viernes, 12 de agosto de 2011

Internet of things y el terror en casa

Seamos imaginativos. Ya tenemos diez años más. La tecnología ha hecho el salto previsto. Tenemos nuestros hogares salpicados de tech que nos detectan y abren luces, ventanas, persianas o cortinas, según temperatura y hora. Dispositivos receptivos que están a un toque de carraspeo, voz, tos con carácter inglés o simple voz templada hablando al vacío y dando la orden pertinente. Las máquinas conectadas online y siempre atentas a nuestra consideraciones, verbalizaciones y casi pensamientos, dispuestas como esclavos tecnológicos. Esto es así porque esto será así. Se puede llegar a ello, desde el punto de que lo racional, lo razonablemente y económicamente posible, será hegelianamente real.

Pero el divertimento —hacia la que es conducida la sociedad actual— impregnará muchos de estos elementos. Es a través del divertimento, no nos engañemos, cómo ha ido entrando en viviendas de siglo XX los dispositivos del siglo tech, de siglo XXI. Y no hay que ser un doctor para conjeturar que esta vía, la del juego, será recorrida reiteradamente. Internet of things, los dispositivos que nos rodearán para darnos una mejor atención, estará omnipresente. Y una de sus posibilidades será vivir aventuras tech. Adiós a los juegos encapsulados en pantallas planas. Adiós a los juegos en 3D con gafas adaptadas. Tendremos juegos virtuales, con impresión casi real, ya sea mediante nuestros muros digitales, ya sea con nuestros proyectores y webcams que nos irradiarán, según el gusto, la aventura real en medio de la cual nos sentiremos copartícipes con los protagonistas —si no pasamos a ser protagonistas principales, como muy puede ser con las aventuras de terror. Y ello gracias a múltiples dispositivos distribuidos por toda la mansión. Aquellos que en un primer tiempo eran monofuncionales y estaban sólo para regular la calefacción, abrir ventanas o apagar la TV, ahora estarán a pleno empleo con posibilidad de recibir y entender sonidos, además de emitirlos (eso será lo nuevo) dando ambiente sonoro —de terror, para seguir con nuestro game— que acompañará al juego de luces que las cámaras/proyectores (no sólo de absorber imágenes han de vivir un dispositivo, ¿por qué no proyectarlos según demanda?) difundirán por las estancias provocando un ambiente de distinta graduación. Habremos suscrito un terror nivel 4, para nuestra aventurilla de sábado noche con los amigos. Qué es eso de salir de casa para ir a vivir aventuras cuando las aventuras las tendremos a la vuelta de un clic (o de cuatro, para poder confirmar el pago con la tarjeta del nuevo HouseGame).

Lo que está por aparecer sólo está impedido por la falta de imaginación. Las posibilidades son múltiples. La tecnología casi preparada. La recepción en potencia. ¿El empujón? Entrar más en el siglo.

lunes, 1 de agosto de 2011

Contadores digitales

Lo que viene a continuación es una anécdota pero que puede convertirse en categoría. Y se trata de la fiabilidad de los contadores presentes en las redes sociales. En el caso que viene a continuación nos referiremos a Twitter y a su viejo y nuevo sistema de contar.
Un día cualquiera, uno de los tweets programados recibió un infrecuente número de retweets. Al parecer una afluencia ingente de público encontraba muy interesante dar a conocer la dirección del web donde se hablaba de tres direcciones web donde desde la nube (in the cloud) te revisaban el ordenador para limpiarlo de virus.
El caso es que con el paso de las horas el número de retweets (repeticiones del tweet, para entendernos) fue creciendo de forma desmesurada, llegando a una cifra respetable...
Como se puede ver, digna de provocar envidia en múltiples foros. En esos momentos, mi propensión a agradecer estos retweets fue mayúsculo, especialmente por la dificultad de llegar a todo el mundo (cegado por tan  brillante tweet). Al ver que los señores de Twitter sólo me mostraban los 15 últimos atentos usuarios, me forcé a saltar a la interficie más moderna, temporalmente hablando, para ver si podía localizar las 598 personas para empezar a dar muestras de gratitud (por tan inmerecido premio). Dicho y hecho. Y he ahí lo que el nuevo Twitter me indicaba.
No sólo no me permitía acceder a los tropecientos twitteros cegados por el brillante tweet, sino que me reducía las cifras con un espléndido 100+ others (cien y pico, en román paladino). Y sin acceso a más de una docena de personas a las que agradecer el detalle del día. (Una docena entre cientas!)
De regreso al viejo Twitter, sin embargo, el ángulo de visión varió sustancialmente.
De unas cifras interesantes, se pasó a otras aún más.
Y en cuestión de minutos, los datos entraron en barrena.
La situación era para desesperar a uno (imposible agradecer a estos twitteros). Vete a saber si la envidia crecía entre los seguidores —siendo uno mas sujeto paciente que nunca. Y para mayor detalle, durante la jornada el número de nuevos seguidores o followers había sido más raquítico que el día de año nuevo. 
La escalada sigue su curso y verdaderamente cada vez más dudamos de  la bondad suprema de nuestro tweet (sin querer, ni mucho menos, desmerecer el post de su autor). 
Así que nuestra duda deberá de trasladarse a la fiabilidad de los contadores, ya que si un nuevo contador —el del bit.ly, en este caso no nos engaña, la web del tweet que prometía tales ventajas y que motivó fantásticas difusiones vía retweet, no fue visitada por casi nadie.
No dejemos, pues, que los números se nos suban a la cabeza, y en muchos casos, como el nuestro, una cura de humildad nunca viene mal a nadie.Actualizando cifras
Ya hace muchas horas que los contadores finalizaron la cuenta. Ahí los resultados para la reflexión.

Siempre queda la amargura de no poder agradecer tanta inesperada atención. Y más cuando...
...quien debería haber sido foco de curiosidad, por nuestra vía, recibió poca.

miércoles, 27 de julio de 2011

Primeros temblores de la Atlántida digital (Cuento preventivo)

Hubo un tiempo en que el orgullo humano se desbordo y expulso de su territorio a los bibliotecarios. Las polillas se cernieron sobre los libros y los ratones se hicieron cargo de sus páginas. Las bibliotecas fueron transformadas en salones de maquinas, todas conectadas a grandes velocidades a la red. Los bibliotecarios fueron expulsados de este territorio pero para suavizar el golpe, se ordeno que fuesen acompañados por los impresores y los libreros, que llegados a las zonas desérticas fueron extinguiéndose sin dejar rastro.
Fue una época feliz. De cuento maravilloso. Pero todo tiene su fin porque los dioses siempre castigan el orgullo. Las máquinas empezaron a estropearse, los discos duros, donde habían quedado recluidos los libros dejaron de responder adecuadamente. Muchos clústers, cuando aun rodaban los discos, estaban vacíos habiéndose escurrido por estos agujeros digitales páginas y paginas del Quijote, de Hamlet, de Raskolnikov y de Gregorio Samsa, entre otros muchos.
También habían desaparecido textos y textos de Heisenberg, de Newton, de Pitágoras, de Kant y de Francis Bacon. Ya no se hallaban documentos sobre técnicas arquitectónicas, ni sobre tensiones de cables para puentes levadizos. Se habían transparentado los ficheros correspondientes a los motores, tampoco se encontraban ebooks de álgebra y los documentos sobre las reacciones químicas también habían sido atacados por la invisibilidad.
Los males nunca vienen solos. Los hackers habían desarrollado técnicas para agotar baterías, las cuales tenían una vida media que no superaba los sesenta minutos. Las conexiones a la red eran casi imposibles por los filtros y corazas protectoras que impedían las más de las veces llegar al destino deseado. También podía ocurrir que el malvado digital de turno te tomase como chivo expiatorio y te torpedease con distintos tipos de descargas tensionales provocando la muerte súbita del procesador.
Todo ello a menudo venía acompañado por la desaparición de carpetas, como aquella donde reposaban las trescientas fotografías digitales de aquel feliz verano por Venecia y Praga. Sí que habías pasado algunas de las imágenes a un documento PDF y te habías concedido el lujo de imprimir las quince páginas con aquella impresora de color. Pero de eso ya hacía más de veinte años y las hojas de papel, amarillentas ahora, habían perdido la tonalidad, y las imágenes de las mismas se habían convertido en sombras de lo que debían de reflejar.
Era el principio del fin, pocos se daban cuenta de lo alto a lo que se había llegado y de lo fuerte que podía resultar la caída. La fragilidad digital no había sido nunca tema de estudio y ahora los temblores, cual Creta digital con soberbios palacios digitales de los nuevos Minos, empezaban a dejar de ser excepcionales. El regreso -perfecto antónimo para progreso- podía  ser muy duro.

martes, 12 de julio de 2011

Comprar paseando en el siglo digital

La principal riquesa de cualquier persona es el tiempo. El tiempo propio. Tiempo para mí. Tener tiempo para administrarlo. He ahí un tesoro que a veces no valoramos bien. La tecnología nos ayuda en eso, aunque tal vez ocupa nuestro tiempo libre en demasía y, cosa peor, con futilidades. Sin embargo, la tech también nos ayuda, y puede ayudar mucho si le damos un empujón, a ahorrar tiempo. Sobre todo puede ayudar a aprovechar tiempos muertos como ocurre en las grandes ciudades con la espera del metro, tren o autobús. 
Un país: Corea del Sur. Una tecnología: la tecnología asociada a los códigos QR. De hecho nada nuevo. Lo que es nuevo es la inteligencia de coger cuatro bagatelas tecnológicas de las que se viene hablando hace más de un año y colocarlas en manos de los usuarios que, sin dudarlo ni un segundo, se han puesto al día para aprovechar las buenas ideas. En suma, reflexionemos: tecnología e inteligencia para implementarla en aquello que puede interesar al usuario de la segunda década del siglo XXI dotado de un smartphone -es decir, millones! Eso es lo que se ha hecho. Pero, reflexionemos más. Lo que es realmente nuevo es lo siguiente: Si el usuario no va a la web, ¡acerquemos la web al usuario!
Una empresa, Tesco, al objeto de impulsar las ventas online, ha cubierto los muros de estaciones del metro de Corea del Sur con fotos de las estanterías de sus tiendas. Cada elemento que aparece en la estantería lleva el correspondiente código QR que es leído y reconocido por los teléfonos móviles y los viajeros, mientras esperan la llegada del servicio público, aprovechan la ocasión para informarse de los productos y hacer alguna que otra compra online. Como es habitual en este tipo de comercio -eCommerce-, dentro de pocos días llegarán a casa los productos comprados mientras se estaba aguardando que transcurrieran las cinco minutos con que siempre nos premia el transporte público. 
Según informa la propia compañía, las ventas en línea crecieron en esta campaña un 130% y los clientes nuevos registrados aumentaron un 76%. No tenemos confirmación de estas cifras, pero el sentido común nos hace suponer que los ciudadanos coreanos supieron aprovechar el regalo de tiempo que les ofrecía el sistema.
¿Que por ahora sólo se ha colocado en las amplias paredes de los andenes de los metropolitanos? Por algún sitio se ha de empezar. Aunque, ¿cuánto tiempo habrá que esperar para poder comprar paseando por las principales avenidas, sin tener que entrar necesariamente en las tiendas, sufrir larga cola y sin obligarnos a acarrear paquetes cuando estamos con nuestros amigos o en pareja, en tanto que deambulamos como simples flâneurs
No dudamos de los tecnólogos, que hay muchos y con excelentes ideas; tal vez tendamos a dudar de los emprendedores a los que les cuesta situarse en la dinámica de su propio siglo.