El primer ferrocarril que hubo en España se inauguró en la línea Barcelona – Mataró, en 1848. En este trayecto se construyo el primer camino de hierro y en este trabajo se dieron muchas confrontaciones entre lo viejo y lo nuevo. Fue entre los empresarios de diligencias y transporte a caballo y los industriales que estaban por lo nuevo, por el progreso. Muchas veces el progreso se manifiesta por la asunción, por parte de un nuevo sector industrial, de unas tareas o servicios que habían estado en manos de otro, muchas veces de carácter artesanal. Lo que está ocurriendo en el sector del libro es muy, muy parecido.
Empresas originadas en el mundo tecnológico —el de las maquinitas digitales— están arrumbando, dejando en la cuneta, a las empresas que provenían del papel. De vender papel se esta pasando a vender hierros (dispositivos) y dígitos. Y este cambio está generando un terremoto que afecta y afectara, como mínimo, a editores, libreros, distribuidores, autores y lectores.
El mundo digital vende dispositivos (hard) y dígitos. Y quien no pueda acceder y dominar estos elementos quedara al margen del futuro. Este es el reto del lector. Los aparadores digitales vendrán a sustituir el engorroso, o imposible por lejano, traslado al interior de una librería para ojear libros. En la propia web ya se puede consultar el índice de un libro técnico o leer unas páginas de la novela del momento. Las antiguas presentaciones de libros que exigían el trayecto a otro punto de la ciudad ahora se han convertido en webinars (videochats) y, con posterioridad, se pueden volver a visualizar, al gusto del consumidor.
Los dispositivos lectores —tablets o eReaders— son actualmente caros (200 € de media) y deberán ser substituidos, en menos de una década por otros, dada la fragilidad del material. A esta cifra el empedernido lector de ebooks deberá sumar el coste del libro convertido en dígitos. Y aun así, el lector del siglo XXI esta abandonando el mucho más barato libro de papel —cosas que tiene lo novedoso. Pero, en este ámbito, existe la tentación de rebajar costes accediendo a copias piratas. Así, sólo con tener un dispositivo lector se puede acceder a la lectura digital sin más contrapartidas económicas.
Todo lo visto hasta aquí produce un terrible vértigo a los editores clásicos que, casi desde Gutenberg, habían puesto su trabajo y su economía en el papel impreso. Su mundo se viene abajo y la tentación mas socorrida es por lo pronto cerrar los ojos y dejar pasar los días.
En paralelo a esta nueva circunstancia, y dada la facilidad digital —su aparentemente nulo valor económico— esta llevando a algunos escritores, neófitos y consagrados, a la autoedición. Adiós a editores, distribuidores y libreros —se viene a decir.
¿Desaparecerán los editores? Lo mejor que puede ocurrir es que no. Su mano maestra en elegir buenos libros, en saber seleccionar autores, en orientar lecturas y, también, como reconocen muchos autores en los agradecimientos que incluyen en sus obras, en pulir detalles de las creaciones literarias, hace de estos artesanos, o artistas en la sombra, unos profesionales imprescindibles y que ningún creador de dispositivo o empresario digital puede atreverse a reemplazar. La probable proliferación de escritores, que la susodicha facilidad digital puede generar a medio plazo, exigirá la irrupción, con nombres propios, de editores consejeros que orientaran a los lectores perdidos en las inmensas librerías digitales con muchísima hojarasca en dígitos.
Un fenómeno que, debido a la ceguera voluntaria de los editores, no han calibrado aún con la debida atención es el de los libros multimedia (los en inglés llamados enhanced ebooks). Libros que con las nuevas disposiciones del formato ePUB 3 permiten que los textos vengan acompañados de dibujos, croquis, mapas, animaciones, videos, etc.
Si hay temor a la piratería digital una solución factible está en crear dos versiones de libros. Una versión simple que será tan barata que hará inútil la piratería (por los inconvenientes que comporta: la búsqueda no siempre fácil, la conversión del formato del ebook, el aderezo de párrafos o el cambio de formato de los tipos de letras, etc.).
Junto a esa edición, aparecerá una segunda versión que contendrá los elementos enhanced que harán del libro una auténtica maravilla. Hay que poner en los libros de esta versión enhanced lo que puso el editor del siglo XIX en sus libros cuando introdujo las placas de Gustavo Doré y otros ilustradores. Una novela donde la trama ocurre en Viena, Paris, Roma, Barcelona o Londres, exige que el lector vea —¡vea!— las calles, los edificios, los paseos donde se desarrolla la acción. Mapas, pequeños videos, animaciones, realidad aumentada y cincuenta mil otros elementos que ayuden al lector a sumergirse en el mundo narrado y que le hará vivir una experiencia inolvidable. ¡Abramos las puertas a los creadores digitales de nuestro siglo!
Este tipo de libros digitales —parte de los cuales estará en su dispositivo manual y parte en una nube (cloud) con acceso identificado digitalmente— difícilmente podrán ser pirateados. Ahora es cuando oigo clamar al editor sobre los costes añadidos a este producto. Sus gritos casi llegan al cielo y su exaltación es indescriptible. Aún no se ha dado cuenta de que con el mundo digital se le han multiplicado por cientos los posibles compradores de las dos versiones de ebooks. Tan pronto tome el nuevo tren y marche hacia el siglo XXI los aparentes nubarrones que ve en lontananza se habrán convertido en una simple tormenta de verano y, si está al caso, el sol volverá a surgir de nuevo.
¿Que nuestro querido editor se muestra reacio a la nueva labor? No se dude que, si no se pone delante de este gran cambio, desde lejanas tierras se editará en nuestros idiomas y se encabezará el cambio que anunciamos inexorablemente. Recordémoslo una vez más, The World is Flat como Friedman nos advirtió hace años y si nuestro querido editor no quiere entrar en este baile, otros lo harán por él.
viernes, 21 de octubre de 2011
El estado del ebook —hacia los Gustavo Doré digitales
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