunca por estos ataques por parte de asaltantes transvestidos de bandoleros benéficos que hipotecan su desarrollo, que en último término es el de cada uno de nosotros. Si se preguntaba el poeta John Donne 'por quién doblan las campanas', ya es hora de darse cuenta de que cuando ocurre un ataque hacker, 'a quién atacan también es a ti'.
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